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Mistral: suicidios

  • Juan Manuel Mancilla
  • hace 1 día
  • 11 Min. de lectura

Presentación del libro Gabriela Mistral. Ojos clavados. Poemas sobre la muerte. Selección y prólogo de Paula Ceballos (Bordelibre Ediciones, La Serena, 2025)


Juan Manuel Mancilla

 

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Merodeos a la muerte: perturbaciones


Podría afirmarse que gran parte de la vida y de la obra poética de Mistral está traspasada o signada por la muerte. Basta con revisar los títulos de cada uno sus libros publicados para pensar sobre esto: Desolación (1922), Tala (1938), Lagar (1954), en cuyos cuerpos textuales hay un diálogo oblicuo o directo con la muerte, figurando en todos ellos sendos poemas que merodean y retratan la tematología tanática.

En esta dirección, vale mencionar también las muertes acontecidas en torno su vida íntima, un supuesto novio, el fallecimiento de su madre estando la poeta en el extranjero, o la de su hijo y amigos en Brasilia. Habría que agregar a esto, el carácter póstumo y perturbador del propio Poema de Chile (1967), cuya hablante es está efigie-fantasma que junto a ese niño-animita, recorren parajes y paisajes como último vistazo, o recado póstumo, para ese país en presencia-ausencia, que es y ha sido, el memento mori Chile en el imago de la poeta elquina.

De la selección, acertada y convenientemente organizada, me gustaría comentar tres textos ejemplares. Se trata del primer “Soneto de la muerte” (1914); luego, “Interrogaciones” (1916) y finalmente, “Nocturno de José Asunción” (1938). Mi lectura pretende dar cuenta de las amplias y complejas perspectivas desde donde Mistral enunció y problematizó la temática mortal. Así, mi propuesta interpretativa cifra que la muerte en Mistral se manifiesta como una alteración, de acuerdo con cierta traza etimológica de la palabra, en tanto irrupción de un orden (alterar), como así también, en lo concerniente al encuentro con lo otro (alter).

A través del análisis, pretendo demostrar que en la poética tanática de Mistral, existe la posibilidad de que la muerte no sea irreparablemente vista solo con morir, sino como la apertura y vínculo con un universo expansivo, el cual, en tanto lectores, nos lleva hacia nuevas posibilidades y otras dimensiones a debatir sobre la experiencia mortal, ese acontecimiento tan radicalmente humano.

En tal sentido, lo primero que podría decir, es que no hay una sola muerte en su obra poética. Por el contrario, ésta se muestra múltiple, a través de suicidas, mortinatos o enfermos. O también, a través de muertes místicas, crísticas, sean éxtasis humanos o espirituales; todas ellas siempre interrogan la comprensión unívoca de la muerte como un hecho meramente fortuito o de carácter natural. La heterogeneidad explorada y concretada por la poeta, permite captar las complejas perspectivas de la Mistral, las cuales sobrepasan la pura idea de muerte como acontecimiento único y universal.

Ese verso del poema “La otra”, y que tal vez ya se ha tornado canción: “una en mí maté”, nos ayuda para afirmar esta condición múltiple y contradictoria de la poética mistraliana, y que en este tópico específico, que no traza una sola línea divisoria entre eso llamado: vivir y morir.


1. El soneto al suicida


Quisiera partir con el primer poema de “Los sonetos de la muerte”. Este primer texto que compone aquel estremecedor tríptico, manifiesta temprana y precozmente la riqueza textual y la complejidad material creada por una Mistral increíble y sorprendentemente adolescente. En el texto, lo que se debate es la alteración a las convenciones de la muerte y el duelo. La acción más transgresora y evidente, es la inversión del rito funerario y la apropiación del cuerpo ajeno amado.

En primer lugar, como lectores, asistimos a la violación del reposo. La voz lírica no tanto llora al muerto como sí lo reclama, en tanto, posesión exclusiva, ignorando la creencia y ley cristiana de la muerte como descanso eterno y paso al reencuentro con Dios. El verso clave que abre y concreta la transgresión es: “Del nicho helado en que los hombres te pusieron, /te bajaré a la tierra humilde y soleada” (123). Se trata directamente de una profanación, la apertura de una tumba, la exhumación y movimiento de un cuerpo muerto. Cuya determinación contraría toda normativa y ley, alteración que se incrementa en los versos siguientes de la estrofa: “[q]ue he de dormirme en ella los hombres no supieron/ y que hemos de soñar sobre la misma almohada” (123).

