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  • Pablo Ayenao

Un muro derribado es una palabra

Actualizado: 12 abr 2021

Apuntes sobre De la vida cotidiana (Ediciones Inubicalistas, 2019),

de Guillermo Riedemann

Por Pablo Ayenao



Luego de leer De la vida cotidiana (Ediciones Inubicalistas, 2019), de Guillermo Riedemann, pienso que la letra y su porosidad es reflexiva obstinación, búsqueda en la arena. A veces intentamos desdoblar el signo ampliando su eco en el viento. Pero poco importa el eco. Lo que importa es el viento. Corrijo, el eco ampara las voces en su precario derrotero tras el viento. Una porosidad en la letra es siempre olfatear el aire. A veces perseveramos en una estética hundiendo la piedra en el agua. Pero poco importa la piedra. Lo que importa es el agua. Corrijo, la piedra ampara los recuerdos en su frágil derrotero tras el agua.

Pero más adelante hablaremos del agua y su rotunda circularidad.

Octavio Paz en El arco y la lira (1956) señala: “el poema no escapa a la historia: continúa siendo, en su misma soledad, un testimonio histórico. A una sociedad desgarrada corresponde una poesía como la nuestra”. Estas reflexiones de Paz adquieren firme trascendencia después de leer De la vida cotidiana, puesto que los tiempos desgarrados transmutan, mas no por eso abandonan su incuestionable crueldad. Más incuestionable aún es el reguero de la historia, que forja poéticas de diverso fulgor, ampliando y ramificando sus receladas verdades.

Desde Poemas desde Chile (1981) y Para matar este tiempo (1983), hasta De la vida cotidiana (2019), me atrevo a decir que Guillermo Riedemann inscribe un imaginario, territorio siempre en tensión, a contrapelo de los dispositivos de negación y olvido. De este modo se despliega un proyecto escritural en donde transitan, en presente y a través de diversos mecanismos, aquellas voces aniquiladas por la violencia. Pero debo volver a corregirme, Poemas desde Chile y Para matar este tiempo fueron escritos por Esteban Navarro, no por Guillermo Riedemann.

Formalmente, De la vida cotidiana consta de tres apartados. Pero antes de los apartados encontramos dos paratextos, un epígrafe del escritor norteamericano Paul Auster y unas Notas de viaje, de autor desconocido. Ambos escritos nos hablan de los cuerpos, la muerte y la escritura como hechos cautivos, ligados. Viajes concatenados hacia un destino dudoso, quizás invisible, preponderantemente hostil, pero no por eso menos significativo, no por eso menos trascendente.

El primer apartado en De la vida cotidiana se denomina “La forma del cuerpo” y según mi lectura lo cruzan dos ejes, o quizás tres. Veamos. Existe, por una parte, una interrogación sobre la escritura, su producción y sus cauces. Así, el poema “Viernes” nos entrega luces sobre aquel instante de certera dubitación: “La variación de un color / puede hacer la diferencia / entre una palabra y otra, / algo así como la diferencia / entre la vida y la muerte”. En estos versos encontramos no solo un requiebre del tiempo y su desmedido acontecer, sino que dicho tiempo soporta una pulsión escritural que transmuta aquel desplazamiento en un preciso y anhelado significante. Por otra parte, el poema “Solo y a veces” nos señala la imagen mental, quizás inconsciente o quizás trabajada, como proceso anterior al poema; y como es, justamente, anterior a la escritura, está siempre presente, en todo momento, como un designio encaminado a repensar y escarbar en el mundo y en la hoja: “porque los signos tomarán forma / precisa dentro de su cabeza, / se ordenarán como un dibujo / para ser compartidos”. Advertimos así, la sincronía de la letra, agenciamiento de cuerpo y escritura, instalación e inscripción permanente que nunca se abandona. En tanto, el poema “El mundo es una fiesta”, a mi juicio uno de los más logrados del conjunto, nos remite a la soledad del autor y su lectura del universo: “Mirarás el mundo / desde el fondo del patio / de los buenos para nada”. Otro eje que vislumbro nítidamente en este primer apartado se refiere a la memoria como flujo que traspasa las vidas y sus sentidos. Precisamente, el poema “Pasajeros” nos manifiesta: “El hombre que lo mira piensa / que la pequeña caja plástica / lo ha hecho recordar a su padre”. De igual modo, en el poema titulado “Se deja ver” encontramos una sentencia hermosa y decisiva: “La maquinaria de demolición / no puede con las hojas amarillas. / Un muro derribado es una palabra”. En estos versos la memoria recae en objetos cotidianos que configuran tránsitos y que irrumpen en los cuerpos, puesto que les recuerdan sus viajes y sus recodos, así no se extinguen nuestros caminos, una palabra ampara siempre tal desaparición. Un tercer eje presente en este apartado se refiere a una misteriosa dama: la mujer de los ríos. Pero como lo señalamos anteriormente, del agua nos ocuparemos más adelante.

