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Ricardo Herrera Alarcón

Marcelo Rioseco, “esperando a que los muertos se sienten en esta gran mesa vacía donde escribo"

Por Ricardo Herrera Alarcón

Marcelo Rioseco es poeta, narrador y ensayista. Su primer libro de poesía, Ludovicos o la aristocracia del universo (Editorial Universitaria, 1995), ganó el Premio “Revista de Libros”, del diario El Mercurio. Es autor de los siguientes libros de poesía: Espejo de enemigos (Uqbar Ediciones, 2010), La vida doméstica (Cuarto Propio, 2016), que ganó el Premio Academia a la mejor obra literaria publicada en Chile ese año; la colección bilingüe 2323 Stratford. Ave. (Valparaíso Ediciones, 2018) y Olivia en los suburbios (Valparaíso Ediciones, 2020). Ha publicado la antología Chile: Poesía contemporánea (Ediciones Litoral, 2000) y, en colaboración con Armando Roa Vial, el libro de traducciones This Be the Verse: 25 poetas de habla inglesa (Be-uve-dráis Editores, 2002). Actualmente es el editor general de la revista de literatura latinoamericana Latin American Literature Today (LALT), afiliada a la prestigiosa revista World Literature Today, que publica la Universidad de Oklahoma en Estados Unidos.


A los lectores de su poesía (y los que se irán sumando), esta entrevista les permitirá ampliar la mirada sobre las fuentes y mecanismos de su escritura y el tránsito de su obra desde la poética de Ludovicos o la aristocracia del universo hasta Olivia en los suburbios, su último libro publicado en España. La voz de Marcelo Rioseco suena nítida y clara en esta conversación, como si estas palabras fueran la continuación natural de una poesía que ha sabido encontrar su propio camino dentro de una tradición que respeta, pero a la que no rinde culto. Una poesía que él compara al oficio del fotógrafo, donde “uno puede mostrar 'sin tocar la realidad', como si uno escribiera con guantes blancos sobre una realidad probablemente abyecta”.


En su momento creí ver en Ludovicos o la aristocracia del universo la influencia directa de Altazor, de Huidobro. Con la distancia de los años, tiendo a entender esa mirada como el síntoma de una idiosincrasia donde los referentes literarios siempre son los nuestros. Lo digo porque nos cuesta ver las obras al trasluz de otras tradiciones poéticas y porque la búsqueda de filiaciones, en Chile, tiende a ser la negación de ciertas corrientes de continuidad. ¿Es el afán de originalidad nuestro pecado?

Antes de hablar de nuestros pecados literarios me gustaría hacer una aclaración. La matriz de Ludovicos es, sin duda, el Altazor de Huidobro y, en menor medida, Zaratustra, pero hay varias diferencias importantes. La figura descendente de estos dos personajes está invertida en Ludovicos, pues él es todo aire, ascenso y construcción. Tampoco viene a anunciar las buenas nuevas como el personaje de Nietzsche. De Altazor tomé la idea de dividir el libro en cantos, pero en Ludovicos no hay una desintegración del lenguaje sino un viaje hacia lo absoluto. Estas influencias me parecen tan evidentes que nunca las mencioné explícitamente. Claro, es un viaje lúdico, de ahí su nombre. En este sentido, es un libro completamente pensado dentro de la tradición de la poesía chilena, de nuestros referentes, como señalas. Ahora bien, sabemos que la poesía chilena lleva décadas mirándose a sí misma por razones que son difíciles de entender para cualquier latinoamericano. Antes pensaba que se trataba de una mala costumbre que tenía su origen en la dificultad de encontrar los libros de otros poetas en Chile, pero con el tiempo, creo, se trata de un gesto narcisista bastante perjudicial para los mismos poetas. En Estados Unidos sucede algo parecido, pero la dimensión del país ayuda a compensar la pobreza que significa solo leer a los poetas del barrio. No me parece que esto tenga, por ahora, solución alguna. Aquí nos fallaron los poetas que estaban encargados de que el árbol no creciera torcido.

