Por David Álvarez*
Todo discurso emana de un lugar. En poesía, esos lugares han sido diversos, cada uno conformando una estética (o poética) singular: el bosque, la ciudad, la aldea o la alcoba son solo algunos ejemplos. Sin embargo, el libro de Luis Riffo, Casi nadie (Bogavantes, 2015), parece inscribirse en una poesía del no-lugar. No estamos ante una poética de "la ciudad" en mayúsculas, sino ante una que explora el paradero de la micro, el trayecto de regreso a casa o la salida del trabajo. Aunque reconocemos de inmediato la experiencia urbana, los poemas están marcados por un constante desplazamiento del sujeto a través de esos no-lugares.
El regreso a casa nunca es triunfal,
pero un subrepticio alivio se respira:
la sensación de haber sobrevivido
a la derrota de una sangrienta batalla.
Por ello, más que de lugares, estos poemas reflejan una actitud de sospecha hacia la evidencia de lo cotidiano. Son poemas que manifiestan desconfianza ante los roles sociales y todo aquello que "hay que hacer". En este espacio particular que es el poético, una voz nos invita a dudar de esas certezas:
Saco de mi bolsillo monedas incomprensibles
fichas de un juego desconocido
y subo a un bus lleno de extraños
pasajeros sin origen ni futuro.
Leyendo estos poemas me resulta inevitable pensar en el filósofo coreano Byung-Chul Han, quien utiliza el concepto de "violencia neuronal" en su libro La sociedad del cansancio para describir las formas de autoagresión del sujeto moderno, caracterizadas por un exceso de positividad. Según Han, ya no enfermamos por represiones, sino por la imposibilidad de cumplir con los ideales de felicidad que nosotros mismos hemos creado. En todas partes encontramos este exceso de positividad, esa obligación de proyectar una autoimagen feliz, exitosa, que comienza nuevos proyectos. Una promesa imposible de sostener, y por eso enfermamos. Los poemas de Luis parecen ser plenamente conscientes de esa violencia neuronal que nos obliga a proyectar un ideal del yo del cual, en última instancia, no estamos tan seguros. Me inclino a pensar que esta poesía surge de la experiencia de extrañamiento frente a nuestra propia imagen. Por ejemplo, el extrañamiento que aparece al leer nuestro curriculum vitae o al revisar nuestro perfil de LinkedIn, cuando somos conscientes de que lo que vemos es, en realidad, la proyección de un yo ficcional.
La estructura del texto sugiere un cierto orden: primero el tedio de lo cotidiano, luego la fuerza del deseo de una mujer, y finalmente la consciencia de la escritura. Son los capítulos del libro que organizan tres temas en Casi nadie. Desde luego, siempre es posible interpretar un texto de acuerdo a la forma que nos propone; sin embargo, me permito ir un poco más allá para proponer otra, una que no impone un orden, donde estos tres momentos poéticos coexisten en la misma experiencia cotidiana, simultáneamente, sin evolución. De esta forma, la voz poética romántica del segundo capítulo no sería simplemente una traducción de la experiencia vivida que busca preservarse en la palabra, sino una experiencia en sí misma: un placer intrínseco del lenguaje. Por esa línea, estaríamos ante una poética que es consciente de su propia fragilidad al intentar captar la experiencia con la palabra.
Es posible que un exceso de consciencia sobre el acto de escribir sea, en sí mismo, una forma de aburrimiento de la palabra. Quizás toda metaliteratura sea, en el fondo, un profundo ejercicio de tedio. Los poemas de Casi nadie nos invitan a atesorar ese tedio, a instalarnos en esa nada, para que poco a poco surja, tímidamente, aquello que se le opone: eso sobre lo que tanto se ha escrito y sobre lo que se seguirá escribiendo, esa fuerza motriz que es el deseo.
Selección de poemas
Esta mañana una llovizna
moja el cemento del patio
y las palabras se desenredan solas
como si otro mundo fuese a surgir
detrás de estos sonidos mudos,
pero es solo la tristeza sin objeto
que siempre llega con la lluvia.
Esta mañana es un tiempo cualquiera
que se disgrega en múltiples direcciones
con la intención tal vez inútil
de abarcar un espacio apenas separado del sueño,
cuando ninguna palabra se ha proferido
y solo el cemento húmedo dialoga en voz baja
con las lentas gotas.
