"Las palabras se levantan de la tierra". O el llamado urgente de nuestro tiempo
- Ricardo Herrera Alarcón
- hace 17 horas
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Por Ricardo Herrera Alarcón

La poeta Sylvia Cortés Bello presenta su segundo libro de poemas, luego de Sueño y memoria del año 2023. El nombre Las palabras se levantan de la tierra remite a dos cosas: la primera a un fenómeno alquímico y es la idea de observar el hecho físico de un conjunto de enunciados elevándose entre las plantas y las piedras, entre las hojas y la hierba. La segunda es un indicativo, la afirmación de que siempre las palabras verdaderas están ligadas a esa mezcla de arcilla y barro, de cántaros molidos, de linaje y antepasados descompuestos. La primera es una idea occidental, la segunda es mapuche y tiene reminiscencias orientales y láricas.
En ambos casos Las palabras se levantan de la tierra es el título de este libro y la puerta de entrada a su universo. La poeta rusa Marina Tsvietáieva (quien me ayudó en la sombra para la escritura de este texto) señala en un ensayo de su libro El poeta y el tiempo, que el enemigo más terrible para un poeta es lo visible. Cito: “Un enemigo al que solo puede vencer a través del conocimiento. Esclavizar lo visible para servir a lo invisible —esa es la vida del poeta (…) Y cuánta tensión de la vista exterior se necesita para transformar lo invisible en visible (…) Lo visible es el cemento, los pies sobre los que se apoya la obra”. Esclavizar la realidad, dice la escritora rusa, así como Huidobro le plantaba a la naturaleza su Non Serviam, en la cara. En Sylvia, las relaciones que la poesía establece, sus símbolos, vienen de esta doble relación entre lo visible y lo invisible, en la forma en que traspasa la experiencia al lenguaje; en que rescata de lo vivido, más que los hechos, su perfume: “Me quedé escuchando el sonido / de la llave en la puerta / y tus pasos lentos / por el pasillo de la casa” (“Trasnoche”); “La vida nos abraza y nos consume / como leños / invadidos por el fuego / en la vieja hoguera” (“La vida”); “Mientras escuchas el ronroneo del gato / la vida se escapa por cada puerta” (“Instantes”).
Eso hace la poeta en este libro: detenida en algún lugar de su casa, escudriña el lento respirar del mundo, da cuenta de esa realidad escondida, revela lo que se oculta. Luego sale, necesita salir, ya que afuera ocurre la vida, y observa lo que nadie ve. La poesía de Sylvia es una poesía de espacios abiertos, semejante a los maestros del haikú recorre, anda y aparecen esos poemas estacionales que nos recuerdan a Basho, a Issa: “Ya viene el día galopando por la montaña / cargando la esperanza y los sueños. / La noche se queda oculta en los rincones / escuchando la voz de los insectos / que emerge desde la bella fragilidad” (“Amanecer”); o este otro: “Un concierto de chicharras se oye / a lo lejos en el trigo. / El verano es intenso, / los segadores buscan la sombra / de los tilos para cubrir sus espaldas, / donde el sol quemante / ha tatuado su nombre” (“Verano”). O este haikú perfecto: “Refresca el rocío / el canto del gallo. / Amanece”.
Los ejemplos de estos poemas estacionales se repiten a lo largo de todo el libro y hacen que la poesía de Sylvia dialogue tanto con el haikú como con otros poetas de la naturaleza. Sus relaciones con Mistral son evidentes en el poema “Troncos”, donde los árboles han quedado con las raíces destrozadas por el hacha humana, en un diálogo intertextual con “Tres árboles caídos”. El gesto de los árboles alargando sus brazos hacia el otro, en el poema de Mistral, la herida que supone el abandono, ese fundirse con el dolor y el ruego, los asume también Sylvia en su texto: “Allí quedaron los troncos de los árboles / degollados por las hachas humanas / que han truncado sus raíces. // Quedaron muertas en medio del potrero / con las lenguas cortadas / y las palabras mudas”.
Vuelvo a Tsvietáieva, según la cual el poeta recibe en su trabajo “un encargo del tiempo”. Ella se refiere a la revolución rusa, a la revolución en general y ese llamado urgente de la época en la patria de los soviets. Cito: “El tema de la Revolución es el encargo del tiempo. El tema de la exaltación de la Revolución es el encargo del Partido”. El encargo político hecho a un poeta es un encargo equivocado, dice la autora, no es un encargo del tiempo. Un poeta solo puede recibir encargos del tiempo, de su tiempo. Cito: “Los encargos que el tiempo me hace son mi tributo al tiempo. Si toda creación, es decir, toda encarnación, es un tributo a la naturaleza humana, este es el máximo tributo a la naturaleza (…). El poeta sirve de mejor manera a su tiempo cuando se olvida completamente de él (…). No es contemporáneo quien grita más sino, a veces, quien calla más”. Me parece que en estos poemas en apariencia intemporales, apolíticos, alejados de lo contingente, es donde está quizás de mejor forma reflejado este tiempo convulso en que nos ha tocado vivir. Y la necesidad urgente de detenerse, de volver a creer en las palabras, de establecer formas más humanas de convivencia.
