Por Ricardo Herrera Alarcón
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Hace rato la literatura del sur viene cambiando: los espacios bucólicos y de arraigo han cedido terreno a la violencia, el gótico y la sangre. No les ha costado, supongo, a los escritores imaginar un sur violento, lleno de patotas urbanas, drogas y crímenes. El blues etnocultural se ha hecho también cargo de ese hiato y sin duda ha generado obras que así lo demuestran. Pero quien ha corrido más el cerco de la actual literatura mapuche y no mapuche es, a mi parecer, Pablo Ayenao. La publicación de La vida toda (Bogavantes, 2023) es una muestra de la vitalidad de un autor que cruza géneros y temas, desde la crónica al cuento, la poesía a la novela, la crítica literaria al ensayo. Esa capacidad de construir una obra lo asemeja a autores como Jonathan Opazo o Nicolás Meneses en las generaciones más jóvenes.
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Vila Matas señala que el último libro de un autor anula todos los anteriores. Si es un mal libro mucho de lo escrito se oscurece. Creo también que un buen último libro ilumina de otra manera lo que existe hacia atrás.
Los comentarios que ha ido provocando la publicación de La vida toda son unánimes. Nos encontramos frente a una obra mayor. El oreja a oreja sobre el libro (como señalara en su momento Herralde de la obra de Bolaño) ha sido elocuente: estamos frente a un texto brillante, lleno de recovecos y espejos, de riesgos y aforismos, vértigo y certeza.
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Pablo me cuenta que escribió este libro en apenas dos meses. No parece posible, pero así fue si hemos de creer al autor y no tenemos por qué no creerle. Sucede que la estructura y las conexiones que se establecen entre un relato y otro son de una complejidad que supone un trabajo mayor de tiempo. Y sobre todo la densidad de la escritura que se sitúa en la frontera entre narrativa y poesía. Ese es un logro importante: la construcción de un relato complejo, con vidas que se cruzan, se pierden y recuperan, siempre teñidas de una carga simbólica digna de la mejor lírica.
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¿Estamos frente a una novela o un libro de relatos imbricados? Las dos cosas. Esa ambigüedad de La vida toda es una de sus fortalezas. En Memoria de la carne (Bogavantes, 2015), su anterior novela, merecedora del Premio Municipal de Literatura, Pablo escribió un texto marcado por una prosa más bien minimalista, donde la dictadura y la familia construyen un espacio esquizofrénico en el cual es imposible respirar. Ese libro abría nuevos caminos a la literatura de estos territorios que La vida toda no hace sino profundizar de manera insospechada, con una narración donde los temas que nos han preocupado en los últimos 50 años se ven reunidos: la dictadura, las luchas sociales, nuestros frustrados experimentos guerrilleros, la delación y la traición a la causa, el ethos mapuche, la educación y la familia como control y poder. Pero es mucho más que la suma de todos esos elementos. La vida toda puede leerse perfectamente como una novela gótica y policial, a ratos como un largo poema en prosa al estilo de La muerte de Virgilio (con todas sus obvias diferencias); si bien la historia es precisa y fija límites, la prosa es asincopada y arriesga la imprecisión de la poesía.
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La vida toda es un conjunto de memorias apócrifas, una sala en tinieblas donde un grupo de extraños personajes se reúne a contarnos sus vidas al caer la tarde, un enorme racconto en que estos seres, situados en las postrimerías de la existencia, intentan expurgar sus culpas o justificar sus acciones, desplegando un relato rabioso, una queja donde dios no tiene cabida y la redención (si es que existe) parece ser buscada en los oídos de quienes escuchamos. Porque este libro, más que ser leído, funciona como una partitura estridente, pero al mismo tiempo llena de seducción, que reclama un silencio sobre el cual se despliegue el lenguaje, un lenguaje que parece un coro colectivo enunciando una tragedia moderna.
La sublimación de la maldad y el grotesco se ven en algunos de estos entes de ficción: la astrónoma esposa del médico forense (ambos cómplices en la empresa de la tortura y la delación), la guerrillera que trabajó en casa de estos dos engendros y que asesina a su padre, el profesor de ciencias de la naturaleza, el albino, el mapuche amante de su tía que vive en un burdel y trafica animales para luego entregarse al lado oscuro de la fuerza, la hermana del albino cuyo cuerpo lleno de tumores es la coartada para pasar inadvertida su condición de asesina en serie que con una Glock 19 suma la nada despreciable cantidad de 52 almas muertas. El exilo, la tortura, la dictadura, la enfermedad y la muerte son los grandes temas de este libro, también la culpa, también la educación como enfermedad, el mal como el verdadero símbolo patrio. Hoy que se nos revelan nuevamente las perversas relaciones entre política y crimen organizado, este libro de Pablo Ayenao es el reflejo de un país donde el mal ojalá funcionara en las sombras y no frente a nosotros.
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Este thriller de terror se despliega sobre el wallmapu. Y eso no es algo menor. La violencia que algunos autores sitúan en la urbe, se desplaza al espacio rural. Después de este libro pienso que definitivamente la literatura del sur ha mutado de códigos. Pienso en otro autor de estos lados, Cristian Rodríguez, que también trastoca paradigmas en su obra, alterando cualquier tentación de barroco con una escritura que nos hace recordar la austeridad de Larkin y el escepticismo de Onetti. Extrañamente ambos (dos autores tan diferentes) sitúan en Caligrafía del insomnio (Rodríguez) y La vida toda (Ayenao) a personajes que hablan desde la cornisa y la vejez.
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El gas sarín, Carretera perdida de Lynch, Fargo de los hermanos Coen, Romo, La Flaca Alejandra, el fascista que nos habita, son los verdaderos protagonistas de estas historias, que podrían ser el gran relato sobre la dictadura del que nadie se ha hecho cargo y del que siempre se habla. También la traición como destino. Escuchemos a la protagonista de “Historia de un perfume”: “India calva, india maldita, india enana, huye de tu designación. Eso hice y aún inhalo. Mi hermano no puede decir lo mismo. Lo prometo, no lo nombro nunca más en esta calamitosa travesía. Intento encender un cigarro antes de cruzar la última frontera. Los animales mueren lentamente, al igual que los humanos. Nunca recibí protección, ni siquiera por cuentagotas. Yo fui la mejor ingeniera química de todo el mundo y nadie lo supo, nunca. Si ustedes no pertenecen a mi generación, ni se atrevan a juzgarme”.
Lo sentimos, pero este libro va en dirección contraria a este deseo. Está escrito para conmover y tomar partido, para juzgar y también ser juzgados. La mejor literatura siempre ha sido un peligro, una provocación, un delirio. La vida toda es la suma de estas características y solo podemos agradecer a Pablo Ayenao su escritura.
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