Por Claudia Jara Bruzzone
La primera vez que leí a Verónica Zondek fue a través de El hueso de la memoria, yo rondaba los veintitantos años y por entonces me encontraba viviendo una lucha interna para reencontrarme con la poesía. Mentiría si dijera que fue justamente ese libro el que propició dicho reencuentro; sin embargo, descubrir esa forma de habitar el lenguaje cautivó a la joven que fui. Desde aquellos días a la fecha, mi recorrido a lo largo de la obra de Zondek ha sido constante, pero carente de orden. Por ello, cuando se me planteó la idea de escribir sobre Entre cielo y entre línea, el primer libro publicado por la poeta en 1984 por la extinta editorial Minga y que editorial Aparte vuelve a publicar el 2020, me descubro en una especie de recorrido a la inversa, un regalo que me revela el origen de una amplia obra que, sin lugar a duda, sitúa a su autora dentro de las mejores poetas de Chile.
La obra inicia con “Entre línea”, un conjunto de poemas profundamente políticos que la misma Zondek explica en el epílogo que fueron macerados a inicios del golpe de estado del 73. El marco temporal permite explicar un efecto que permea a los textos, la sensación de persecución, como se puede observar en “Donde la danza del trecho”: “La vista se atrinchera en la tierra / bajo arenas reventadas. / La boca resbala cieno. / La estrella parece un habitante extranjero”.
La estrella ya no ilumina, se ha vuelto enana. Lo anterior es una referencia al símbolo de la estrella en la bandera de nuestro país, esa estrella solitaria que representa a los poderes del estado, los mismos que velarían por la integridad de la nación, pero cuya luz se ha extinguido, Chile marcha a oscuras.
Lo cotidiano se vuelve un delirio en “Protesta”, un poema que revela el diálogo de dos enamorados que escuchan con temor las noticias de la radio mientras emiten intentos de promesas. El futuro se vuelve postergable: “Mientras se habita en el borde / cuelga en lianas la palabra futuro”, enuncia la hablante en “Limbo diario”, y el ambiente se enrarece y el aire enferma, se respira la muerte, el dolor y la pena, como se puede sentir en “Ser maleza oriunda”, texto donde la hablante encarna la maleza que no olvida, porque es preciso habitar el tiempo de la rabia y el dolor. Esta intención se reitera en “Historia o presente”, donde surgen los versos más poderosos del poemario: “porque detenerse / es ser monolito futuro en ahora atascado”.
Si la lectura del primer apartado se encontraba permeada por la sensación de persecución, en “Entre cielo”, el apartado siguiente, primará el tono de desconfianza. Esta actitud se puede vislumbrar a partir de las múltiples referencias religiosas que develan el conflicto de la hablante. “Es respiro de Medioevo / e infinita sumisión / Es vida de pies al arrastre y de ojos en alza / como si un Él ayudara”, se nos revela en “Fuerza y choque”, poema que abre el apartado y en donde surge claramente la confrontación con un dios y por extensión con la religiosidad. De ahí en adelante la hablante se declara en una actitud ociosa que se extenderá a lo largo del apartado. No obstante, esa ociosidad no se refiere a una inacción, sino una actitud profundamente filosófica, una búsqueda de la verdad.
En esta indagación, logra un estado de entendimiento que la lleva a desconfiar de la rigidez: “Es encomendar pensamiento a engomadas calaveras / y hacer fósil del silente hueso”,declara en “De caminos equivocados” y desconfía también de este cotidiano que se le revela en “Detrás del infierno”. A medida que la lectura avanza podemos observar cómo la voz se distancia de una realidad que rechaza y le incomoda: “Ahí / en esas playas vendidas / en esas turbias vertientes / ahogas tu esperanza en lluvia / y ellas / se visten de químico ropaje tras biombos de vergüenza controlada”, dirá en “Lágrimas redentoras”, condición que mantiene en “Luz en la ciénaga”.
A pesar de su actitud, la hablante se reconocerá inútil frente a lo dantesco, como lo expresa en “Me veo”: “y me veo / de luto colorido / esperando se muera ya el espanto / y me veo / sorbiendo las aguas de una vez / esperando encontrar el tesoro perdido”. Finalmente, este escenario la lleva a resignarse frente a la fugacidad de su existencia: “Soy sólo piel que aprisiona viento”, declara en “Quedan estos dedos”, poema con que finaliza la obra y donde se explica a sí misma la inocuidad de sus palabras frente a una multitud indiferente: “Quedan estos dedos / baraja y baraja baile de versos / frente a palacios de ruinas”.
A partir de la lectura de Entre cielo y entre línea se nos revela una especie de plano cartesiano conformado por la intersección de los ejes cielo y línea, cada texto que forma el conjunto funciona como una coordenada que juega con las leyes del tiempo y del espacio, dotando a la obra de un aire de atemporalidad. Como ya se ha mencionado, Verónica Zondek incluye al final de esta nueva edición un epílogo que contextualiza la obra, donde explica el marco temporal en el que surgieron estos textos: el golpe de estado del 73 y la guerra de Yom Kipur. Ambos hechos permiten, indudablemente, situar los textos desde esos planos temporales y espaciales y construir desde ahí una memoria que opera como punto de intersección de las rectas cielo y línea.
No obstante lo anterior, cabe señalar en esta obra instantes e ideas que se proyectan fuera del espacio-tiempo en el que se enmarcan, donde la hablante bien puede referirse a guerras pasadas, presentes y futuras, pues el dolor y la incertidumbre de la guerra o la impotencia que causa se transforman en fenómenos transgeneracionales.
Finalmente, no puedo dejar de mencionar el carácter circular que hay detrás de esta lectura, ya que de cierta forma me transportó a ese primer acercamiento a la obra de Verónica Zondek. Me vuelvo a encontrar con El hueso de la memoria, una temática que la autora desarrollará con mayor profundidad en sus siguientes obras, pero que de cierta forma comenzaba a vislumbrarse, como ella misma escribe, entre líneas.
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