Ahora bien, la negación de las filiaciones no es una característica necesariamente chilena. Ya lo adelantaba hace bastante tiempo Octavio Paz cuando hablada de la tradición de la ruptura y la ruptura de la tradición, este gesto radical y crítico es intrínseco de la Modernidad y sería raro no hallarlo en cualquier tradición literaria de Occidente. Lo que sí es llamativo es que el fundador de la poesía moderna en español, esto es, Huidobro, haya dejado una impronta tan fuerte en la literatura en Chile. Chile es un país cuya tradición es respetuosa, paradójicamente, de la vanguardia y de los gestos que posteriormente se derivan de ella. Ya ves cómo después de Huidobro viene Parra y Juan Luis Martínez y hasta el primer Zurita. Y hasta coincidencias de orden mágico tenemos en Chile. Fíjate que Altazor fue publicado en 1931, Poemas y Antipoemas en 1954 y La nueva novela de Juan Luis Martínez en 1977. Hay exactamente 23 años entre cada uno de ellos. Un número que nuestros cabalistas deberán pensar un poco más. En el prólogo a Martínez Total (2016) señalaba que difícilmente podía haber un triángulo equilátero más perfecto que este en América Latina, pues los tres libros son inequívocamente rupturistas. Todavía sigo creyéndolo. Por otro lado, el gesto adánico, rupturista, crítico, tiene un extraño prestigio en Chile. Esto es muy chileno, en mi opinión. ¿Es un pecado literario? No lo sé, pero tiene desventajas muy evidentes el hecho de leer la tradición poética de un país de esa manera. Esto lo han dicho muchos escritores y críticos que no son chilenos. Y no como un halago precisamente.


Veo tu libro Espejo de enemigos como un puente entre la poesía de Ludovicos y el lenguaje que asumes en tus últimos tres libros. Quisiera que me contaras cómo ves ese proceso de transición, porque Espejo de enemigos es un libro complejo, una propuesta donde el lenguaje coral se hace a ratos sentencia y manifiesto literario y vital. ¿Es este un libro de transición en tu lenguaje poético?

No lo veo así, necesariamente como una transición, pero ciertamente es un libro que se aleja de Ludovicos de manera explícita. Espejo de enemigos es un hijo del entusiasmo lector. Lo escribí en Cincinnati cuando asistía a un seminario del Siglo de Oro. Creo que eso fue entre el 2004 y 2005. Me entusiasmó el lenguaje de esa época y el humor que había en peleas tan memorables como las que sostuvieron Góngora y Quevedo. Curiosamente Espejo de enemigos no es hijo del conceptismo español (eso me parece bastante evidente), sino, probablemente, de mis lecturas en esa misma época de Fray Antonio de Guevara y sus polémicas con Antonio de la Rúa. Polémicas que dicho sea de paso se adelantaban a las citas apócrifas que iba a popularizar Borges cuatro siglos más tarde. Antonio de Guevara es un escritor menor, “periodista y orador” como lo llamó Américo Castro, pero ingenioso, tanto que se adelanta incluso al siglo del ingenio y hasta Cervantes sacó algo de ese estilo tan suyo. La cadencia, las repeticiones asonantes, el ingenio ese género chico, como lo llamó José Antonio Marina, un léxico siempre en relación con lo que se dice, todo eso me pareció fascinante y me sigue pareciéndolo. El libro clave es Menosprecio de corte y Alabanza de aldea que es de mediados del siglo XVI. Desde estas lecturas derivé a los poetas latinos, pues las correspondencias son maravillosas y te atrapan como un agujero negro, habría que ponerse cera en los oídos, como Ulises, para no dejarse encantar por esos sonidos que el español tenía en esa época. Creo que Espejo de enemigos está a medio camino de estos dos mundos. Las referencias latinas son más explicitas. Habría que decir que la presencia de Marcial o Suetonio, especialmente este último como alter ego de una voz en clave de poesía dramática en Espejo de enemigos, no requiere mayores explicaciones, son presencias literales, cita y homenaje, el juego estaba en hablar del presente usando ropa vieja que yo me ponía de prestado para hablar de algo que bien podría haber sido Chile a comienzos del siglo XXI. Me parece que hay en ese libro un testimonio de lecturas que fueron en su época profundamente gozosas. Ahora bien, tanto Ludovicos como Espejo de enemigos son libros donde el lenguaje es central en la búsqueda de un tono, la escritura de este libro debiera decir, como lo hace Diego Maquieira, la “composición” fue siempre para mí un tema eminentemente musical (por ejemplo, el tono de este título de Lucano: “Lamento con blasfemia sobre las consecuencias de la batalla” bien podría estar en mi libro) y también cierto humor, claro está que en Espejo de enemigos estamos más cerca de una ironía más filosa que el humor nacido del juego que se ve en Ludovicos, sin embargo, como ha observado el mismo Marina, el ingenio está siempre presente allí donde se presenta el juego. Y también la libertad, juega el que está libre. A mí lo que siempre me gustó del ingenio es la mala prensa que lo antecede, es pura libertad, es explosivo y su luz ilumina por poco tiempo, devalúa y no necesita parecer serio, y, a pesar de todo, es siempre un juego y nunca juguete. Creo que en Espejo de enemigos hay mucho de esto, más controlado que en Ludovicos, pero siempre cercano a una apuesta donde es necesario demostrar que se domina la materia con la que se juega. Para mí, en este contexto, jugar es otra forma de decir escritura. Hay que pensar más en el papel del tono en la poesía, para mí es central. Por favor, no nos olvidemos de la música!


