[Tos de Perro. Contra la patria: pequeña biblioteca de malos pensamientos. Oxímoron, 2019]
Por Juan Manuel Mancilla
El libro me llegó posterior a los días del levantamiento del 18 de octubre, y que, por razones sentimentales, en medio de los acontecimientos sociales, no pude leer sino hasta pasados los días del verano pasado. En la lectura, no pretendo evidenciar el anticipo de incontables señales que la producción literaria chilena del último tiempo vino mostrando y que derivó en el estallido. Este texto se suma a ello, pues fue editado previamente a los hechos. Sin embargo, en esta ocasión solo quiero comentar brevemente algunos elementos que considero importantes porque cruzan el breve espacio de lo individual y se inscriben como marcas y huellas de lo colectivo. La obra vincula y “dispara” diferentes sensibilidades, pero, por sobre todo, quiero subrayar la apuesta en la palabra poética como un lugar nunca desvalido y sumariamente necesario para actuar alternativamente al orden hegemónico, politizando el arte antes que estetizando la política, parafraseando el predicamento de Benjamin.
Lo primero que llama mi atención en el libro escrito por Tos de Perro (alter ego del poeta Eduardo Farías), es la organización total del texto (edición impresa): en la hoja izquierda aparecen escritos o inscriptos los poemas, mientras que en la derecha aparece la imagen de unos orificios que son balazos colocados en un muro de concreto: cinco, cuatro, tres, ocho, diez, múltiples hoyos reproducidos en la hoja como metrallas, páginas que podrían estar funcionando como análogo y oscuro reverso de la brutalidad de la violencia perpetrada o, también, como un símil de la palabra-misil, haciendo carne-verbo aquella máxima atribuida a Celaya sobre entender la poesía como un arma cargada de futuro.
Tos de Perro descarga una ráfaga de breves perdigones-poemas a lo largo del texto, cuyas hojas son también el recorrido por la capitanía general del país angosto, estrecho pasillo siempre ametrallado. No solo nos va mostrando página a página, año tras año, década tras década, sino que nos enrostra el itinerario penitenciario de las balas que a fuerza bruta deja hoyos en los rostros donde antes hubo ojos, pues así las hojas son la cara oculta de un Estado Nacional mafioso y criminal que no da la cara y se esconde o parapeta en su legalidad frente a esos hoyos que son los globos oculares estallados en los muros de la patria acribillada.
Al observar cada uno de los balazos de las hojas, veo y leo no solo los ojos difuminados de los y las mutiladas por el Estado, tanto los de ayer (pienso en los ojos de Santa María de Iquique) y en los días de hoy (como Gustavo Gatica y Fabiola Campillay), sino también los mutilados y asesinados en los campos del sur, reglamentariamente usurpados a los antepasados presentes del pueblo mapuche. También, en cada hoyo veo los ojos perdidos de las y los ciudadanos chilenos que no solo han perdido su vista, sino parte de su vida, presentemente insustituible, en una cotidianeidad arrebatada por la brutalidad del Estado despiadado operado por perversos. Sus vidas habituales intervenidas bestialmente por las acciones del Estado asesino y represor, condenando las legítimas libertades y reivindicaciones frente a la codicia e injusticia.
Rebotan por las hojas todas esas balas incrustadas en las paredes, en los rostros, en los cuerpos, en las hojas. Cada poema lo leo y siento como una esquirla que amenaza el corazón y la frágil pupila. Y ni siquiera balas locas, sino balas desquiciadas disparadas desde arriba por el poder supremo, apuntando y amenazando el avance de los que osan levantarse desde abajo:
Luego de la lectura, observo que entre los textos se conforma una asimétrica constelación, la cual funciona como pequeña muestra que, amplificada, subvierte el injustificable “nadie sabía lo que iba a pasar”, y que interroga e interpela claramente a aquellos responsables directos, a los verdaderos evasores de la culpa, quienes queriendo pasar como insulsos desprevenidos, se exculpan frente a los muertos y mutilados del maldito saldo que provocaron durante el levantamiento popular. Contra esa patria potestad, Tos de Perro privilegia el poema de corto calibre, disparado directamente al hueso de la carne enemiga. Una tos/voz ácida, un olor a polvo y pólvora que queda repercutiendo su gatillado martilleo al oído, aunque se privilegia tristemente un azaroso campo visual ametrallado que lamentablemente anticipó la guerra al despertar de Chile, sacrificando la mirada libertaria y truncando las vidas ya sobreexplotadas de algunos de sus habitantes.
Los textos concretan versos de la denuncia, el reclamo frente a la indignación, la testificación, incluso, una llamada de atención preventiva de arreglar las cosas de otro modo, respecto de aquella energía contenida que estaba flotando en el aire y que no para pocos, era visible y concreta: es decir, los poemas desbordan todos aquellos actos de lacra que se fueron escondiendo y acumulando debajo de las fosas, de la alfombra o del simulacro del piso flotante, pero, que de un día para otro, terminó por explotar y colapsar la superficie higienizada.
El poema aquí es forma crítica, no solo de lo social, sino de sí mismo, del mismo poeta, de la figura y rol de los artistas divididos entre las mentadas zonas de confort y zonas de excepción. El poema como buena excusa para hablar de lo contingente, una invitación a ejercer el derecho de disentir críticamente y no tener por objetivo la “democracia” del acuerdo como meta ni refugio. Sea todo esto dicho en un país con más prontuario criminal que lo que sus propios habitantes podrían sospechar.
Para finalizar, cruzo esta lectura con dos textos más que he leído: Tizne de Ismael Rivera (Cerrojo, 2019) y Principios de rabiología de Nibaldo Acero (Bordelibre, 2018), todos publicados a meses del estadillo y entre ellos distingo el cruce no solo de temas, sino también el encuentro de palabras específicas, cuyo uso colectivo adquiere una categoría de marca simbólica que permite una entrada epocal entre balas, perros, tiznes, carbones, piedras, llantos, quejas, muertos, cuentas pendientes, entre mucho otro, adquiriendo una densidad de síntoma cuyos contenidos cruzan por las cabezas y corazones de los poetas y los pone a hablar en una lengua común, es decir, como letras desprendidas de un abecedario contenido en el río de sus memorias divididas y que, en el entresijo de pisar dos siglos, funcionan como las reverberaciones de la mancomunidad huérfana de toda la historia reciente y remota del Chile capitalista de los siglos pasados como del presente neoliberal.
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