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Viaje inconcluso

Habitar el laberinto: sobre "Espejismos", de Sebastián Núñez Torres

Por Aldo Bombardiere Castro


Desde los dos primeros versos de Espejismos (Vórtice Ediciones, 2022), Sebastián Núñez Torres (1984) despliega un movimiento tan sustantivo como valiente: “Si buscas la verdad renuncia a estas palabras / pero abraza en cambio su ilusión”. La entrada a la poesía solo ha de estar permitida para aquel lector que, lejos de cualquier ingenuidad, yace dispuesto a morar y demorarse en la incertidumbre radical de lo real.

Así, la verdad, descentrada de su lugar hegemónico, parece filtrarse en la leve materialidad de las ilusiones, expandiendo el sentido y el sinsentido, indagando en los alcances y límites de la ficción, y a ratos teniendo el deseo de precipitarse hacia la locura. El ritmo predominante reposado y el tono contemplativo de Núñez Torres nos plantea un desafío mayúsculo: aceptar la invitación a habitar quizás permanentemente en lo que parece extraviar todo fundamento.


La tierra que mira de vuelta al cielo

con el ojo profético del Sahara

es el hogar de los espejismos,

la estirpe rabiosa del viento que arrastra

el deshilvanado sueño de la soledad.

(Espejismos, 8)


La tierra mira a un cielo sustraído de toda profecía; la sed de revelación debe conformarse con beber los delirios acuosos del propio ojo. Los espejismos son, en realidad, un laberinto en el desierto: la realidad es un laberinto de espejismos desfondando el desierto. Porque “los abismos no saben nada, / pero sonríen oscuramente” (Discusión, 10). A ese sonreír oscuro solo al poeta le está permitido descender.

De ahí que, en medio de tal perplejidad, el “ojo profético” del poeta asuma la tarea exploratoria en yuxtaposición a la secuencialidad del tiempo, transformándose en un vidente sombrío, cuya obsesión por una promesa originaria, palpitante en toda profecía, lo impulsa a aferrarse a la experiencia del instante eterno y a romper con el orden de la causalidad. En el poema Contraluz leemos:


Antes del momento y luego exactamente,

antes pero después

se derrumbará entonces

antes, antes que hubiera un ayer,

ni siquiera la sospecha del presente.

(Contraluz, 12)


Oscuridad abismal y cadenas de yuxtaposiciones imposibles. Lo que se busca es lo absoluto, aquel terreno donde la lógica y sus formalismos se tornan una ironía. Por eso, el poema Incertidumbre bien podría leerse como un pseudo-silogismo que, en un acto de torsión, desliza una peculiar ironía ante las ambiciones de formalización del mundo. En efecto, tres estrofas equivalentes a tres partes del silogismo (la Premisa mayor, la Premisa menor y la Conclusión) que, en este caso, deja como respuesta la vibración abierta de la pregunta.


Tenemos ante nosotros

la vastedad inagotable de las horas.


Y, sin embargo,

demasiado aprisa se consumen, arden y desaparecen

con el destello de años sumergidos.


¿Qué artefactos, qué quimeras del juicio

sobrevivirán después de muertos?

(Incertidumbre, 14)


Tras la ambivalencia de la ironía, y luego de visitar la actualidad con un poema mesiánico, el poeta siente y su sentir se torna palpable, insinuando un espacio redentor. En la página siguiente a Apocalipsis cibernético, la profecía se consuma: envuelta en la sabiduría del silencio, aparece dibujada una rosa y bajo ella leemos:


Acabas de mirar una rosa

y este poema acaba

de repetir que acabas de mirar una rosa.

(La rosa en el espejo de la mente, 19)


El ojo desértico y sediento de profecía ha encontrado en la representación de la rosa el medio para tocarse a sí mismo: el poeta y el lector se entrelazan en la dimensión material e inmaterial de la mente y sus significados, de sus reveladores espejismos.

Acto seguido, y continuando con cierto gesto autorreferencial a manos del poeta, el fracaso amoroso, delineado por una naturaleza diáfana y mítica, aflora como pincelada de creación poética, es decir, “como lo que se escribe / cuando hemos decidido renunciar” (Belén, 20) a él.

Cruzamos la mitad del poemario. Mejor dicho, habitamos en medio de un desierto que no es posible cruzar. Ya solo parece posible recorrer y recordar el amor que despierta el desamor. Y he aquí donde el poeta circula, ahora reflexivamente, en las redes de su propia virtud creadora: cobra consciencia de su inventiva, de su hechizo, de su encanto alquímico: ama su desamor.


