[Ruleta rosa. Fanny Campos Espinoza. Lom, 2019. 72 p.]
Por Juan Manuel Mancilla
El filósofo y activista italiano Franco Berardi en su reciente libro Respirare (2019) plantea que el organismo humano está padeciendo un colapso respiratorio mortal. Las imágenes brutales de “ahogos” simultáneos ocurridos en diferentes puntos críticos del planeta son innegables pruebas del síntoma: balsas de inmigrantes africanos naufragando en el mediterráneo, las muertes de ciudadanos afroamericanos provocadas por policías blancos en USA. Asimismo, las poblaciones latinas que cruzando el desierto mueren por deshidratación antes de llegar a la frontera. Y en el presente, la pandemia del coronavirus que viene a “coronar” la muerte planetaria por obstrucción del sistema respiratorio. Serie heterogénea de acontecimientos para un mismo síntoma: el sofoco que enrostra la crisis respiratoria mundial y que según el crítico tendría su origen próximo en la aceleración constante del ritmo de producción sobreexigido por el sistema capitalista, el cual corta el ritmo natural de la vida, trastornando los flujos homeostáticos del mundo volviéndolo irrespirable, violento y tóxico.
Engarzo las ideas de Berardi con el último libro de Fanny Campos Espinoza: en Ruleta rosa la autora plantea que se trata de un “poemario sobre los femicidios ocurridos durante el 2015” (65). La cifra es desoladora: 45 mujeres asesinadas por hombres. De la lista, una constante llama mi atención y es que muchas de las muertes ocurren por asfixia, degollación y estrangulamiento, asesinatos que atacan directamente el signo vital de su organismo, es decir, se atenta impulsivamente contra el sistema respiratorio.
Si Berardi observa que la crisis del mundo tiene su base en los ritmos desenfrenados del sistema productivo, el signo sintomático que los femicidios chilenos entregan también encuentra su base y fundamento en uno de los brazos armados del capitalismo, esto es, el patriarcado, por cuanto la normalización del patrón agresivo masculino conforma parte de la tradición, cuya patria potestad autoriza las acciones de la mano agresora. Así lo confirma Woolf en Un cuarto propio (1929), donde se constata que la sociedad de hombres articulados por esta red actúa para impedir que las mujeres se puedan “inspirar”, asentados en un sistema de tradiciones, normas y legislaciones que han convencionalizado la violencia de género. En este marco, las impugnaciones feministas intentan interrumpir el continuum de ese poder masculino que subyugando el cuerpo de la mujer se permite hacer de todo para impedir su libre circulación.
Sofoco y asedio permanente tan bien ejecutado, cuya experticia incluso recodifica los usos domésticos de la lengua cuando todavía hoy se sigue hablando del mentado “crimen pasional” o celebrando el “cariño malo” en cancioneros populares, chistes, refraneros, modas y otras múltiples e innumerables producciones sociales donde los micromachismos se han instalado en la formación cultural de la ciudadanía, justificando, blanqueando y haciendo legible lo que no es otra cosa que crimen de lesa humanidad ejercido en contra de un grupo específico que durante siglos ha permanecido al margen del derecho. El poema V es esclarecedor:
Nos falta el aire Nos quedamos mudas
El aire es indispensable para la vida (…)
El machismo asfixia No hay música ni aliento posible
El machismo ahoga No hay viento en el machismo (…)
El machismo es tétrico Ella murió en el ahogo
El patriarcado nos tiene atragantadas
Llevamos el machismo atascado en la garganta como una espina de pescado (19)
Las cursivas son propias del poema: la falta de aire, la negación del oxigeno vital que provoca la asfixia, el ahogo, la interrupción y violación de una vida única. Machismo que se atasca, que penetra la garganta ajena de mujer. Resulta sintomático también en cada uno de los epígrafes que componen los poemas la recurrencia en el arsenal de armas empleadas por los perpetradores para ejecutar sus crímenes: cuchillos, dagas, sables, balas, pistolas, escopetas, hachas, picotas, chuzos, fierros, palos… objetos que portan una carga fálica intrínseca decidora en el impulso tanático, como la espina atragantada en la boca de la mujer, imagen inequívoca de un pernicioso miembro viral evocada por el texto.
Así también, el poema “El eterno retorno” reúne a varias mujeres de distintas edades y contextos sociales e indaga en aquellas historias comunes, aunque privadas, hasta que la muerte feminicida las expone, cuando ya es tarde para todo: “La mudez nace incómoda en su garganta como en la pesadilla más recurrente que tiene desde niña, aquella en la cual no le sale siquiera un grito para pedir ayuda frente a los agresores, cuando se acaba el camino que da a un precipicio, y cae, cae muda, insoportablemente callada” (27).
