Salivar como perra de experimento. / Como perra enviada al espacio
Por Marco López Aballay
En este viaje de palabras se va conformando un cuerpo —o varios cuerpos— a merced de la enfermedad, del dolor y de la sombra de la muerte. Sus versos, cual resonancia magnética, dejan entrever la monstruosidad de la naturaleza humana y la fragilidad que la sostiene. La vida es un mapa desconocido, un microcosmos que arrastra sus patas al abismo, una célula extraviada en medio del infierno.
Brillos verdes persisten a lo lejos.
Brillos verdes brotando en el infinito.
Líneas del futuro en mis manos,
visto lentejuelas de brillos verdes
(pág. 46)
La condición enfermiza de la poeta es el reflejo del cuerpo familiar-social. Un entramado de episodios accidentales que la han erosionado, desparramando vómitos entre las sábanas limpias de su pensamiento. Para salvarse de la tragedia hay que afrontar los hechos, denunciar el desajuste de los acontecimientos, pulir la piedra para el alivio.
Tengo la sangre brotando de la mordida en las mejillas / desde la ira del hambre contenida / en las vísceras del hombre. / La salud en las cavidades / de todos los coitos / de todos los fluidos / de todas las bocas / de todas las vulvas. / Todos los testículos del mundo. // Todo el miedo posado en la orilla / de los escalofríos, de primavera. // Un tumulto de vellos vaciándose en el infinito. / La corrosión de la ley y de la moral / y las buenas costumbres que me rehúyen. (pág. 19)
la mierda del viejo de arriba / ácida de vino / gritando ¡viva Chile, mierda! / Y la gloria nacional olvida / los dolores de parto / los gritos de dilatación / en el consultorio. (pág. 33)
El efecto colateral aterriza su discurso haciéndola partícipe en la revuelta de octubre del 2019. La medicina está en la calle, en el grito, el desahogo, el llanto que se confunde en lacrimógenas. La poeta busca una salida, una jugada maestra que la salve de la mediocridad. De pronto la enfermedad adquiere un discurso político social con síntomas de mejoría y el fantasma autodestructivo desaparece.
Miro al horizonte de un Chile ahumado / de la barricada y la patada. / No somos ya molécula destruible. / Somos una permanencia en la coyuntura / del tuétano y de la médula / porque somos el tejido suave / en la fosa de los huesos. (pág. 80)
Mientras avanzamos en las páginas de Toma de Muestras (Bathory Ediciones, Quilpué 2020) vemos como se va tensionando la relación entre la poeta y el mundo que la rodea. Como lava ardiente arroja al tacho de basura ideas impuestas en su niñez y pubertad. Se establece un límite entre lo pasado y lo presente, la oscuridad y la luz, el bien y el mal, la locura y la cordura, sin descartar lo que viene en el futuro. El pensamiento crítico se moldea a los acontecimientos sociales y personales. Una lucha interna/externa que la arrastrará por derroteros en territorios forjados acaso a su medida. Natalie Israyy (Viña de Mar, 1991) se mueve entre la isla Robinson Crusoe, Vallenar, Copiapó, San Felipe, Valparaíso y Santiago. En esos espacios se ha transfigurado cual mariposa en la oscuridad aleteando bajo la lluvia, aforrando cachetadas al viento para saltar al vacío de las estrellas.
Vuelve el apocalipsis y la promesa de un paraíso / escondido en el futuro. / Pero veo Instagram y allí hay / perros rascando gatos, / gatos acariciando loros, / loros mirando al infinito. / ¿Creerán que son inmortales? / ¿Cómo en las ilustraciones a todo color / de las revistas prosélitas a la causa? / Esa, la causa de la promesa de la vida eterna. (pág. 74).
Yo, niña encerrada en una caja dentro de otra caja dentro de otra caja y de otra y de otra, otra, hasta la última de decorado chino rojo y dorado, la última caja donde escondo mi maldad. (pág. 94).
La experiencia familiar gira principalmente en torno a su abuela y a su madre, cuyos cordones umbilicales zigzaguean a lo lejos en un cuadro sin nota a pie de página. El vuelo de ambas trazará la ruta de la niña que, gracias a la palabra enferma, surcará territorios de una comarca inextinguible. El futuro es una puerta incierta adornada de relojes de sal. Somos el reflejo de lo que vemos. No nos queda otra que nadar sobre las olas de un tiempo presente, para no extraviarnos en el intento.
Soy el tumor en el culo / de mi abuela. / Desfigurada, venosa, hemorroidal. / Un callo // yo soy ese tumor desbocado / que se ríe en el fondo del recto / que llora con la radiación en el ano / que quisiera / viajar / como / coágulo / al cerebro / A su memoria. / A su pasado / que no es mi historia. / Si no el lamento / de lo que callo. (págs. 32-34).
Allá en los mares que anidas / ¿qué clase de peces sucumben a tu tristeza? / No puedo regalarte una isla, pero sí / pequeños trozos de ella. // Habitas el cielo incómodo de tus ojos carnosos / y en las muertes de los hijos de una abuela / se incuban los huevos de miles de peces / que no conocemos. (pág. 66)
Aunque la enfermedad —tanto física como mental y espiritual— contamina una parte importante de su tejido celular, la poeta logra sobrevivir entre Recuperaciones & Recaídas que la arrastrarán al lenguaje poético de su inútil existencia. Se presiente extraviada en esta parte del universo. Se augura incomprendida navegando entre las aguas de un nihilismo existencial. Sin Dios, sin amor, sin paz, carente de medicamentos que le devuelvan un trozo de felicidad ¿qué queda ahora? Talvez la escritura la salve y la sane o la enferme arrastrando su musculatura como lombriz solitaria ante los astros que titilan a lo lejos. Hay paisajes más allá de la retina de los muertos. Hay dimensiones que atragantan los huesos desparramados en un trozo de tierra. Existen códigos, formas de vida y lenguaje en el silencio de las cosas. Su misión sea acaso encontrarlos.
Yo que me corono siempre reina del desaire y de actos reprochables incompletos, del mal solapado de niña avergonzada que se encierra en un espacio a desquitarse consigo misma, en un berrinche hecha toda desastre excitado, tocando la campanilla del servicio para mi pulsión, sí, mi pulsión de muerte, mi pulsión que ahorca la vida. (pág. 93)
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