Me sucedió con 2323 Stratford Ave. que fui a una librería en un mall en Temuco, lo abrí y leí un par de poemas (ese rito en que aún confiamos antes de comprar un libro) y de inmediato decidí llevarme el texto, por dos cosas que en ese momento solo intuía: había allí un poeta radicalmente diferente al que alguna vez había leído. Dos: lo que leí en un par de minutos me parecía absolutamente verdadero y se alejaba del concepto de ficción o máscara a la que es tan proclive la poesía chilena desde Parra en adelante. Quisiera preguntarte cómo llegaste a ese lenguaje, cómo fue esa búsqueda de la cual das algunas pistas en el epígrafe de Manuel Bandeira que colocas al inicio: “Así querría mi último poema. / Que fuese tierno diciendo las cosas más simples / y menos intencionadas”.

Te agradezco tus palabras. Ojalá todos pudiéramos encontrarnos con libros de esa manera que describes. Lo que me cuentas me recordó a Floridor Pérez, quien siempre me decía que cuando uno iba a una librería por primera vez había que comprar un libro, y que no hacerlo traía mala suerte. Quizás él intuía que en las librerías estos encuentros había que tomárselos en serio. Así es que me alegra mucho que hayas llegado a ese libro de una manera tan feliz. Con respecto a tu pregunta, tendría que decir que llegué a ese lenguaje cansado de una poesía que tenía mucho de teatral, como la de Nicanor e incluso la de Enrique Lihn, especialmente del último Lihn. No fue un gesto en contra, fue parecido a cuando uno se cansa de un amigo y te alejas naturalmente de él, pues sabes que su presencia podría arruinarte el día. En ese contexto, claro, la síntesis era el camino central, una síntesis en dirección a lo primordial (casi digo “verdadero”). Es una apuesta por una poesía de la revelación en el sentido que lo entendía Anguita, pero con un lenguaje que jamás Anguita habría usado. Menos máscaras, juegos, trucos, y más experiencia real, creo que va por ahí la explicación. Y la cita de Bandeira apunta a destacar eso, pero él le agrega algo que es muy difícil de conseguir en literatura: la ternura. Por otro lado me atrevería a decir que esta poesía no habría sido posible si no viviera en Estados Unidos, pues 2323 es asimismo una larga meditación de lo que significa vivir en otro idioma. Y, sin ir más lejos, en un país protestante donde el puritanismo y la Ilustración se dan la mano detrás del escenario. Con esto no quiero decir que no sienta todavía interés y hasta fascinación por la poesía que abandonaba con esta nueva escritura, simplemente me parecía que aquello ya no era lo mío. Tu pregunta me hizo acordarme de Floridor y te lo agradezco.


