Apuntes sobre Motivos, escenas y gorriones: segunda entrega
(Ediciones Tortuga Samurái, 2021) de Romero Mora-Caimanque Aguirre.
Por Pablo Ayenao
Motivos, escenas y gorriones: segunda entrega (Ediciones Tortuga Samurái, 2021), de Romero Mora Caimanque Aguirre, prosigue un derrotero ya bosquejado. Y si antes, en Motivos, escenas y gorriones: primera entrega, existían más que indicios, ahora la letra y su delirio vuelven a convertirse en impulso de anhelada trascendencia.
Cabe señalar que en esta segunda entrega, al igual que en la primera, las ilustraciones están a cargo de Karen Wyss Paillalef y Manuel Nolo Muñoz, quienes realizan un impecable trabajo.
Como murmuramos anteriormente, en Motivos, escenas y gorriones: segunda entrega, el autor retoma ciertos tópicos ya ampliamente trabajados, como la familia, un carácter místico, su relación con el pueblo mapuche, la espacialidad Centro-Sur, entre otros. Por tanto, aquí intentaremos no referirnos a dichos tejidos, sino que nuestra lectura se dirigirá hacia otras aristas. Sin embargo, existe una excepción. El dispositivo familiar, debido a la importancia rotunda que ostenta en el poemario, debe ser ineludiblemente revisitado.
Entremos en líneas.
Son tres poemas, de diversas tesituras, los que elegimos para profundizar la trama familia. El primero llamado Yo soy el octavo de tus hijos, padre, tensiona vida y escritura, como un camino sinuoso que es imposible eludir: “¡Qué cruda puede ser la distancia! / ¡Qué doloroso puede ser el no tenerte cerca! / Pero te tengo, padre, / hoy día no es el poema de la muerte, / hoy día es el poema de la vida”. No mueren ni los afectos ni la pulsión / grafía, mueren otros arraigos. Aunque, tal vez no mueren, solo se desvanecen al caer el celaje. El poema Hermana Excel, en tanto, configura un canto amical sustentado en el necesario intercambio de afectos y en el compartir las asperezas del destiempo: “Hermana bella, hermana sacra / Hermana excel, hermana, baila, / hermana, ríe, / hermana, anda. / Susana, Susana”. Un rasgo característico de este texto reside en los indicios. El hermano escucha el sonido de una cuchara revolviendo una taza y entonces brota la certeza, un amor congelado vuelve a la carga. Por último, el poema Me gustaría volver, retiene aquello que construye un hogar. Acá se sintetiza la vida familiar desde sus murallas, que siempre son levantadas por mano y corazón, estrechez y anhelo. “Éramos muy pobres y yo no lo sabía / para mí éramos felices, nada más. / Yo no sabía nada del mundo entonces, / era el menor de todos. / Yo sólo vivía, vivía, vivía en paz. / Yo llegaba a jugar con mis hermanos / Killer Instinct, Donkey Kong, Mario Bros, Megaman”. La añoranza del tiempo desgastado, que nunca se materializa, dialoga con la extrañeza de una adultez atrapada en su propia espesura.
Igualmente, en el poemario encontramos una dimensión metapoética que, al avanzar la lectura, concentra ribetes que soportan nomenclaturas que van desde lo altisonante hasta lo perentorio. Por ejemplo, en el poema Motivos 3 (abordaje a versos casi inconclusos), advertimos el surgimiento del autor como voz única, pozo ciego, sin comienzo ni fin: “Todo poema es un ideal / incumplible y lo contrario. Cumplible. / Oh! Yo Soy el Verso Deslizándose”. El verso es un espejo perpendicular y el poeta se retruca precisamente en la hoja. Esta consigna se repite en el poema Segundo final: “Y sinceramente no me interesa quién es / la voz poética del poema / YO SOY LA VOZ POÉTICA DE MIS POEMAS, / YO, YO, YO, ROMERO, / parcial, con errores y gracias, / con un montón de equivocaciones”. La reflexión comprime la descarga identitaria como razón de ser. Letra y autor se encadenan para no soltarse jamás. De este modo, la literatura no nos abandona nunca.
Asimismo, existe una dimensión gozosa, que sin llegar a ser festiva, encuentra su timón y su paz. La ajenidad, entonces, se entremezcla con un afán rastreador, subjetividad en trance con las cuadraturas. Justamente, el poema El cansado, ostenta con denodada destreza la laxitud que adquiere la existencia en estos tiempos actuales: “Me gustaría estirarme, volver al cuerpo / y lo pienso, pero se me olvida. / Debería salir a correr, pero a la mitad me acordaría / que tengo que hacer algo. /Guardo ese tiempo mejor, por último, para descansar. / Pero en serio no descanso”. Ya no cuesta solo escribir ni vivir, cuesta la apostura que se cuela antes de lanzarse a la bandada. El poema Recuerdo, en tanto, nos habla de la imposibilidad de la letra. Lo que puede ser trágico, y a menudo lo es, transmuta en una autopista con luces que se encienden y se apagan: “¡Tantas preocupaciones el hombre, la madre! / ¿Cierto? ¡Y si yo hablo de vuestras preocupaciones? / ¿Me lo perdonarían? La incompletud, digo; / lo que no diré, digo.../ Pero, claro, hablaré y luego oculto, / nadie tiene por qué saberlo, / ¡qué debo andar yo indicando que se percaten de mí!”. No existe la conmiseración, porque el trasluz siempre filtra un poco amor. O más de un poco, en realidad
Por último, quisiera remarcar que Motivos, escenas y gorriones: segunda entrega, de Romero Mora-Caimanque Aguirre, despliega una poética reconocible y placentera, que a ratos se desborda, pero que también sabe detenerse y respirar. Acá la palabra es siempre una conversación reverenciada. Correspondencia de afectos que navegan a través de una versificación que no le teme al exabrupto ni a la exigencia. Ahora bien, en esta segunda entrega, a diferencia de la primera, se vislumbra un elaborado engranaje. Es decir, apreciamos cómo se condensan los hilos, generándose una cohesión escritural erigida a punta de percepción y entrega. Anhelamos la tercera entrega de Motivos, escenas y gorriones, para saber cómo continúa esta historia, aunque ya lo intuimos. Esta historia nunca termina, porque la letra es siempre la forma de pasar la tarde o la vida.
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