[Sueños del contrabando. Ludwig Zeller. Bordelibre Ediciones. 2020. 149 pp.]
Por Juan Manuel Mancilla
Al observar el panorama editorial de las provincias, nos encontramos con una interesante propuesta localizada en La Serena. Su nombre es Bordelibre y de los títulos publicados destacan las colecciones Abalorios y Ermitaño, entre cuyos nombres figuran Stella Díaz V. (Tiempo, medida imaginaria, 2013), Ximena Adriasola (Espejo del silencio, 2014), Rolando Cárdenas (Tránsito breve, 2016), G. Mistral (Locas mujeres, 2018), H.D. Casanueva (La hija vertiginosa, 2019) y L. Zeller (Sueños del contrabando, 2020). Este último es el texto que comentaremos del poeta y artista visual Ludwig Zeller (Río Loa, 1927 – Oaxaca, 2019).
Dice en la contraportada: “es un libro que invita a «descifrar» la escritura y visualidad desplegada en cuatro libros publicados por Ludwig Zeller en la década del sesenta: A Aloyse (1964), Las reglas del juego (1968, con ilustraciones de Susana Wald), Los placeres de Edipo (1968, poemas y collages) y Siete caligramas recortados en papel (1969)”.
La edición, además de los poemas, collages y caligramas, cuenta con ilustraciones de Susana Wald. También contiene un prólogo de Jorge Polanco y un postfacio de Diego Sanhueza, ambos escritores y académicos expertos en poesía y visualidad. En el caso del primero, escribe:
la poética de Zeller expande —junto a otras que sería necesario sopesar— las dimensiones que ofrecen las letras subsumidas por la ley, los interdictos y, en general, las vigilancias de lo decible. En el doble estado de la palabra y de la imaginación, la poesía transgrede subvirtiendo los hábitos del significado. (15)
Tal como sostiene Polanco, es importantísimo destacar el potencial político y poético que el surrealismo reactualiza. En efecto, este ismo de vanguardia funciona como detonador de la razón instrumental y utilitaria, más aun cuando la obra poética de Zeller transita por una doble vía en la que colisionan imágenes y palabras, cuya intersección no es una simplificada yuxtaposición que ilustra poemas o versifica imágenes, sino una instancia de insubordinación a los reglamentos y tiranías del sentido masivo que la cultura y los regímenes estéticos detentan.
Por su parte, Sanhueza entrega importantes detalles sobre las obras reunidas en la edición. Por ejemplo, en una nota al pie, refiriéndose al libro A Eloyse, declara:
En comunicación personal, Susana Wald informa que se hizo una edición de A Eloyse en 1994 en la ciudad alemana de Hannover. El poema fue impreso en una cinta que luego se presenta en edición de 13 ejemplares como una cinta de Moebius. Está guardado en una caja de madera y lleva como ilustración un Mirage original. (Los mirages son obras en colaboración hechas por Zeller y Wald, con collage, dibujo y pintura). (137)
Poesía y visualidad. Walter Benjamin propone en su archiconocido ensayo sobre la reproducción técnica del arte (1936) la noción de “inconsciente óptico”, refiriéndose a la expansión de la mirada producto de las tecnologías visuales (fotografía-cine) inventadas y que artificializaron las capacidades del ojo humano. Así, el mundo apareció reconformado producto de la observación mediatizada por los aparatos. Por supuesto, el arte no se restó del influjo y las vanguardias artísticas, en especial el surrealismo, también influido fuertemente por el psicoanálisis, y exploró esta nueva porción de la realidad antes nunca experimentada, extremando la observación ya no tanto más hacia el mundo exterior, sino hacia el mismo universo interior de cada sujeto, es decir, hacia la exploración “visualizada” de la mente y su parte incógnita, el inconsciente. De tal manera, la posibilidad de ver, y poder ver una y otra vez las imágenes, provocó la ampliación del campo perceptivo hacia lo in-visible. Esto significó introyectar nuestra propia imposible posición en la escala de la realidad. Pues bien, las imágenes y poemas de Zeller se encuentran en esa serie des-armada que intenta explorar los extramuros de nuestra conciencia racional. En este sentido, por sus collages, caligramas, montajes y poemas visuales, amplían lo desplazado por la racionalidad, gatillando la liberación de la imaginación. Sus imágenes-textos nos inducen en el infraespacio de lo onírico, en el submundo de las latencias, nos llevan al desborde del tiempo y el espacio: apertura no de lo irracional, sino a lo que está más allá de los dominios de esta. Ejemplo de aquello son la serie de poemas que conforman parte del libro Los placeres de Edipo, que comentamos a continuación.
