Daniel Rojas Pachas (1983), escritor y editor. Actualmente reside en México a cargo de la dirección del sello editorial Cinosargo. Ha publicado los poemarios Gramma, Carne, Soma, Cristo Barroco y Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla, y las novelas Random, Video killed the radio star y Rancor. Sus textos están incluidos en varias antologías —textuales y virtuales— de poesía, ensayo y narrativa chilena y latinoamericana. Más información en su web:
VALLEJO[1]
Sorteando avenidas de conductores distraídos,
repetimos
—tu pequeña mano aferrada a la mía—
a diario ese trayecto
y me cuentas
para que la idea me acompañe de regreso.
Un seven eleven, una diminuta pastelería,
un anciano sin dientes con sombrero de paja barriendo las esquinas,
puestos ahí como personajes y escenarios
que jamás interrogaremos.
Escuché que las personas
que pasan mucho tiempo juntas,
terminan llevando el mismo ritmo al caminar.
Ahora sólo como frutas: mi cuerpo envejece
y he comenzado a odiar todo lo que me distrae de una lectura
o imagen necesaria para aguantar largas horas.
—El protagonista de esta historia es otro / fuera de cámara
—una melodía dulce —la tensión antes del disparo—
—un ojo que rehúsa confrontar el terror
y desliza su atención hacia una ventana con el horizonte dibujando por el mar
y pensar:
Presiento desde hoy un balance desastroso de mi generación, de aquí a unos quince o veinte años. […] Un verso de Neruda, de Borges o de Maples Arce no se diferenciará en nada de uno de Tzara, de Ribemont o de Reverdy.
Allá fuera está ese lugar que le dio forma a mi habla.
Un eco de momentos felices.
El amor: Mi madre sujetándome el pecho con su brazo
mientras con la otra mano aferrada al volante
busca evitar choquemos.
[1] La actual generación de América no anda menos extraviada que las anteriores. La actual generación de América es tan retórica y falta de honestidad espiritual como las anteriores generaciones de las que ella reniega. Levanto mi voz y acuso a mi generación de impotente para crear o realizar un espíritu propio, hecho de verdad de vida, en fin, de sana y auténtica inspiración humana. (Vallejo, 1927)
EIELSON
Paso las mañanas
solo
en este lugar,
puedo escuchar a los vecinos salir de sus departamentos.
El agua que llena la cubeta del chico que limpia todos los días el estacionamiento
la música del pianista anónimo, dos pisos más arriba.
Solía molestarme la repetición de las tonadas, ahora extraño sus ensayos
tener esas canciones todo el día en mi cabeza.
El tiempo parece una broma que no entiendo.
El dolor mismo es un juego trágico.
Trato de terminar otra novela
no sé quién puede interesarse por mis textos.
Antes eso me robaba mucha cabeza, veía una película o video
y me sorprendía distraído
fuera de foco, perdido en la trama pensando en mis propias historias inconclusas.
Todas las mañanas despido a mi hija con un beso.
Ella corre hacia el patio donde están sus amigos.
Regreso por las mismas calles,
trato de recrear los pasos que di
creo que ya no tengo amigos a los cuales llamar.
Camino y busco completar mis historias, imagino a mi hija, ¿qué hace en el colegio?
la extraño
y veo esos gigantes árboles frente a la iglesia.
Me quedo un buen rato viendo esos árboles,
un hombre entrena a un pastor alemán en ese parque
me gusta verlos correr de un lado a otro.
Ancianos entran a la iglesia, se escuchan canciones de alabanza
el blanco edificio palidece frente a los árboles.
Paso las mañanas cocinando y escucho viejas canciones.
Reviso el correo, trato de responder a esos que se dicen mis amigos, ¿lo son?
Respondo a quienes buscan mi ayuda e incluso a quienes no conozco y quieren algo de mí.
Me aburro con facilidad
termino borrando muchos correos, respuestas inconclusas quedan sin enviar
y pierdo mi tiempo leyendo historias que no me interesan.
Personas que se quejan de su suerte, otras que quieren maravillarnos con su éxito.
Trato de acostumbrarme a esta soledad, tan distinta a la que solía disfrutar.
Ya no me importa qué piensen los demás respecto a lo que escribo, quizá nunca me importó.
Sólo trataba de convencerme.
Mientras miro el fuego cocer una carne
y espero mi esposa regrese a casa, darle un beso, sentir el olor del shampoo en su cabello,
debo ir a buscar a mi hija al colegio.
En casa, sirvo el almuerzo.
