Adelanto de “Revisando la frontera”
- Viaje inconcluso
- hace 3 horas
- 4 Min. de lectura

Entre los meses de mayo y julio, en la Biblioteca Comunitaria Guido Eytel de Temuco se llevó a cabo el Taller de periodismo literario: Revisando La Frontera, dirigido por los escritores Claudia Jara Bruzzone y Cristóbal Gaete. Junto a Fernanda La Luz Figueroa, Luciano Benítez Leiva, Charlotte von T., Katherine Chávez Zárate, Mabe del Mar, Diego Rosas Wellmann, Francisco Henríquez Morales, Dante Lonkon, Nelson Soto Santibáñez y Katherine Zúñiga Oyarzún, revisaron distintos géneros del periodismo literario: crónica, perfil, entrevista, reseña y ensayo.
El taller fue un espacio de conversación, lectura y escritura colectiva que permitió explorar las potencialidades del periodismo literario y abrir nuevas miradas sobre historias y memorias de La Araucanía.
El proceso culminó con la edición y publicación de una selección de los mejores textos escritos en el espacio, los que retratan una variedad de escenarios y personajes del pasado y presente de la región.
Como adelanto, compartimos en esta página la crónica El Pantruca, de Katherine Zúñiga Oyarzún, uno de los textos que integran la publicación colectiva.
El libro compilatorio será entregado de manera gratuita en la actividad de cierre, abierta a toda la comunidad, que se realizará este sábado 23 de agosto a las 18:00 horas en la sede del Colegio de Periodistas de La Araucanía, espacio que aloja a la Biblioteca Comunitaria Guido Eytel, ubicada en Tiburcio Saavedra 1430, Temuco.
El Pantruca
Por Katherine Zúñiga Oyarzún
El aire adentro era espeso. O eso quise creer cuando la puerta del baño no abría desde adentro y la manilla giraba en falso. «Dicen que hay mala energía ahí», me habían advertido segundos antes. No sabía que ese sería mi primer encuentro con la historia del Pantruca.
Fue durante una de mis visitas rutinarias a la cárcel de Nueva Imperial cuando, por azar, me topé con ese nombre. No fue el apodo lo que me llamó la atención, sino el hecho de que alguien lo mencionara como quien nombra a una presencia conocida.
Ese día me recibió la psicóloga de la unidad. Mientras conversábamos sobre temas laborales, sentí ganas de ir al baño. Ella, muy gentilmente, se ofreció a acompañarme. Caminamos unos pasos, cruzamos una bodega y llegamos hasta un baño cerrado con candado. Mientras buscaba las llaves, soltó con tono casual:
—Aquí se suicidó un interno.
Me detuve. La miré y pregunté:
—¿Otro más?
—No sé. Según un funcionario, fue hace unos meses.
Asentí.
—Debe ser el mismo del que supe—, murmuré. Le pregunté si sabía su nombre.
Negó con la cabeza y luego añadió:
—Ya, listo, entra. Pero te aviso: varios dicen que cuando entras ahí, te da un dolor de cabeza fuerte. Como si al entrar te pescara una mala energía.
Entré. El baño era simple, con una ducha al fondo y una pequeña ventana enrejada. Mientras observaba el lugar, la historia parecía flotar en el aire. Al intentar salir, la puerta no abría. La manilla giraba en falso. Empujé, sacudí la puerta varias veces hasta que finalmente cedió. Al salir, la psicóloga se acercaba preocupada por los golpes. Le conté lo que había pasado y ella, en tono de broma, dijo:
—Capaz que el espíritu del interno no quería dejarte salir.
Minutos después, dos funcionarios de Gendarmería se acercaron. Al contarles lo ocurrido, uno frunció el ceño intentando recordar el nombre del reo que se había quitado la vida allí. Se retiró para consultarle directamente a un interno. Mientras tanto, el otro gendarme comentó:
—Cuando pasó eso, yo estaba de vacaciones, pero igual me avisaron. Me llamaron y me dijeron: «Se mató un hueón, tenís que venir a la unidad». Solo eso. Ni nombre ni detalles.
Le pregunté si había tenido que atender otros casos de suicidio.
—Sí. Me concentro en hacer RCP, llamar a la ambulancia, actuar rápido. No me da pena, solo trato de reaccionar lo mejor posible.
El otro funcionario regresó con el reo. Apenas lo vio, preguntó:
—Oye, ¿cómo se llamaba el que se suicidó en el baño?
—Ah… el Pantruca. No me acuerdo del nombre, pero decían que era de Hualpín. Nadie cachaba mucho de él. Estaba conmigo en el módulo de enfermería por la abstinencia de drogas duras. A veces tenía brotes psicóticos. Ese día andaba normal, aunque algo bajoneado. Era de noche, veíamos el reality. En un corte comercial, dijo que iba al baño. Pasó como un cuarto de hora y no volvía, así que fui a ver. Le toqué la puerta. Nada. Pensé que se había dormido por las pastillas. Empujé con fuerza hasta que logré entrar. Estaba en la ducha. Se había colgado con los cordones de sus zapatillas, que aquí sí están permitidos. Los amarró a la reja de la ventana. Estaba arrodillado. No lo toqué.
Se frotó las manos, mirando al suelo un instante, como si reviviera cada detalle al contarlo.
—Por mi condición de interno... ustedes entienden. Llamé al funcionario. Llegó con otros y llamaron a la ambulancia. En su mano tenía unas monedas, los cuatrocientos pesos para llamar del teléfono público. Capaz quería hablar con algún familiar... pero al final no lo hizo. Era más bien callado. A veces se aislaba.
En internet, solo encuentro una nota breve: «La noche del viernes 04 de enero de 2025, un hombre privado de libertad se habría quitado la vida en el Centro de Cumplimiento Penitenciario de Nueva Imperial. Muerte por asfixia, mediante ahorcamiento».
Nada más. Ni nombre, ni rostro, ni historia.
El Pantruca no era conocido fuera. Su causa no fue mediática. Condenado por robo en lugar habitado, con algunas sentencias menores. En la cárcel, pasaba desapercibido.
Al día siguiente del suicidio su madre acudió a la unidad. Lloró mucho y culpó a los funcionarios diciendo que no habían cuidado de su hijo. Un gendarme le explicó que habían hecho todo lo posible, que lo tenían en enfermería por su historial complicado, pero que quizá le faltó el apoyo familiar. Ella solo siguió llorando sin responder.
Un compañero de celda, que presenció lo ocurrido, me confesó más tarde:
—Me siento culpable. Sabía que él estaba mal y ese día debí haber hecho algo. Yo sí tengo familia que me viene a ver, pero él estaba solo y decía que la vida no tenía sentido.
Hoy, en esa cárcel, el Pantruca es una sombra que ronda un baño cerrado con candado. Pocos lo recuerdan, nadie menciona su nombre. Solo queda su apodo, flotando entre pasillos y silencios.
Una presencia que no se va del todo.
Y una historia que merecía ser contada.
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