[Sobre Estado de catástrofe y otros cuentos, de Marcia Henríquez Bustamante]
Por Marcelo Simonetti
Cuando me enfrenté al libro de Marcia y vi el título, un temor abisal me gobernó. Cuánto libro no tiene en su título una suerte de profecía autocumplida. Por un momento, el arrepentimiento me atrapó con sus tentáculos poderosos y me pregunté quién diablos me manda a aceptar propuestas como la de Marcia, a quien conocí hace unas semanas luego de haberla visto en unos reels literarios. Incrédulo volví a leer el título: Estado de catástrofe. Resignado, comencé a leer. A poco andar entendí que la prosa de Marcia no tenía nada de catastrófica, que era un placer deslizarse por esas voces a las que ella va dando forma, por su prosa fluida, amena, y por el mundo que ella va construyendo, ladrillo a ladrillo, en donde la enfermedad asoma con la fuerza de un temporal que obliga a la familia afectada a tomar medidas para no sucumbir a tamaña hecatombe.
Pocos títulos más certeros para un libro que precisamente se adentra en esa vida catastrófica que separa la existencia humana en dos: A. de E. y D. de E. Antes de la enfermedad y después de la enfermedad. Ignoro si lo que hay en el libro de Marcia responde a una vivencia directa, si ella ha traspasado a la ficción pasajes de su vida tal y como los vivió; literariamente eso poco importa. Lo que de verdad es sustantivo es el viaje al que la autora nos invita y que nos lleva al corazón de ese mundo socavado por la enfermedad y con amenaza de derrumbe.
No se crea que es un libro escrito desde la calamidad y el sufrimiento. Más allá de la tragedia que significa que la enfermedad entre en una familia, poniéndolo todo de cabeza, Marcia construye un relato en boca de diferentes narradores —a veces en primera, a veces en tercera— que conmueve con la misma facilidad que, por momentos, lleva a la risa. Es que hay momentos en que el desenfado se toma la palabra y la prosa de Marcia ofrece momentos brillantes como este:
«Los meses siguientes fueron magníficos. Mi hombre estaba de vuelta y con las pilas recargadas. Practicamos posturas en todos los muebles de la casa y se volvió extremadamente creativo. Me esperaba en el sofá con algún utensilio de repostería en la mano y los ojos inyectados en lascivia. Se me ocurrió algo, me decía, y yo no podía resistirme. Mi nana sospechaba; olfateaba los artefactos a una cuarta de su nariz y desinfectaba con cloro cada vez que venía. Pero a medida que pasaba el tiempo, la adicción se volvió odiosa y alcanzó límites de pesadilla. Empezó a repetir indecencias. Me pedía sexo en frente de mis amigas. Tuvimos que dejar de recibir visitas. Es mejor no venir por un tiempo, mamá, decidió mi hijo, y yo acepté; no necesitaba preguntarle la razón, desde la cocina escuché las metáforas de mi desquiciado, y lo vi, corría con una rosa empuñada en la mano y gritaba, a voz en cuello, que al apretujar esas flores se parecían a mi vulva».
En otros momentos, la lucidez de la autora nos brinda párrafos como el que sigue, en donde resume la agonía de un ser querido en pocas líneas:
«Semanas antes, el cinco de septiembre, cuando apagó las setenta y nueve velas de la torta de su cumpleaños, me miró a los ojos y preguntó:
—¿Iré a llegar a los ochenta?
No llegó a fin de mes. Tuvo una semana exacta de agonía. El sábado se levantó alta como un peral, el domingo decayó, el martes aceptó de mala gana la idea de que se estaba muriendo, el miércoles les avisamos a mis hermanos que debían viajar de urgencia, porque mamá agonizaba, el jueves los recibió como si fueran ángeles y el viernes dejó de respirar a las seis menos cuarto de la tarde».
Ingenio, manejo de la frase corta y la puntuación, una prosa que a ratos es filosa y a ratos dulce, pero por sobre todo lo que ofrece el libro de Marcia para el lector es la posibilidad de habitar ese mundo como si fuéramos uno más de esa familia, como si nosotros también estuviéramos luchando contra ese monstruo llamado enfermedad al que siempre tratamos de hacerle el quite en nuestro día a día.
