5 poemas de "Siluetas extraviadas", de Lita GutiƩrrez
- Viaje inconcluso
- 7 feb
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Por Ricardo Olave

ĀæQuĆ© lleva a alguien a buscar la obra de un poeta? La recomendación de un amigo, las crĆticas literarias, o un verso leĆdo al viento que, tras explotar en el interior de uno, comienza a crecer y solo se puede parar hasta encontrar el papiro original. En mi caso con Lita GutiĆ©rrez (Gorbea, 1937- Cartagena, 2000), el encuentro nace tras descubrir una calle que lleva su nombre.
MĆ”s bien, GutiĆ©rrez es una de las 19 poetas que posee una calle o pasaje en Fundo El Carmen, un macro sector (como les gusta usar como concepto a los alcaldes) al noroeste de Temuco. Al principio, lo que pareció ser una casualidad o elección al azar, terminó convenciĆ©ndome de que era el juego de un frustrado literato convertido en arquitecto, que en ese entonces quedó a cargo del diseƱo del pueblo y que, o bien leĆa mucho, o una tarde dio vuelta un mueble y seleccionó al azar una seguidilla de obras.
Solo eso explica la extraƱa mezcla entre cientĆficos, polĆticos y literatos. Si sumamos a escritores, se adhiere el traiguenino Luis Durand o la conocida MarĆa Luisa Bombal. Si volvemos a la poesĆa, de los 19 elegidos, solo 2 son mujeres y ni siquiera comparten estilo o periodo. Mientras que Lita forjó su obra durante la segunda parte del siglo XX, Amelia Solar De Claro (1836-1915) se dedicó tanto a la literatura infantil como a la lĆrica.
De Gutiérrez es poco lo que se encuentra disponible. Casada dos veces, viuda en una sola oportunidad, madre de dos hijos, que dejó el sur primero para estudiar en Temuco y luego trasladarse a Santiago.
AllĆ forjó una carrera poĆ©tica publicando Siluetas extraviadasĀ (1969), El reino del aguaĀ (1974) y Las Ćŗltimas cerezasĀ (1987), incluyendo otros textos publicados en ValparaĆso. Es una de las fundadoras de la Fraternidad del Agua en la Sociedad de Escritores de Chile junto a poetas de la Ć©poca como Pablo GuiƱez, Agnes Wasley, Isabel Velasco y Enrique Volpe, creado para la formación, perfeccionamiento de la poesĆa (si eso es posible), asĆ como la publicación de libros, segĆŗn indica un fragmento del diario El Llanquihue de 1978. Ella se sumó al llamado de las letras y salió en las giras culturales por el territorio nacional, con compaƱeros y compaƱeras poetas āsembrando poesĆa por los pueblosā, segĆŗn el relato de colegas de Cartagena.
Hasta hace unas semanas, los pocos poemas de Lita disponibles en la web aparecĆan dispersos en pĆ”ginas difĆciles de encontrar para quienes no acostumbran a buscar. En la biblioteca de Gorbea, de donde es oriunda, nadie contesta el telĆ©fono o responde los correos. No encontraba por dónde mĆ”s pesquisar, hasta que descubrĆ una cuenta de Instagram āPoetas de Chileā, que sube de forma autodidacta libros completos de autores, siendo Lita la afortunada.
Cuando al fin pude leer su primer libro, Siluetas Extraviadas, de 1969, sus poemas provocaron el mismo efecto que tiene en mà el olor a tierra húmeda, el sabor de una fruta fresca o el canto de las bandurrias por la mañana.
Creo que cuando uno abre un libro o lee un poema seguimos venciendo a la muerte, y volvemos a sentir lo que sintieron aquellos hombres que no poseĆan la palabra escrita y se entregan de voz en voz los secretos del pasado. Escuchemos lo que Lita protegió antaƱo.
Siluetas extraviadas
Ahora que los engranajes del mundoĀ
extravĆan las siluetas de los Ć”rboles,Ā
y el frĆo ancla veleros de inviernoĀ
en la vocación de mirar caminos, luz.
