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  • Pablo Ayenao

La trizadura de mis uñas será el mito fundacional

Apuntes sobre Pieza país (Libros del perro escondido, 2021), de Felipe Caro Pérez


Por Pablo Ayenao


Pieza país es el primer libro que sale a la luz bajo el sello temuquense Libros del perro escondido; mas no es el primer libro que publica el poeta Felipe Caro Pérez, puesto que antes existió Hija (Poleo, 2010) y Nadir (Bogavantes, 2017).

Al primer vistazo, Pieza país sobresale por su trabajada portada, su pulcra contraportada y su bella tipografía. Y debo detenerme en dichos aspectos, a cargo del siempre capo Javier Neira, puesto que resultan trascendentales en la propuesta que Pieza país despliega. Vamos viendo. La portada ostenta tres colores: fondo rojo, letras blancas, una estrella blanca y el profundo negro que se nos aparece tipo lienzo. Estamos frente a una pieza y un país, analogía de densidades que interactúan en simultaneidad. La contraportada, en tanto, dibuja la silueta negra de un hombre de espaldas, que se sostiene sobre el lienzo de igual color y ahora la estrella yace pisoteada. Así, va desapareciendo el país y aparece la pieza en comunión con el celaje, lo que genera un existir desde otra cuadratura. Salir y escapar de la pieza y del país parece ser la consigna. Solo parece. Al abrir el libro y posar nuestros ojos en la numeración, notamos algo que de forma casi imperceptible va adquiriendo forma. Una hermética puerta negra que, gradualmente, deja pasar la luz y, llegando a la mitad del libro, se encuentra abierta de par en par. Pero luego, al volver a sucederse las páginas, la puerta se va cerrando otra vez, hasta quedar sellada a plenitud en la última hoja del poemario.

Los elementos paratextuales, entonces, entregan puntos claves. Pieza país nos habla de una subjetividad confrontada con el relato mayor. La simulación de lo particular orgánico frente a la ordenación biopolítica. Una puerta que se abre y que se cierra, pero no como un libro ni como una vida, sino como una apremiante expansión de siluetas y formas. Es decir, lo que se cierra no es aquello que se abre ni es aquello que se presume. Si fuera así no tendría un alcance concreto, o su alcance sería tan abreviado que se escapa. No, en este libro nada se abre ni se cierra, lo que importa es la fuga que ocasiona el resquicio, la anhelada hendidura: Ese sonido de nuevo, / me acorrala, / una y otra vez regresa. / Aprendí a aullar / hacia adentro”. Así, advertimos que existe una marca que perturba siempre en dos niveles: lo privativo sensorial y aquello que, inabarcable, se levanta tras los muros. Estas marcas actúan concéntricamente y siguen la misma secuencia. Pero lo relevante es saber qué hacer con aquellas marcas y acá el hablante es muy preciso, puesto que nos señala que tuvo que cobijar su propio eco.

Igualmente, en el poemario encontramos un desarreglo que nace desde la profundidad de un cuerpo/madriguera que se cuela ineludible en el paisaje. Esta extrañeza, por cierto, es también con las palabras, aunque ellas son las encargadas de exhibirnos sus misterios y sus anclajes: “-di tu nombre- / repetí tres veces/ -no sé-“. En consecuencia, se establece un continuum con la noción del trasluz como pieza y el país como sombra. Aunque claro, uno nunca sabe cuándo termina uno y empieza el otro: “De a poco la negra oscuridad tuvo matices. / Aprendí puerta, / no como palabra: / acción de fragmentar esta pieza / ¿la puerta abre herida o la cierra?”. Por tanto, no se pretende fundar un país ni una pieza, ni ser un cuerpo que trasvasije en uno u otro espacio, sino que se bosqueja un deslizamiento en ese precario limbo, en esa cuerda floja que brilla cuando empieza a oscurecer. Cabe señalar que la oscuridad, o mejor dicho, la sombra que nace desde la oscuridad, es también el derrotero divisado a hurtadillas, únicamente señalado en el vestigio de su argot, en el vestigio de sus ojos entreabiertos: “Un sonido nuevo se quebró en mi boca. / Las voces callaron, / la oscuridad retrocedió en intención, / no supo dónde ir. / Cosieron mis labios con mi pelo”. Si bien se asume la desesperanza y el descalabro, me atrevo a afirmar que lo cardinal de este poemario es aquella reordenación orgánica que resulta ineludible para no precipitarse en la opacidad. Porque en este trasluz de los contornos, el pelo o la boca dan igual, el paisaje deriva en extremidades que necesitan la desafección para sobrevivir. Ineludible desprecio de cualquier egoísta y mesurado lineamiento. Asimismo, siempre se debe tener recelo con las señales, frecuencias de un cuerpo inaugural y un cuerpo sonámbulo; tesituras en circulación que, desde una frenética severidad, transfieren el eco arrojado en el desierto. Pero nosotros no nos perdamos, aquello siempre fue su pretensión, el tatuaje encadenado que semeja un imán aciago y extranjero, doblemente obstruido: “Era un rumor, / pero las voces decían / pisadas arriba, / cuidado!, / puedes / ser tú arriba / las voces decían”. Es una ley: entre los pantanos y los perímetros tuvimos que aprender a defendernos. A eso nos interpela este hablante; a sostenernos en la rueda de la perplejidad.

Según mi óptica, Pieza país es un libro más arrojado y más hermético que los anteriormente publicados por el autor, pero no por eso resulta menos placentero. Y no hablaría de un giro de volante, sino que advierto una ramificación de los tópicos e imaginarios de infancia, disciplinamiento y espacialidad. Pieza país es un libro áspero, calibrado con mano sagaz y condensado a plenitud. Su grafía se encuentra sutilmente anidada en una versificación presurosa, que en su rotunda arquitectura conmueve y perdona, deshace los épicos trazados prodigando tan solo un cuerpo como ofrenda.

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