top of page

Algunas notas bajo «Escrito sobre arena»

  • Ricardo Herrera Alarcón
  • 4 ago
  • 4 Min. de lectura

Por Ricardo Herrera Alarcón

 

ree

Nadie escribe sobre la arena (la arena como superficie, no tema), Gerardo Araneda es el último poeta en hacerlo y el primero en plasmar esta escritura en un libro. Esto es arena, podría haberse llamado este libro como quien dice Esto es agua, el texto de David Foster Wallace. Como Foster Wallace, Gerardo hace suya la perplejidad frente a lo, aparentemente, natural. «Habíamos permanecido demasiado tiempo en la vida y creímos que eso era natural», dice Eduardo Anguita. Pero sabemos, este libro nos lo recuerda, que no lo es. Las palabras, la vida quizás, son un susurro entre una y otra oscuridad.

«Dos peces jóvenes nadaban juntos y se encontraron con un pez mayor nadando en dirección contraria, quien les saludó con la cabeza y les dijo: "Buenos días, muchachos. ¿Cómo está el agua?". Los dos peces jóvenes siguieron nadando un rato, y finalmente uno de ellos miró al otro y dijo: "¿Qué demonios es el agua?"». Así comienza el discurso del escritor norteamericano frente a un grupo de egresados de humanidades en una universidad gringa.

Pues bien: Gerardo cuando escribe nunca pretende ser un pez viejo y sabio, aunque a ratos lo parezca. Es más bien un sujeto que viene a compartir un camino, un tipo de bar con el que te bebes una cerveza sin hablar grandes cosas, sin quejarse de lo mala que es la vida, sin celebrar demasiado lo bueno que pueda ser. Los que han hecho del bar su segunda casa, como decía Cárdenas, sabrán a lo que me refiero.

Quizás este libro de Gerardo pone en entredicho el romanticismo y lo cancelado que pueden estar símbolos como la arena y el mar en la escritura. O el amor y los crepúsculos. Está claro, al menos para mí, que ha optado siempre por la poesía y, este último tiempo, por hacer pública esa opción. Y que ha sido una conversión difícil para su alma underground. Esa actitud adolescente de negar lo que hacemos, lo que somos, es en realidad una actitud antiadolescente. Me parece que el personaje histórico se ha negado, como queriendo trasladar a la vida la teoría del hablante textual y su dicotomía con el sujeto real. Soy un lector de la poesía de Gerardo y solo puedo agradecer que nos quiera regalar cada cierto tiempo estos escritos guardados secretamente durante décadas. Esa distancia hacia su propio trabajo, lo he dicho en otra oportunidad, me recuerda a Rubén Jacob, el extraordinario autor de The Boston Evening Transcript. Y es también la actitud de una amiga cercana, Sylvia Cortés Bello, que hace algunos años decidió desprenderse de lo que venía macerando toda una vida.

Los poemas de Escrito sobre arena (Bogavantes, 2024) tienen algo de lo efímero del gesto escritural que los origina y también del tiempo. Este libro es un reloj de arena que empieza a funcionar cada vez que lo abres y cada vez encuentras un nuevo poema, nunca el mismo. O una página distinta, como lo imaginó Borges, una ola diferente. Son poemas breves como la espuma, la belleza o la felicidad y quizás habría que rastrear en esos autores que el autor indica en la introducción que contextualiza el presente trabajo. Allí señala que en verano asistía regularmente a la playa de las Ágatas, donde tenía un ritual de lector, y nombra algunos poetas como Li Po, Seferis y Teillier. Los tres pueden ser una síntesis de su poesía. El goce del instante, ese deseo por querer atrapar la vida, sin duda lo toma de Li Tai Po, como de Seferis recoge el viaje y el mar, y de Teillier la nostalgia. De los tres juntos el asombro y la fugacidad, un rebelarse contra el tiempo a la vez que se le asume con resignación. Son tres poetas, además, que trabajaron la forma del haikú, la síntesis poética como una forma de atrapar el instante.

La brevedad en poesía siempre es engañosa, así como los poemas largos guardan trucos y recovecos escondidos. En ambos casos uno debe descubrir esos túneles secretos que conducen al sentido del poema. La oscuridad no goza de buena salud en estos territorios, ya no es sinónimo de revelación o misticismo, quizás nunca lo fue. Quien haya encontrado metafísica cubierta de amapolas, puede quedarse con ella no más, decía Alejandro Pérez en Desencanto general, un libro clave para entender la sensibilidad post utopías. Los poemas de Escrito sobre arena reconocen en la intimidad una nueva forma de la política, o parecen indicarnos que esa memoria es la única que abriga, el único lugar seguro donde encontrar sosiego. «Nosotros, los comunistas de entonces, ya no somos los mismos”, me dice el poeta Juan Lobos en su poema «Dinero vil metal»: «es tan corto el cigarro y tan largo el vicio / porque en noches como esta lo tuve entre mis dedos, mi alma no se contenta con haberlo prendido», me va repitiendo. Esa ironía posmoderna parece no tener cabida aquí. Extrañamente, Gerardo Araneda, el loco Gerardo, no traslada a su escritura esa particular forma de humor que tiñe sus conversaciones y las relaciones que establece con el mundo. Su poesía es lírica, su tono es serio, pero en voz baja, no cantos, no discursos, no entramados verbales, no catedrales de la palabra, a menos que sean de espuma.     

Así nos pide también que cerremos los ojos y escuchemos lo que nos quiere decir desde Horóscopo de sagitario hasta este libro: ser conscientes de nuestra existencia, de que no es un juego, de que nuestras elecciones estéticas son siempre elecciones vitales. O viceversa. Que la realidad es ficción y la ficción literatura. Y la vida privada quizás la única utopía que no debemos condenar al fracaso.


ree

Comentarios


  • Instagram
  • Facebook

©2021 por Viaje inconcluso. Creada con Wix.com

bottom of page