En el segundo apartado, que se titula “El cuerpo de los hechos”, apreciamos una triple escritura. Por una parte encontramos el poema que abre esta sección, poema sin nombre, extenso y que en tono elegíaco nos interpela de forma elocuente y brutal: “Le abrazaron los pechos / Le arrancaron los ojos / Le quitaron los hijos recién nacidos / Le cercenaron el clítoris / Le dijeron que esperara en el cruce de caminos”. Inmediatamente después de finalizado este inagotable poema hallamos una escritura documental, que trata sobre personas opositoras al golpe cívico militar del año 1973 y que fueron detenidas, torturadas y desaparecidas. Acá Guillermo Riedemann, al igual que escritoras como Elena Poniatowska y Svetlana Alexievich, presenta hechos desnudos, documentados, voces y más voces, y solo con eso basta. Me quiero detener en una de las personas referidas: Marcelo Salinas Eytel. Y me detengo aquí porque recuerdo un poema del escritor Guido Eytel que leí hace poco tiempo y que le dedicó a su primo Marcelo Salinas Eytel. Pero aunque el poema lo leí hace un par de meses, lo había escuchado varios años antes. Guido lo leyó en el frontis de la Dirección de Extensión y Vinculación con el Medio de la Universidad de la Frontera, para una ceremonia del día del libro, unos diez años atrás aproximadamente. Esa tarde Guido también nos habló de su primo y de la lucha por la justicia que ha afrontado la familia. Me gustaría recordar ahora con mayor precisión esas palabras, pero no puedo, mi memoria comienza su declive. Por último, entre la documentación referida sobre personas víctimas de la dictadura cívico militar, encontramos una tercera escritura, en prosa y que bien podría denominarse “esa gran zanja llamada Chile”: “Un día fue tal la acumulación de cuerpos sin vida en el foso, que se dispuso sacarlos y ordenar su traslado y depósito lejos de la zanja”. Creo que la elocuencia y claridad de esta escritura evita mis consideraciones.

El tercer apartado, que lleva por nombre “La mujer de los ríos”, comienza con un epígrafe metaliterario del escritor austriaco Hermann Broch. La pregunta sobre el sentido de la poesía y su relación con nuestras acciones y omisiones, entonces, abren y determinan dicha sección. Adentrándonos propiamente en el texto, descubrimos, por una parte, una sistematización enunciativa de la violencia ejercida hacia los cuerpos, como se aprecia en el poema “Anuncios del horror”: “Lo dejaron desnudo encima / de un somier de alambres / y le aplicaron la punta / de algo metálico en la lengua, / en los testículos, / en el ano”. De igual modo, en el poema “Páginas sociales” hallamos no solo una enumeración de los tormentos, sino que el destino final de estos cuerpos: “Expulsado de su casa a medianoche / Encerrado en un camión frigorífico. / Colgado de un gancho carnicero / Arrojado a un calabozo sin ventanas. / Lanzado al mar”. Por otra parte, en “La mujer de los ríos” se construye otro núcleo de significación, que se refiere a la rotunda circularidad del agua que anunciamos anteriormente, puesto que dicha circularidad también se encuentra presente en el primer apartado, “La forma del cuerpo”. Por cierto, la preeminencia del agua como elemento simbólico no lo inferimos de la nominación del apartado “La mujer de los ríos”, sino que de sus actos. Así, en el poema “Círculos concéntricos” se configura una performance iniciática: “La historia de una mujer de los ríos / que llega al comenzar el verano, / a un pueblo en medio del bosque. / Una mujer con la misión / de iniciar a los jóvenes en el baile”. En el poema “Fracaso”, en tanto, se yuxtapone agua, cuerpo y letra: “Siempre escribía para la mujer de los ríos. / No lo sabía, menos el comienzo, ni para qué, / y de eso hace más de todos los años”. Señalamos, entonces, desde una óptica muy subjetiva, que la mujer de los ríos es la misma escritura que como el agua, la vida y la memoria, circula, recorre meandros y llega a un lugar incierto, como el mar, que a veces se nos presenta embravecido y a veces, casi nunca, plácido y adormilado.

En síntesis, de forma manifiesta, De la vida cotidiana aúna y concentra ciertos tejidos —memoria, cuerpo y escritura— con el lenguaje, la política y el documento. Instala voces, poéticas y paratextos que desentierran/desenmascaran los discursos y actos encaminados a congelar la memoria, fosilizarla para así nunca volver a ella.

Por último, quisiera referirme a cierta referencialidad de la obra poética, de toda poética. A esa óptica y a ese metal que la hace una y sola una, más allá de sus ramificaciones. Cuando a la escritora austriaca Elfriede Jelinek le consultaron por su alejamiento de la política partidista y su dedicación a tiempo completo a la literatura, ella dijo: “yo no he perdido nada de mi anticapitalismo y de mi odio a la injusticia social. Creo haber llevado bien mi tarea política en mis libros”. Al finalizar De la vida cotidiana creo que la respuesta de Jelinek se cruza, requiebra, germina y se expande inexorablemente, como el agua de mar que es alimentada por tantos ríos, por tantas cuencas que convierten toda tarea cuantificadora y de reconstrucción histórica en trágica e ineludible.


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