Observamos, literalmente, en estas imágenes y acciones, la voluntad de la hablante por quebrantar las leyes, ya sean jurídicas, religiosas o sociales. Un gesto de insubordinación por otorgar otra digna sepultura a ese ser suyo.

El gesto de desacato, se emparenta con el de Antígona al querer sepultar a su hermano muerto Polinices. Claro está que en el poema de Mistral, lo que emparenta a los involucrados, no es una relación fraterna, sino erótico-filial. De esta manera, la poética mistraliana se manifiesta como una oscilación permanente, siempre inquieta, siempre alterada quebrantando las reglamentaciones.

Por otra parte, además de la apropiación y expropiación del cuerpo, se manifiesta la opción por un cuidado profano. La hablante, en primera persona, se arroga el derecho de ser la única guardiana del cuerpo muerto. Esto altera la función social y religiosa del cementerio, por ende, también las figuras de autoridad legal o religiosa, sacerdotales o judiciales.

Pero, para transgredir todavía más el orden, la poeta introduce toda una codificación erótica desplazada a través de la evocación del espacio conyugal: el epithalamion, el epitalamio, la cámara nupcial, el dormitorio, el cuarto matrimonial: acostar, dormir, soñar, acunar..., confundiendo, complejizando y desmontando, rica y hábilmente los roles suscritos de esposa, madre, virgen, amante, etc.: ella desea cavar con sus propias manos diciendo: te "acostaré en la tierra soleada, con una/ dulcedumbre de madre para el hijo dormido" (123).

En esta posesión profanadora, la hablante perturba y transfigura lo eclesiástico por un rito íntimo y pagano, envestida de curandera, hechicera, hada, bruja, maga, o incluso, de machi bajo las estrellas: “iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,/ y en la azulada y leve polvareda de luna,/ los despojos livianos irán quedando presos” (123).

Este primer texto del tríptico mortuorio, nos introduce y hace partícipes de la transgresión que altera la propiedad del muerto, ya sean indirectamente sus deudos o, directamente Dios. Así, el muerto de la Mistral, se nos muestra como posesión exclusiva de la hablante. Dicha yo lírica no permite que nadie más que ella toque el cuerpo de ese ser suyo. Vemos claramente aquí una alteración a la idea de duelo. El poema así, la convierte en la única dueña de esos restos, como una Venus inversamente i-legítima.

Quizás, la más fuerte idea de esta transgresión, sea el deseo de proteger al cuerpo de una posible rival, una mala mano, o la mano de una mujer otra, que quiera reclamar el cuerpo. Este acto de celos póstumos, manifiesta una pasión terrenal que niega o combate la supuesta espiritualidad de la muerte.

La pasión humana desbordada se impone a la serenidad de la tumba. Es decir, como la manifestación de un loco-amor, por una loca-mujer, fuera de sí, fuera de toda normatividad, que quiere y solo quiere para sí los restos corporales de esa pérdida, cuyo reencuentro está cifrado en la transgresora apropiación y disputa terrena del cuerpo aún caliente y humano.

Finalmente, una última alteración observable del poema, es la transgresión de la forma genérica. Es decir, aquella relacionada con las reglas clásicas del soneto. Aunque la poeta utiliza la forma tradicional, aquella distribuida en catorce versos (dos cuartetos y dos tercetos alejandrinos, para el caso), recarga la forma con un lenguaje emocionalmente violento y directo, que rompe con la sobriedad formal generalizada para un soneto.

Primeramente, la ruptura del tono. Este no es de resignación ni de elevación espiritual, sino de pasión, rabia, celos y posesión terrenal. La hablante se exhibe colmada y convencida, investida de una voluntad férrea y tiránica, cuya fuerza de alteración conmueve los sentimientos, cuyo movimiento actúa sobre la remoción del cuerpo del muerto.

De este modo, la dicción en el poema ratifica la elección de las palabras, emerge su dimensión concreta y táctil con asombrosas combinaciones adjetivales, conjuntivas, trópicas y figurales: "tierra oscura," "abrazaré," "manos," "pozo," "tierra de olvido", “bajaré”, “dormir”, “almohada”, “despojos livianos”, “venganzas hermosas”, “puñado de huesos”, etc.