Tiendo a pensar tus últimos tres libros (2323 Stratford Ave., La vida doméstica y Olivia en los suburbios) como una trilogía o, por lo menos, como textos más allá de los temas que los separan y acercan donde el lenguaje no es el protagonista. Si mal no recuerdo, en una entrevista [ver aquí] señalas que existen ciertas poéticas donde el autor cede su lugar de privilegio y donde el lenguaje ya no actúa como mediador entre la experiencia y el poema. Creo que algo parecido se da en estos tres libros tuyos. ¿Estás de acuerdo con esta apreciación?

Sí, y ahora que hablamos de 2323 Stratford Ave., me parece que este es un libro que está en medio de Espejo de enemigos y La vida doméstica. Espero que el libro que estoy escribiendo ahora componga la trilogía junto con La vida doméstica y Olivia en los suburbios. Y sí, concuerdo con la apreciación, me parece que el lenguaje se invisibiliza para poner a la experiencia en primer plano, aunque hay que aceptar que esto también es un ejercicio de lenguaje y uno bastante complejo. Pero entiendo lo que me dices porque quizás en Chile el lenguaje no solo es forma literaria sino, muchas veces, el mismo tema del poema, eso me parece un poco cansador, pues uno termina echando de menos la experiencia humana, pues ¿de qué otra cosa podría hablar la literatura? Además, necesitaba un tipo de poema que se presentara como apertura al mundo, no como un doble en competencia por la representación de ciertas experiencias. Hay un peligro en la economía de medios, por cierto, que vale la pena destacar y es que síntesis y pobreza a veces pueden parecerse peligrosamente. Este es el desafío y no es menor. Vuelvo a tu pregunta, hay muchas formas de nombrar a la realidad, yo creo haber encontrado una donde se observa una voz levemente cansada.


Uno de los temas de Olivia en los suburbios es “la triste melancolía de envejecer”, un aire de derrota que traspasa a los textos con el convencimiento de que el fracaso es parte sustancial del mirar a la vida cara a cara, lo que trasforma, paradójicamente, a esa derrota en un triunfo oblicuo. Por otro lado, existen elementos fantásticos al estilo de los poemas de Charles Simic. ¿Qué poetas, aparte de Simic, están en la trastienda de este libro?