Primeramente, pensamos que el autor invierte la tradición trágica heredada de la civilización griega, transmitida literariamente para occidente en el extraordinario dispositivo teatral de Sófocles. En este caso, el mito de Edipo (pies rotos, el de los pies hinchados) conocidísimo personaje atado al mal sino, figura paradigmática del sufrimiento, padeciendo tormentos, pesares y flagelos desde antes de nacer hasta su misma muerte. Sin embargo, en los poemas de Zeller, su Edipo transita por otras vías, menos tortuosas o, al menos, que lo llevan a sentir y observar el placer que todo humano merece saber: la luna sexualizada (84-85), las hormigas erotizadas (69-89), el espejo con la imagen desdoblada del propio cuerpo visto con otros ojos, con un sentir ajeno y extrañamente atractivo, lascivo, placentero, furtivo (90-96) o las hermanas Brönte esperando al amado imposible (94), son algunas de las posibles dimensiones por las cuales se encamina este Edipo “triunfante” (114).
Por otra parte, en el texto “IV La observación atenta” (76-77) vemos que en el despliegue de ambos textos, la yuxtaposición conforma una imagen dialéctica que no solamente funciona como mero complemento, sino más bien como un enfrentamiento, una colisión cuya fricción abre la imaginación. Es decir, esta “observación atenta” que el título presume se apertura en una doble significación, en tanto atención concentrada, como la del vigilante o el censor que detecta, racionaliza y contabiliza datos, pero también la doble mudez invoca lo que “atenta” contra algo, y ese algo es el asedio del vacío de la página (76). La hoja en blanco como la mente en blanco que contiene el vacío, sus texturas, sus dimensiones, el vacío activo colmado de sentidos, desbordante de impresiones. Vacío como centro y periferia de la imaginación sensoria superestimulada, la mente imaginando cosas inexistentes echando a correr los ojos por la hoja. Observación atenta, pero también a tientas, dejando los sentidos escapar de la o/prisión racional, imaginación tentada y desatada de la venda racional que tamiza/tematiza y que incluso, traumatiza, toda experiencia postreflexiva.
La serie de textos continúa en el poema “V La anunciación” (78) y “El peligro de los observatorios” (79), donde nuevamente observamos una colisión, cuya lectura forma una especie de contraluz entre las imágenes, sus aparatos (telescopios, engranajes, maquinarias y cuerpos humanos y animales) y el texto verbal, que por lo demás se trata de una cita, con lo cual estaríamos frente a un montaje intertextual, un copy & paste que interviene controversialmente el sentido prefigurado por la ciencia y la racionalidad, tanto para los aparatos e inventos científicos, como así también para las disposiciones y reglamentaciones sociales, ya que el peligro al que alude el texto es precisamente todo cuanto atenta contra el principio del placer, cuestión que por siglos ha sido el coto y caza del “malestar cultural” de los sujetos enfrentados al poder, la opresión, la libertad y los deberes:
Otardo, Rey de Gales, preocupado por la propagación constante de herejías ordenó a sus súbditos —ariscos y de costumbres primitivas—, la destrucción hasta sus cimientos de cualquier torre o atalaya que pudiese servir para observar o adorar la luna. Seguro como estaba del hechizo que las formas nocturnas toman en la mente de quienes se exponen a esa luz, llenando el interior de sus cráneos de larvas que los desdichados ven en forma de hermosas mujeres, más de una vez se hizo encerrar en una cámara oscura cuando padecía fiebre. Al correr de los años este terror aumentó su misantropía y se le vio vagar a escondidas por los umbrosos bosques a la luz de su enemiga, muriendo de un ataque de «delirium lunatis», devorado por lobos hambrientos. Su muerte es el ejemplo de lo que habría querido evitar y la destrucción de los observatorios un signo de su clarividencia. (79)
En síntesis, el lector encontrará entre sus manos un material valiosísimo tanto por la anchurosa recopilación como por el contenido rico en cuanto viene a agregar una obra que precisamente se presenta como una resistencia frente a los embates hegemónicos de la racionalización del mundo, la cultura y los dispositivos visuales hegemonizados, pues combate el “único” sentido, disuelve la univocidad de un código (visual y ortográfico) y plantea evasiones para un contexto que, a como dé lugar, pretende sujetarnos en estructuras monolíticas que condenan o rechazan toda discursividad que desafíe la ordenanza de la calle con sentido único. Ludwig Zeller aquí entre sus páginas nos lleva a transitar azarosamente por los senderos múltiples e incógnitos de un arte pormenorizado: el camino como verso, la imagen como universo, ambos desplegados en su dimensión impulsiva y utópica. Polanco se pregunta ¿cuál será el lugar de Zeller en el Chile de hoy? (Prólogo, 15). Tentamos a responder que ante un presente que nos devuelve a una realidad pasada llena de asesinatos, edictos y bandos, este libro nos invita a vaciarnos de sueños en el contrabando de la poesía sin arresto.
Para finalizar y retomando la idea de lo que se publica en provincia, sin duda los editores de Bordelibre asumen el doble riesgo de editar poesía y publicar, además, obras que dentro del corpus de los mismos autores no figuraron precisamente entre las más “afamadas”, destacándose tanto la persistencia y la voluntad de generar un catálogo que a todas luces se muestra como uno de los más sólidos en cuanto al contexto de las así llamadas “pequeñas editoriales” nacionales, que son notables por eso mismo, no pretender engrandecerse.
Comments