Quiero recobrar esa secreta alquimia

de permutar tormentas en días claros,

el reverso misterioso de las hojas

que nunca se revelan para el sol

y el hilo para salvar los retornos

en el laberinto que de nuevo permita elucubrar

el sueño de una noche sin fin.

(Fatalidad, 21)


Un tenue y hermoso contrapunto compuesto de jovialidad naturalista, por un lado, y de cierto nihilismo anti-religioso, de otro, animará los poemas posteriores, hasta acrecentarse la ira y las múltiples formas de deseo: “Que las despedidas reúnan todos los besos / que el cielo se quiebre y revele los engranajes / en la maquinaria del espacio-tiempo…” para iluminar en demencial éxtasis “el costo de la CREACIÓN” (Vestigios, 24-25).

En el poema titulado Quimeras, el tono sufre una exaltación hiperbólica y el poeta parece elevar una diatriba contra un Dios hecho de nada, rebosante en sinsentido o en tediosa mismidad, e incapacitado de brindarle señales salvíficas: “Resuena por los confines / la apoteósica voz total de lo ya dicho” donde todos los fenómenos se tornan insignificantes. Por ello, la salvación reside en la poesía misma, en aceptar la vibración de la pregunta y del espejismo: “y tal vez haya que poner a hervir palabras / en las redomas / como científicos enloquecidos / en busca de alquimias imposibles.” (Quimeras, 26)

En una de las conferencias reunidas en El gaucho insufrible, Bolaño escribe citando a Mallarmé que cuando ya estamos hastiados del sexo y de la literatura solo nos queda viajar. En el poema Los poetas salvajes la convocada a tal viaje es la poeta Gabriela Paz Morales, a quien se dedican estas estrofas. Pero ¿quién aguarda a los poetas? ¿A dónde conduce el viaje? “…a desechar cualquier frontera / porque en el reverso de los espejos / tan solo el silencio nos aguarda.” (Los poetas salvajes, 27) En una suerte de secreto, en un hablar y hablar infinitamente sobre aquello que nunca se termina por hacer o se alcanza a decir, los poetas reafirman su orgullo hasta en el enigma de la derrota:


Somos los poetas salvajes

que nunca encontraron a Cesárea

y que todavía vagan por los desiertos

con la persistencia de los órices

bajo el sol en un sueño de Namibia.

(Los poetas salvajes, 28)


Y, en el mismo poema, una fuerza instintiva, un magma subyacente, termina entregándose a una ebriedad que conjura (pero también prolonga) la esperanza de lo no-dicho.


Para nosotros y solo para nosotros

son las horas renunciando al tiempo,

la frágil esperanza de las miradas

bajo el neón candente de luciérnagas

en la noche ebria de conjuros.

(Los poetas salvajes, 29)


Tras este poema algo se acepta como parte de una continuidad diversa. El tono del hablante vuelve a ser más contemplativo y exploratorio, componiendo estrofas exiguas de poemas aforísticos que se intercalan con largos sueños de espejos. Entretanto, fantasmas sin nombre murmuran su propio vacío a la mesa. Es lo que nos queda: la continuidad de los espejismos y la aceptación del laberinto con su ineludible contingencia. El efecto de realidad ya no en cuanto realidad del efecto de realidad, sino en cuanto realidad misma, más allá de cualquier relación precaria con una verdad que la pueda medir desde afuera.

También la ficción es país de poetas. El hechizo que ellos instauran con su palabra, la fe invisible que irrigan en ella, puede mover montañas. Por ello, no resulta casual que el poemario concluya enraizado a suntuosos parajes andinos, exaltando la naturaleza telúrica y valiente de esta tierra que lucha desde sus entrañas. Como si la palabra exacerbara la aridez del desierto, pero también como si el lenguaje estuviese en camino de asumir que no hay nada fuera suyo, Núñez Torres culmina su poemario sobriamente, retomando la única pregunta contrastable, la pregunta por la experiencia:


¿Qué hace falta para de nuevo

caminar descalzos

sobre la tierra?

(País onírico, 35)


Los espejismos se han enredado en nuestros pies. Son el material de nuestros zapatos y quizás también de nuestra piel. El desierto ha devenido laberinto. Y los poetas siempre han estado dispuestos a habitar allí.

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