Mi hija me cuenta lo que pasó hoy en clases,
tiene una compañera que la ofusca
me hace reír
escuchamos alguien subir las escaleras, el ruido de llaves, trato de imaginar un final para la novela,
algo en mí no quiere que esto acabe
pasan los días y nada en verdad sucede
el tiempo comienza a borrarme y me siento feliz por eso.
CÉSAR MORO
Ahora solo veo rostros
infinitos rostros y gestos en los buses
seguidos de largos túneles y calles repletas.
Turistas en mi mundo
como un camino que se pierde en otro continente
cuerpos que no me dicen nada.
Inevitable
nos vamos quedando solos.
Mis padres ya no están.
Mi madre murió hace mucho
y no he vuelto a la ciudad en que está enterrada.
Mi padre yace enfermo
en la cama de esa misma ciudad
y es un reflejo frágil y tenue de quien creí conocer.
Me cuentan en la lejanía
de mi así llamado hogar
de la muerte del padre
de un así llamado amigo
del cual con suerte
puedo recordar el sonido de su voz.
Pero tengo presente
ciertos momentos en que nos reímos
y pensamos
creo
quizá con ingenuidad
que la amistad
y esos momentos
tendrían alguna trascendencia
algo más que lo que otorga la nostalgia.
Ahora solo veo rostros.
Una niña
y esa triste sonrisa que dedica a su madre
otro cartel
escritura sobre las nubes
"Botellita de mezcal
todo lo que digas se me va a olvidar"
LUIS HERNÁNDEZ
El nuevo apartamento llegó como una nave de rescate
—tiene refrigerador y lavadora pensamos—
cuesta la mitad de lo que vale un arriendo en Chile /
—hay que tomarlo—
El refrigerador luce abarrotado por las compras del mes
Hiede a algún tipo de ají
y tú
envuelto en una manta, bebes complacido un café a sorbos
repasando artículos académicos sobre Bordieu y Adorno
—un cliché universitario—
el típico becario estúpido.
Este país aún no muestra la violencia de la cual es capaz
—por qué habría de hacerlo—
no sales de las cuatro cuadras que trazan la simetría de la rutina
de tu casa a la casa de estudios
López Mateo y Alonso de Torres, un radio seguro
en la esquina hay un Starbucks y unos metros más allá
—Sears y Walmart—
si les contarás la cantidad de hipsters que has visto desde que llegamos
si les contarás de la cantidad de autos de lujo que casi nos han atropellado.
El frío te despierta, es la falta de costumbre a la lluvia.
En la calle opuesta
como una invitación a dejar de lado tus pendejadas
un gran campo abierto
hectáreas de árboles, un bosque seco de ramas y cosas muertas
y allí
junto al OXXO
esperando ¿qué?
una inmensa hilera de taxistas que nunca abandonan su puesto
solo comen tacos, ríen, miran pasar a las chicas, gritan día y noche y nunca se mueven de ese sitio.
O sea que cualquier movimiento, cualquier cosa que escribas no es nada. Las cosas suceden igual, sin ti o contigo, escribas o no escribas, hables o no hables, eso es la gran verdad; nada más.
Hace una semana
al pasar rumbo a clases,
viste un sostén
y unos zapatos de taco tirados entre los matorrales
sólo miraste hacia el Starbucks y preferiste abandonar la escena
llevabas bajo el brazo libros de teoría literaria y estética —una novela rusa y el poemario que te regaló
un chico del taller.
La imagen,
una bofetada
eso que todos te advirtieron
una invitación a dejar la soñada coherencia,
llegas a casa / escuchas al vecino gritarle a su mujer
—ya vez como siempre apendejas todo—
MARTÍN ADÁN
Trazar movimientos.
Escoger armas.
Con inocente pretensión se suplanta toda épica
—agenda en blanco—
el correcto doblez de la muñeca
un músculo en éxtasis
y la distancia precisa
entre el objeto
ante el mecanismo destinado al simulacro.
Todos los mapas mienten al fijar la emoción
como una navaja condenada a untar la mantequilla
“cuando muera
no quisiera estar presente”
La mentira
comparte la misma marca
que ella en su rostro.
Para muchos
—la tarea—
se resume en apilar cuerpos sobre la repisa
Así como el que corta el poema
y decide cuándo corren las prensas
el sujeto ensaya viejas estrategias
para sumirse ante el fuego y la katana.
Al igual que la señora
barriendo los trasnochados pasajes.
Algo de vida resta en la resaca de polvo y plástico.
Repetir el doblez de un músculo
es pretender la historia.
Simular una ficción
tan solo esconde
la escritura bajo la materia.
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