Esta fisicalidad poemática en el tratamiento de la muerte, es una transgresión a la tradición sonetista que solía concretar el tema con mayor referencialidad etérea y religiosa. Así, el "Soneto de la muerte I" es un gesto transgresor de apropiación que altera el orden social, el precepto religioso y la convención literaria al imponer el deseo y la pasión de la amante sobre la resignación comunitaria del deudo, del duelo y la santidad sepulcral de la tumba.

 

2. “Interrogaciones”: sobre los suicidas


Otro texto estremecedor sobre la muerte, lo encontramos en “Interrogaciones”. Curiosamente, aquí la interpelación es a un muerto-viviente: el Señor, Dios, el Todopoderoso. Nuevamente, la perspectiva es inquietante: bien podría ser la hablante muerta, una o la otra voz que habla por los muertos suicidas. 

Transgresión a la fe y la autoridad divina, son en este texto, la alteración fundamental del poema. El acto de cuestionar directamente a Dios y, por extensión, a la estructura teológica total que justifica el dolor.

Así, el poema no es una letanía de súplica, ni tampoco una oración desesperada, sino una serie de preguntas retóricas y acusativas interpelando directamente al sumo Creador. Esto subvierte la relación tradicional de piedad y obediencia esperada de un creyente. La hablante exige respuestas por el dolor humano, preguntando sobre la razón del castigo y el sentido del sufrimiento.

De esta manera, la alteración se manifiesta en que la hablante se sitúa en un plano de igualdad, o incluso, de juicio frente a la deidad, rompiendo con la pasividad de la humildad devota. Asimismo, mediante el cuestionamiento del silencio, esa tan dubitable afasia divina, la hablante enfrenta el silencio de Dios ante el dolor, impugnando la idea de un ser misericordioso y consolador.

El texto permite captar ese silencio como una omisión objetable, como una falta de gracia, o directamente, como negligencia y desidia por parte del creador, a propósito de la divina indiferencia. Leemos: “¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los suicidas?/ ¿Un cuajo entre la boca, las dos sienes vaciadas,/ las lunas de los ojos albas y engrandecidas,/ hacia un ancla invisible las manos orientadas?” (129).

Se manifiesta preclaramente una alteración al régimen de la resignación, pues, la tradición tiende a ensalzar el valor purificador del sufrimiento y la resignación cristiana. Sin embargo, en el poema se transgrede esta convención al rechazarla, y al no conformarse con el fingido consuelo divino.

Así, el texto manifiesta su rechazo al sentido liminal de lo trascendente. La voz lírica no acepta que el dolor mortal sea un "bien", o que tenga un propósito espiritual mayor. Su sufrimiento es estéril, una herida que no cierra y que arrastra más desolación e incertidumbre.

Del mismo modo, también la hablante se posiciona altiva frente a la comprensión injustificada del castigo divino. No acepta que el "pecado" sea justificación de la condena. Esta incomprensión transgrede que la justicia divina sea inescrutable, o más aún, la expone injusta para el ser humano:


Y responde, Señor: cuando se fuga el alma,

por la mojada puerta de las hondas heridas,

¿entra en la zona tuya hendiendo el aire en calma

o se oye un crepitar de alas enloquecidas?

 

¿Angosto cerco lívido se aprieta en torno suyo?

¿El éter es un campo de monstruos florecido?

¿En el pavor no aciertan ni con el nombre tuyo?

¿O lo gritan, y sigue tu corazón dormido? (129)

 

Finalmente, el texto irrumpe transgresivamente el lenguaje poético convencional. En tal sentido, Mistral utiliza una poética de la intensidad y la desnudez emocional que retoca la contención lírica de muchos de sus propios poemas. De esta manera, a través de una cruda intensidad expresiva, reproduce un lenguaje con palabras directas, pero recargadas de emoción (ira), aparentemente sin adornos rebuscados, ni atavíos retóricos banales.

Por ejemplo, el uso constante del signo de interrogación (de ahí el título), no le da un tono de súplica desesperada, sino de directa confrontación, posición inusual de lo humano ante lo divino, recordándonos esa primera parte del Job bíblico, interrogativo frente a un Dios desaparecido ante el dolor y la tragedia humana.