El fragmento atestigua la condición colectiva y la posición de un solo cuerpo-órgano desvalido que padece el arrebato agresivo. Poder masculino que rodea no solo el cuello de las mujeres, sino también todo su entorno y circuito social asediado, en el cual, el resto parece enmudecer no tanto por compasión, sino más bien por desprecio en desmedro de otros crímenes o cuerpos presumiblemente más importantes en “La ruta chilena del cuchillo” (59) desde Arica a Magallanes “más de 260 puñaladas por amor” (61) designan una psicogeografía monstruosamente impávida ante la criminalidad comunitaria.
En este último término, el libro de Campos Espinoza opera a nivel de descontracción en la esfera de los discursos legales, ya que su representación, por una parte, desestabiliza el orden de la letra jurídica, cuyo principio de objetividad recorta la parte humana implicada en los acontecimientos, dejando expuestos los hechos como meros informes, glosa prolija que descorporeiza al cuerpo de la mujer. La poesía aquí desmantela la claridad aséptica de la racionalidad instrumentalizada del lenguaje.
Por otra, si la redacción legalizada de las acciones monstruosas da como resultado final la entrega “en limpio” de los acontecimientos, los textos de Ruleta rosa subvierten tal operación de limpieza, pues, la voz enunciativa revisita el lugar de los crímenes y reconstituye los hechos desde el cuerpo mismo siniestrado, no desde la puesta en escena médico-legal que ocluye los detalles y que finalmente sumerge al cuerpo mal tratado impidiendo ver en acción a la violencia asesina. De tal modo, los textos amplifican lo que una legalidad acalla y re-vuelve lo que la crónica noticiera banaliza.
Al respecto, el poema “Puta eriaza” es estremecedor, pues, la mujer del texto fue asesinada por lapidación. Su cabeza reventada a peñascazos y posteriormente todo su cuerpo calcinado queda resumido a la pulcritud forense de un tribunal o un servicio médico ad hoc, instancias formales que elevan informes de peritos justificados en códigos transparentes que terminan invisibilizando y enfriando el acontecimiento mortal. Campos subvierte tal acto declarativo por otra inscripción que reacciona comprometidamente ante lo que para el ojo social normalizado es abyección y también enfrenta lo que deviene espectáculo morboso para la prensa “roja”. Obscenidad y repulsión de la educación normada en el dictamen patriarcal que evita y maquilla el horror, quizás, para seguir sosteniendo intacta la mitología fetiche que funda la belleza y fragilidad corporal femenina:
Pero lo único que arde es el poema
Por la letra que se queda corta
Como la ley escrita
Sin dioses ni ángeles
Tan lejos de esta ciudad
Y otros infiernos (33)
En Ruleta rosa se cumple también la posibilidad memorial y ritual que propicia la poesía y su potencial para remediar y conjurar lo que en este magro plano de la existencia fue trunco y mutilado. De tal modo, las 45 mujeres asesinadas recobran su voz, la misma que fue acallada, acaso, sus otras voces, la que nunca pudieron enunciar y que ahora vía poema amplifica su denuncia ante la atrocidad, la injusticia y el desequilibrio patológico provocado por el patriarcado a través de una memoria colectiva que deviene memoria compartida abierta por el verso:
Mamá grita Mamá ha gritado muchas veces Mamá se rompe
Su cuerpo se ha roto muchas veces Papá reitera el cuchillo (15).
Precisamente, en ese “reiterar” del cuchillo en la herida, es donde está clavado el peligro y la amenaza machista. Es en ese espacio en blanco dejado por el verso donde los actos reiterados y su poder de reproducción sobre los cuerpos de mujeres deben cerrarse y desaparecer: erradicarse, vaciarse, ocluirse y cicatrizar. Sin embargo, la falla, la herida, continúa abierta, y a juzgar por los datos e índices estadísticos tan valorados por el sistema capitalista, estos demuestran que en los últimos años hasta el presente, en el país las cifras van al alza sostenida. Por lo tanto, es urgente que este poder de reiteración y reincidencia pierda para siempre su eficacia macabra, que su supremacía en el mundo entero se diluya y expire ahí donde “Van ganando, únicamente, la violencia y la muerte” (13).
Para finalizar y retomando las palabras propuestas por Berardi, la poesía es la potencia capaz de subvertir y derrocar el actual “psicocolapso” y el “tecnofascismo” hiperproductores y conductores de violencia. La poesía y sus ritmos, su capacidad de alteración no lesiva puede desestabilizar este imperio de caos y muerte. Un verso que nos pueda ventilar y posibilitar una resignificación de las acciones. La poesía como instancia terapéutica que pueda encender nuevas luces, sentidos y afectos múltiples sobre seres y cuerpos. Buscar y encontrar en las palabras la cura creativa para un mundo herido e infeliz. Una palabra que nos vuelva a inspirar ante el sofoco propagado de los últimos tiempos en donde las mujeres, otra vez, sacan la peor parte en el juego macabro de una ruleta mortal donde el azar no cuenta.
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