Y es aquí donde quiero yo también detenerme, en la densidad de la reflexión intelectual que la poesía de Sylvia nos propone y que me hace pensar en Emily Dickinson, la poeta secreta, casi inédita en vida salvo por 12 poemas publicados en forma anónima. En la antología Zumbido, con traducciones de Winter, Zondek y Olavarría, se destaca quizás su mayor aporte a la poesía universal: “la tensión que construye entre la aparente cancioncilla y la densidad de pensamiento, entre lo que oculta y lo que revela”, destacando igualmente su carácter metaliterario. En Sylvia también existe una honda reflexión sobre las palabras y su sentido: las hay de colores, como cuchillos o cascadas, las que desordenan los días apenas abrimos los ojos, las que cuelgan de las alas del viento, las que son un vómito frente a la ignorancia, las palabras que, a pesar de los años, se mantienen intactas en el oído como si por primera vez fueran dichas. Sylvia también, de alguna manera, es una poeta secreta y ha mantenido su oficio oculto durante largas décadas. Sylvia también, al igual que Dickinson, va de la naturaleza al misterio, de la intuición a la certeza. En un artículo a raíz de la publicación de Algunas cartas de Rainer María Rilke, Tsvietáieva reflexiona que “no quiero hablar de él, alejándolo y apartándolo, haciendo de él un tercero, un objeto del que se habla, algo fuera de mí”. Luego sintetiza: “Mientras el objeto esté dentro de mí, él y yo somos lo mismo”. Yo creo que Sylvia logra, en muchos momentos de este libro, atraer los objetos hacia ella, realizar esa compleja operación en que se fusiona el que habla y el motivo de su hablar, eso que el mismo Rilke llamó los recuerdos que se hacen sangre y se olvidan y luego aparecen una tarde cualquiera sin que sepamos muy bien cómo y por qué.
Alguna vez escribí un artículo titulado “El arte de perder en la poesía de Sylvia Cortés”. Allí expresaba algunas características de su obra en relación con el clásico poema de Elizabeth Bishop, donde la autora norteamericana señala la necesidad de desprenderse de lo que te ata, de lo que te ancla sin permitir alzar las naves de regreso hacia ti mismo. La hablante hacía suyo el magisterio de Bishop y aprendió el arte de perder. Sabe que la vida, más que ir sumando cosas, es irse despojando de ellas, de cachivaches, de anclas, de personas. Sabe también que la muerte está ahí, y es una presencia amiga, alguien o algo que la acompaña y, quizás, la ha acompañado desde siempre. Hoy creo que Sylvia profundiza esa idea del ir despojándonos de lo que no nos ayuda en nuestro devenir. Y más que eso, nos pide enfrentarnos a lo que hemos sido, mirarlo de frente sin miedos ni remordimientos. El arte de perder en la poesía de Sylvia es el arte de recordar para dejar dormir las cosas, los instantes, las personas. Que descansen en paz en estas palabras escritas con la serenidad que adviene luego de la lluvia. He señalado las fuentes de la que bebe la compleja simpleza de esta poesía: Bishop, Mistral, Dickinson. La gran poesía aquí presente. Lo visible y lo invisible reunidos en un mismo rostro. El llamado del tiempo que llega a nuestra casa se sienta con nosotros a la mesa y luego nos hace dormir apagando las luces.
Si el arte no hace más que entregarnos la potencialidad de una respuesta, si el arte es una extensión de la naturaleza (según Tsvietáieva) les invito a escuchar la voz de Sylvia Cortés Bello y sus respuestas al llamado urgente de nuestro tiempo.
La poeta, con su profunda vocación por la lectura y la creación poética, nos recuerda que la palabra es memoria viva. En cada verso, sin duda, vibra el eco de los antepasados, la voz de quienes la precedieron y que ella logra traer al presente con una sensibilidad única. Su mirada poética ilumina lo que para muchos pasa inadvertido: los pequeños gestos, los silencios, las raíces que nos sostienen. Su obra es un testimonio de conexión y trascendencia, de belleza que nace de lo cotidiano. Espero con gran entusiasmo esta nueva publicación, segura de que volverá a conmoverme con su lucidez y su ternura. (Destaco que este libro se encuentran poemas a mi madre y hemano, ya fallecidos) Felicitaciones tía.