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Pablo Ayenao

"Su violencia es el rayo en los ojos de la noche"

[Apuntes sobre arbor (Autoedición, 2021), de Pablo Rojas Escobar]


Por Pablo Ayenao



Pablo Rojas Escobar (Temuco, 1981), docente y escritor, ha publicado anteriormente El bosque está en mis ojos y yo estoy en el bosque (2007) y Caminantes en la nieve (2020); siendo arbor (2021) su tercera propuesta literaria.

Arbor se encuentra compuesto por catorce textos en prosa, de diversa extensión, a través de los cuales se nos revela la persistencia y extinción de un árbol. Es menester recordar que arbor es una palabra en latín, origen de nuestro actual árbol. Así, para hablar de este texto es ineludible citar el origen. La elección del título, entonces, resulta más que trascendente, puesto que a nivel formal arbor (sí, con minúscula) despliega una estructura clásica que es congruente con la existencia arbórea y sus múltiples bifurcaciones: “Cada año tengo que pasar lo mismo. Los dioses me dieron esta rutina. Con el tiempo he mejorado algunas cosas, pero el ánimo del viento o el amor del sol me son por completo indescifrables”. Notamos que la vida de un árbol apareja siempre un regreso, raíz que es partida y desembarco. De esta manera, todos volveremos al lugar de iniciación, puesto que somos un permanente acontecer en este permanente tránsito: “No quisiera hablarte de la vida. Sin embargo, he vivido cinco veces más que tú. Y si ahora no persistieras en tu empeño de verme bajo tierra, podría seguir viviendo cinco vidas más”. Advertimos, entonces, de manera muy precisa, que arbor sitúa y despliega tópicos nunca agotados, como lo son la vida, la muerte, los hijos, el paso del tiempo y el amor. Pero, hay que detenerse, arbor no es solo eso.

La vida como un espejo de dos caras, que nos refleja luces y sombras, resulta una idea fulgurante en arbor: “Es difícil amar el aire cuando es humo y hielo y es trabajoso el arte de vestir hojas y perfumar flores. No busco la belleza deliberadamente, ella aparece y se va. Puedo hacer cientos de flores y frutos, pero ahora sé que tengo que sufrir por ellos y pagar muy caro por verlos partir”. Este claroscuro inunda todo el poemario y se va amplificando a medida que suceden las páginas: “Me pregunto si tal belleza habrá sido hija de la dicha o del dolor, porque tanto los hijos de la dicha y el dolor son hermosos como hermosa es la primavera enloquecida y hermoso el invierno despiadado”. Así, letra a letra, se nos confiesa que la existencia es siempre un umbral, fuente que conlleva ineludiblemente un forzoso doblez: “Se me quiebran las ideas en el pecho. La tierra es tan dulce como el abismo y el cielo es ahora más lejano que nunca, porque nunca llegaré a besarle”. Observamos que el amor se expresa como un imposible, tribulación en eterno curso. Y como imposibilidad y tribulación no le guarda recelo a la muerte, acaso todo lo contrario.

Por otra parte, en arbor encontramos la observación ritual y cuidadosa de todo aquello que nos rodea. Miremos de reojo, parece que nos dice el poemario: “Hombres, mujeres y niños también llegan a celebrar el verano. Comen y beben, los más agiles se trepan por mi pecho hasta alcanzar la copa”. Ciertamente, nos topamos otra vez con aquella duplicidad ya mencionada; sin embargo, ahora se debe agregar la duplicidad de los individuos, la doble cara que subyace en todos nosotros: “Al atardecer, oigo galopar a los cuatreros por los campos. A veces van a robar ganado y me quedo despierto escuchándolos moverse entre los negros secretos de la noche”. Este escrutinio se transforma en interpelación cuando el destino ya está trazado, lanzado a la nada, convirtiéndose en una demanda ecológica sobre el devenir de los tiempos: “¿Quién te dio el poder de quitarme la luz por unas cuantas monedas de barro? ¿Les darás acaso tu abrigo y amor a mis hermanos? ¿Construirás acaso ciudades para mis hormigas y tejerás flores para mis abejas?”. Sobresale aquí la palabra hermanos, más allá de la filiación y sus efectos, puesto que simboliza una relación entre iguales, todos miembros de la espesura.

Finalmente, quisiera referirme a la comunión hombre/árbol, puesto que todo árbol transmuta en ternura. Una ternura que no espera la delación y la catástrofe aciaga en que terminan los días: “Denme luz nada más, agua, viento, denme noche para morir. No, esta traición de hachas. No, este desprecio del amigo que estimaba”. Lamentablemente, o quizás inevitablemente, entre las luces y las sombras de la vida, son las sombras la que siempre dan vuelta el tablero.

Sintetizando, diremos que arbor, de Pablo Rojas Escobar, desarrolla múltiples conexiones: poemario en prosa, cuento trasplantado, pequeño ramalazo. Pero lo más importante estriba en su construcción, puesto que es un libro pulcro y sosegado. Pulcro en su cuidada arqueología y sosegado en la circularidad de su letra. Igualmente, arbor resuena por una verdad tan impasible como rotunda. Esa verdad es la tierra en donde algún día nos extinguiremos. Sí, nos extinguiremos definitivamente después de irnos extinguiendo poco a poco en esta oxidada rueda.

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