Por Ricardo Olave
“¿A ustedes ya los anestesiaron? ¿A ustedes ya los desmembraron? Sean brutalmente sinceros. ¿Ustedes han podido vivir sin el nocturno fuego?”
Extracto de La historia de un tumor
Con los recientes casos de corrupción que sorprenden a algunos incrédulos en nuestra malgastada contingencia nacional, parece no quedar dudas de que, en medio de caretas, abunda la incógnita ruindad esparcida en la cotidianidad. En el sur esto se convierte en un secreto a voces que, a veces, solo a veces, se ve por las calles, mas es indudable que hay un espacio gigante para la crueldad y la pena, la cual se impregna sin que esas voces se alcen. Prácticamente, son olvidadas, reserva de pocos que se atreven a rondar cerca de la suciedad. Pablo Ayenao (Pitrufquén, 1983) es uno de ellos.
Escritor de lo incómodo que vuelve a publicar un libro de cuentos —o novela si alguien decide discutirlo—, nos advierte en La vida toda (Bogavantes, 2023), su más reciente obra, que todos sus personajes hablan igual, sufren las mismas miserias y espantos, utilizando y perfeccionando el recurso de su obra antecesora Animales muertos (Cagtén, 2021).
Ayenao crea un universo con olor a pueblo sureño de La Araucanía, en el que sus relatos habitan el mismo espacio, lo quieran o no, interconectando historias, perspectivas y, por qué no decir, contusiones, que se van intercalando en escenarios como reducciones indígenas, internados, ferias, burdeles o salas de clases, sin que estos pierdan de vista a las montañas o espacios naturales, quizás lo más cercano a la ternura cuando uno avanza las páginas.
Aquí no hay espacio para una realidad tierna e idealizada. Sus historias rozan la marginalidad o el sabor de la sangre de aquellos “menesterosos de la tierra”. Tampoco hay censura, sus personajes hablan en primera persona como si estuviesen confesando sus pecados antes de hacerlos desaparecer, aunque a veces son ellos mismos quienes nos recuerdan que habitan en el papel y juegan con ello.
Los nueve protagonistas, ya que todos cargan por igual el peso de la obra, cargan con traumas familiares, abandonos, injusticias, enfermedades, identidades, construyendo un relato que parece estar situado entre los 90 e inicios del 2000, habitando un pueblo innombrado y la capital del reyno de Chile.
Al avanzar la lectura, uno siente que el narrador lo está insultando, se burla esperando rendirse y que cambie de libro, pero uno sigue buscando conectar todas las piezas. Notable también es su aporte al lenguaje, donde varios pasajes se transmutan con la poesía, sobre todo en momentos donde el narrador o narradora vomita la fosa común que habita en su mente, donde naufragan cuerpos, deudas y dolores.
No es exagerado decir que Ayenao corre riesgos en la literatura y saca a relucir sus mejores demonios, abarcando tópicos como las consecuencias de nacer perteneciendo al pueblo mapuche, el abandono, la crueldad de convertirse en adulto, la familia como antónimo de lugar seguro, los excluidos, la sexualidad reprimida, así como las miserias y tristezas de aquellos que no tienen una segunda oportunidad.
La vida toda, de Ayenao, a pesar de la irritación que puede provocar por su honestidad, es yerba y viento fresco para quienes buscan un desafío literario, adentrarse en letras que difícilmente dejen dormir.
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