Ahora que la niebla amarrada a la nocheĀ
grita, en la intensidad de la lluvia,Ā
sonreĆr es latidoĀ
apenas un gesto.
Ahora que todo pierde importanciaĀ
lapidar mĆ”rmoles con roja tinta de pupilas,Ā
quedĆ©monos sin quedarnos, quedĆ©monosĀ
en esta curva del camino.
El viaje
Nunca sƩ de la forma
de una rama, ni del agua estancada
del rĆo verdadero.
No entiendo la enormidad de la noche.
Nunca sƩ
de la brevedad del dĆa
y arrollo el silencio
con palabras de nostalgia.
TambiƩn tuve una estrella
que como una
cristalerĆa dorada de luciĆ©rnagas sabias,Ā
desovillaba mis pasos,
jugueteaba en la calle
y se trepaba por la lluvia
haciƩndome seƱas.
Un dĆa no la vi.
¿Dónde? ¿Dónde estaba?
ĀæSe habrĆa ido de viaje
hasta la casa del dolor en donde habito?
ĀæO es que se ha demorado
despidiendo al frĆo
en el andƩn de la existencia?
En el incendio de hojas secas
adentro de mis ojos,
me quedƩ sin la estrella.
Hoy tratan de arrancarme
la alegrĆa
de un invierno en primavera siembra de
niƱo que quisiera beber
la leche de la tierra.
Oro ajeno
En la penumbra,
asidos al umbral de la existencia,
contemplamos el gran ojo del mundo
desorbitado, rojo, escondido,
apoyado en la muralla de su error.
Contemplar
sus inmensas pupilas oscuras, extraviadas.
Ser todos topos y arrastrarnos
en la agonĆa de un mundo enfermizo.
A escondidas,
en una tierra sin nombre, hilando sombras,
construyendo imƔgenes en el tiempo
a través de la insondable inquietud por lo sublime.
Desgarrando velos,
hurgando en las almas paganas.
Ser solamente sombras inadvertidas en la penumbra.
Volver, ir
en el retroceso que mide
a dimensión de la angustia.
Puertos desgarrados
Se debe avanzar aĆŗn
entre esta ciega multitud
de rocas torturadas.
Luchando con la furia que no sabe del Ɣrbol
que agoniza en el desierto,
Todos con muletas,
arrastrando lentamente una ligera embarcación.
Nadando no hemos de hundirnos.
Sabemos que tienen un mundo dormido
entre dos sexos
y un mar preƱado de odio en las arterias.
”Mantener erguido este paisaje
en donde somos viajeros sin descanso,
en las vueltas,Ā estallando en muros y en campanas.
”Madrugadores rumiadores de albas!
”Desconcertados miran puertos desgarrados!
Todo momento
un peregrinar en parajes sin huellas.
Como estamos de pie frente al amor,
de pie frente a la vida,
de pie frente al suplicio,
desafiemos el galope destructivo de las bestias.
Velero al viento
Viviendo como vivimos con angustias
clavadas a esqueletos
arrastrando noches en selladas noches.
Tormentas calando hasta los huesos
remeciendo tierra de sombras,
golpeando el llanto en murallas de piedra
y el grito ardido en huracƔn,
retumba sin dejar ecos
en las dormidas ondas.
A veces Ɣcido el gajo verde
que exprimieron los labios.
Heridos desangrando por la tierra
rebeldes bosques sintiƩndose trizados
hasta en la ósea médula.
Bajando con crujientes carretas a protestar gritando
donde jamÔs rompió barreras el gemido.
Nunca pudo el afilado cuchillo
de mil muertes, ser mƔs leve a la lenta
agonĆa de este ocaso.
Ebrio del zumo amargo de este pozo
de su Ɣspero brocal nos retiramos,
observando desnudas las huellas del abismo.
Cual mercaderes de peces y alas
no encontrando en el desierto
ni una brisa.
ĀæEn vano este cabello suelto?
”No nacimos quebrados
para sentir asà tan fuerte el filo del puñal
que empuƱa epidermis de redes despojadas!
Hemos de trasladarnos en veleros
hasta la casa de septiembre,
portando baĆŗles que albergan
mariposas en crisƔlidas.