Escamoteamos la enfermedad, le hacemos una verónica, la negamos, la subestimamos y, sin embargo, es parte consustancial de la vida. Esta máquina casi perfecta que es el cuerpo humano en algún momento comienza a gastarse, como los electrodomésticos sufrimos también de la obsolescencia programada, tenemos fecha de vencimiento y el primer aviso de ello es la enfermedad, pero en este caso hablo de la enfermedad con mayúscula, la que nos sacude como una ola que nos pilla desprevenidos, que nos tumba y nos sume dentro de un remolino al que no podemos hacer frente de pie, perdemos la brújula y actuamos a tientas porque nadie nos ha enseñado cómo convivir con ella.
Para quienes hemos tenido la mala suerte de cruzar ese umbral que separa la vida en antes y después de la enfermedad sabemos que cada detalle que Marcia cuenta son como ella los narra; no solo se enferma el enfermo, también quienes lo rodean y la vida familiar da un giro intempestivo en donde todo orbita en torno a la enfermedad: así, los viajes, las fiestas, los encuentros, dan paso a la visita del médico, los tratamientos, las pastillas, el aseo del enfermo, las escaras y todo aquello que funciona, muchas veces, como la antesala de la muerte. Quienes han tenido la fortuna de permanecer inmune a ese estado de catástrofe que la enfermedad desata, el mundo que Marcia recrea les parecerá la consecuencia de una imaginación prodigiosa —y quizá lo sea—, pero cuando llegue el momento de cruzar el umbral se darán cuenta de que lo que hay en este libro es la realidad pura.
Recuerdo el mejor elogio que alguna vez le hicieron a Chéjov, pero que también pudo haber sido hecho a la prosa de Carver: sus textos son la vida misma, sin mediación, rectángulos vívidos de la existencia humana. El halago es extensivo a los relatos de Marcia. Si me permiten la exageración, aquí la enfermedad y sus circunstancias están tan vivas que habría que tener ciertas reservas por miedo al contagio.
La portada, en cierto modo, podría mover a error: Estado de catástrofe y otros cuentos. La verdad sea dicha: este no es un libro de cuentos, es mucho más que eso. Acá hay un mundo cerrado en sí mismo, en donde los personajes aparecen y desaparecen y vuelven a aparecer. Perfectamente podríamos hablar de una novela, una novela que cuenta cómo una familia se enfrenta a la enfermedad. Pero incluso en el caso que concedamos que se trata de un libro de cuentos habría que decir que es un libro de cuentos hecho como debería hacerse un libro de cuentos, en donde cada relato conversa con el otro, en donde hay una idea común que gobierna todo el volumen y cada cuento nos ofrece una perspectiva, una ventana, por donde asomarnos a esa idea.
Sobra decir que recomiendo este libro, de hecho creo que me estoy quedando algo corto en halagos, y de tanto hablar de la enfermedad ustedes puedan hacerse una idea equívoca de este Estado de catástrofe. Porque este es un libro entretenido, a ratos divertido, un libro que nos reconcilia con la condición humana y que tiene esa particularidad de las obras que uno atesora, independiente del tema que toquen, ese rasgo tan reconocible pero a la vez difícil de lograr. Sí, porque este libro de Marcia Henríquez ofrece algo que es oro para la literatura: el hecho de ser un libro luminoso.
MARCELO SIMONETTI (1966)
Es escritor, periodista, dramaturgo y guionista. Ha publicado seis novelas, dos libros de cuentos y doce álbumes ilustrados. Ha sido ganador de los premios de La Felguera, por su cuento "El umbral" (España, 1999); Municipal de Santiago, por su libro de cuentos El abanico de madame Czechowska (Chile, 2003); Casa de América, por la novela La traición de Borges (España, 2005), y Mejores Obras Literarias, por el volumen de cuentos El disco de Newton (Chile, 2014). En 2019 obtuvo el Premio Marta Brunet, a la literatura infantil, por su libro Las rayas del tigre —texto con el que fue finalista del Premio Municipal de Santiago—, además de ganar la Muestra Nacional de Dramaturgia por la obra Nakamoto (Hiroshima/Santiago). En 2021 ganó la Medalla Colibrí, en categoría poesía juvenil, por su libro El secreto de los gatos. Su última novela publicada es Redman (Áurea Ediciones, Chile, 2022). Su último libro infantil publicado es Caminante (Mis Raíces, Chile, 2022).
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