En síntesis, "Interrogaciones" es un acto de transgresión existencial, religiosa y poética, porque se niega a aceptar pasivamente el dolor y el castigo de la muerte impuesto por una autoridad superior, optando por la interrogación airada, inquiriendo el misterio del sufrimiento, exigiendo su sentido y justificación frente a esas muertes suicidas condenadas, pero por la gracia del poema, no condenables.


3. Nocturno del suicida: José Asunción


Rendición de culto frente a la muerte del poeta. Antes que una lamentación por la pérdida de la vida, un homenaje. Un poema tridente: dedicado a la muerte, al suicida y al suicidio. Una exploración a la posibilidad humana de no predeterminar, sino de terminar con su propia existencia, en este caso, correspondiente a la del insigne vate romántico, el colombiano José Asunción Silva (Bogotá 1865-1986).

A mi parecer, la alteración más llamativa en este texto, es la apología y la empatía con el suicidio y con el suicida, acción y asunto que la religión católica, apostólica y romana de todos los tiempos, condena sin miramiento. En otras palabras, el poema altera la condena social y religiosa del suicidio. Por lo tanto, existe una tentativa vindicatoria de la muerte voluntaria.

Mistral ni juzga, ni prejuzga el acto de Asunción Silva, sino que lo comprende y legitima poéticamente como una elección válida ante el tedio insoportable de la vida moderna. La voz lírica se identifica con el hastío que llevó al poeta a optar por concitar su muerte, incluso, en tanto dispositivo remedial para sí.

Al decir "Como esta noche que yo vivo/ la de José Asunción sería" (156), la poeta se proyecta en la hablante, equiparando su propio dolor de vivir con la desesperación de quien eligió morir. Esto es una transgresión que dignifica el dolor autodestructivo, negándose a ver el suicidio como una debilidad moral o un pecado.

  Del mismo modo, el texto es la negación consumada del infierno y una alteración total a la ecología teológica. En el contexto religioso occidental judeo-cristiano, el suicidio se castiga con la pena capital del infierno o, al menos, con la negación de la gracia divina. Así, en el poema observamos que la hablante al asumir el dolor de José Asunción como propio, transforma esa condena, ubicando la compasión humana por encima del dogma religioso y del inescrutable principio de la divina volitividad.

En el poema de Mistral se inyecta una voluntad dramática y una fuerza ética, cuya transgresión no se queda en el esteticismo doloroso, sino que lo convierte en una acción vitalista que, aunque amarga y paradójica, impulsa a seguir re-viviendo la figura del poeta mediante el poema. Se siente la noche mortal de Silva, sin embargo, vía poema, ambos poetas también la sobreviven.

De este modo, la estructura estrófica creada por Mistral, no solo evoca, sino que invoca a la figura de José Asunción, y luego, es la misma hablante quien se incluye en ese, su dolor, rompiendo con esa voz lírica solipsista y autorreferencial procurada por el Romanticismo y el Modernismo, a las cuales el vate colombiano tributó. Con este gesto, Mistral altera la posición fija de un "yo" adolorido a un "nosotros" doliente.

Así, "Nocturno de José Asunción" es una transgresión al juicio moral de la sociedad sobre el suicidio, un desafío estilístico al pathos pasivo del Modernismo, y una expansión temática de la poética de Mistral, que se atreve a mirar de frente la nada y el dolor absoluto sin buscar necesariamente un consuelo teológico o divino.

En conclusión, lo que me interesa destacar en esta poética suicida de marca mistraliana, es su forma deconstructiva respecto de cánones, visiones y tradiciones conjuradas en torno a la muerte. Subrayar las diversas maneras en que aborda e irrumpe las ideas y juicios cristianos, y la manera en que son recodificados vía poema, otorgándole a la experiencia suicida y mortal una dimensión renovada, la cual, desde mi lectura, es paradojalmente vitalista, transgresora y rupturista a la vez, cuando al hablarle a los muertos les dice:


Noche en que la divina hermana

con la montaña se dormía,

sin entender que los que aman

se han de dormir viniendo el día:

Como esta noche que yo vivo

la de José Asunción sería. (156)

 

 

 

 

 

 

Juan Manuel Mancilla

Valparaíso-Primavera 2025


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