Esta llovizna evoca cierto desamparo:
el agua en el aire se reduce a un accidente
menos duradero que la nostalgia
del que mira por la ventana su propia imagen
confundida con el invierno.
El suelo era fértil
en los patios de la infancia
y había árboles a los que trepábamos
para desafiar nuestros miedos
y comer cerezas moradas
junto a una muchacha cuyo vestido
se enredaba en las ramas.
Nada de eso hay en este patio de cemento
donde el agua traza signos que se diluyen
como el rostro del que mira
a través de esta ventana empañada.
Vida interior
El hogar, el viento y la lluvia
son solo metáforas de quienes se refugian.
Por más que alimentemos el fuego
y reforcemos los techos y recubramos las grietas,
el agua y el aire frío buscan un resquicio
para calarse hondo, bien hondo, en toda la casa.
Los límites del día
Me levanto a buscar
mi cara en el espejo.
Imagino el mundo paralelo
en el fondo del azogue,
la inquietud simétrica,
la réplica exacta del tedio.
Nada de paraísos perdidos
ni eternos retornos
ni el fin de la historia:
Tan solo un día de trabajo
que empieza a apagarse
con la primera luz del día.
Otro Narciso
Ya no sé quién soy
ni quién quiero ser.
Me pierdo en mi
propia búsqueda
como un ciego
frente al espejo.
Adaptación
Diferir lo menos posible de los otros
hasta ser un otro para uno mismo.
Anagnórisis
Estamos juntos
casi todas las horas
de todos los días
de todos estos años,
tanto tiempo y tan cerca,
que debemos salir
de todos esos años,
de todos esos días,
de todas esas horas
para poder estar
un rato juntos.
Un tren con poemas
Te mereces, hermosa, el mejor de los poemas,
un libro entero de magníficos poemas,
un tren repleto de poemas de amor intenso
sin hipérboles ni eufemismos,
versos que vengan directo desde la vida
hasta la medrosa página en blanco
y lleguen a vivir ahí sin estruendo,
como si entraran en su propia casa,
como si la tinta negra fuera la prolongación natural
de las divagaciones inconducentes de mi cabeza
y la continuidad de mis fluidos seminales y sanguíneos.
Te mereces un largo poema neorromántico
que no exagere ni escatime,
que vuele sobre la realidad sin aspavientos,
dibuje los caracteres precisos, escriba la traducción exacta
de nuestro amor irrepresentable, intraducible
y pronuncie tu nombre sin necesidad de que te vistas de gala
ni te sonroje la vergüenza ajena de una declamación excesiva.
Te mereces un poema épico sin víctimas fatales,
con heridos sí, corazones destrozados tal vez,
caballeros temerarios que prefieren la espada a la pluma,
los riesgos de una vida agitada, incierta,
en lugar de los sedentarios ejercicios de la escritura
para desfacer los entuertos de la vida cotidiana
y salvar a mi damisela de los dragones de la angustia.
Te mereces un poema lárico
que se parezca a tus ojos tristes,
a las estaciones que persisten en tus recuerdos,
donde siempre estás con una maleta llena de pequeños sueños
mirando el horizonte y la línea férrea que se diluye a lo lejos,
a la espera de un tren que nunca llega, que tarda,
pero que tú sabes muy bien que viene.
Te mereces un poema onírico
escrito bajo la mirada atenta del yo
para que riegue las calas y buganvilias que invaden el andén
alimente los pajarillos que salen de tu sombrero negro
y le dé cuerda al reloj derretido en el frontis de la vieja estación,
mientras empiezas a levantar tu propio vuelo
sin alarde ni agitación,
un vuelo melancólico y sin turbulencias
que transcurre inmóvil en medio de la noche,
a escasos segundos de un despertar paulatino
y un plácido aterrizaje sobre nuestra cama,
a escasa distancia del poeta que cuida tu sueño
e intenta escribir esos magníficos poemas
que parecen venir, que tardan, que nunca llegan.
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*David Álvarez Muñoz. Sociólogo de la Universidad de Valparaíso, magister en Filosofía de
la Universidad de Paris 1 y ex funcionario público. Ha dividido su ejercicio profesional en
políticas públicas con investigaciones en teoría sociológica, filosofía política, psicoanálisis
y literatura. Lector obsesivo de poesía y comentador ocasional.
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