Es que se fracasa, al menos peleando contra el tiempo. Ese tema está en todos mis libros, las distintas formas del tiempo, ese enemigo que mata huyendo, como decía Quevedo. No había pensado en que aquello pudiera conformar un “triunfo oblicuo”, pero tiene mucho sentido; un extraño triunfo, por cierto. Respecto a los poetas, Simic es uno de ellos, pero no el principal. Aunque La vida doméstica puede derivarse solo de esta opinión de Simic: “En comparación con otras artes, los poetas pasan mucho de su tiempo rascándose la cabeza en la oscuridad. Es por eso que el viaje que prefieren hacer va a ser a la cocina, para comprobar si hay algo de jamón asado y cerveza fría en la nevera”. Esto me parece experiencia pura, irrefutable. También me siento cerca del poeta polaco Adam Zagajewski. Sus anotaciones sobre la Cracovia comunista, por ejemplo, me recuerdan mis años en mi ciudad natal, Concepción, en los años de la dictadura de Pinochet. Otra cosa, Zagajewski apreciaba la palabra “totalidad”. Qué lástima que las jóvenes generaciones de ahora no hayan vivido en carne propia el significado de una palabra que demandaba a los poetas y a los filósofos una búsqueda desmedida y maravillosa y que en sí misma era una clave de reconocimiento entre camaradas. La totalidad era la gran familia de los desterrados metafísicos, de los solitarios y los imposibilitados, quienes aspiraban como es lógico suponer a una comunión con la fecundidad de la vida. Pero todo esto es ya una historia pasada de moda; ahora somos posmodernos, fragmentarios. Ahora nos enorgullece la fragmentaria soledad de la vida actual. Quizás nunca existió esa totalidad y esta discusión fue siempre una pura charlatanería. Peor para nosotros. Ahora bien, estas cercanías, como ves, son de orden espiritual ya que se trata de poetas que vivieron fuera de sus países y en otro idioma (como Joseph Brodsky o Czeslaw Milosz). Zagajewski también creía que la defensa de la poesía era “la capacidad fundamental de experimentar el milagro del mundo”. Yo me siento muy cerca de este pensamiento. Otro escritor en esta órbita es Raymond Carver, quien no me gusta como poeta (quizás nunca lo fue) también ha tenido algo que ver, quizás en la sintaxis en inglés y ese mundo pobre de Estados Unidos que me resuena con mucha fuerza al vivir en Oklahoma. Me gusta esa manera cruda y brutal que tiene Carver de retratar a un grupo marginal de la sociedad de Estados Unidos, sin idealizaciones, poniéndose del lado de los derrotados de la historia como un fotógrafo que no tiene opiniones al respecto. Esa mirada ha sido muy atractiva para mí, pues yo provengo de una familia de fotógrafos y en ese acto fotográfico en poesía uno puede mostrar “sin tocar la realidad”, como si uno escribiera con guantes blancos sobre una realidad probablemente abyecta. En todo caso siempre me siento muy cercano a los escritores que mantienen una relación conflictiva con sus países. Por razones obvias simpatizo con los escritores expatriados, pero en Chile hay muchos que bien podrían ser considerados extranjeros en su propio país, a estos poetas siempre los siento como hermanos. Creo que Milosz lo dice muy bien en un poema de 1945 que se titula “Varsovia”: “You swore never to be/ A ritual mourner./ You swore never to touch / The deep wounds of the nation// So you would not make them holy/ With the accursed holiness that pursues/ Descendants for many centuries”. Creo que uno debería levantarse en la mañana repitiendo un par de estos versos como un ritual expiatorio: “juraste no tocar nunca/ las profundas heridas de la nación”. ¡Cuántas cosas hay solo en estas dos líneas!


Para finalizar: parte de tu trabajo crítico, pienso en tu libro Maquinarias deconstructivas, ha sido la descripción de una neovanguardia lúdica donde el juego es un elemento central de algunas poéticas surgidas en el Chile de los ochenta. También has editado compilados críticos sobre la obra de Teillier y Anguita. ¿Por qué Teillier y Anguita?

Bueno, en la pregunta anterior dejaba afuera a Teillier, pues vi que lo mencionabas aquí. Para mí es un poeta fundamental, quizás porque yo sea de Concepción, ciudad que podría considerarse como el inicio del sur de Chile, o quizás porque es el poeta que rehusó las máscaras, el truco fácil y prefirió hablarle a las cosas por su nombre, a las polillas, a los trenes que se demoraban bajo la lluvia, al bar donde los amigos cantaban canciones pasadas de moda. Lo comencé a leer (recuerdo bien que el primer libro que leí de él fue Para un pueblo fantasma) cuando tenía 18 o 20 años y lo sigo leyendo hasta ahora con la misma emoción que me produjo al principio. No es un poeta como Neruda o Darío, poetas totales, avasalladores, dueños de todos los estilos posibles; al contrario, siempre lo imaginé como un heterónimo de Fernando Pessoa, uno de los mejores, por cierto; una voz concentrada en sí misma, sin más variaciones que sus propias obsesiones, tratando de regresar a ese lar perdido que existía solo en su memoria. Lo conocí tres meses antes de que muriera. Teillier había ido a Concepción a un funeral y en ese breve viaje iba a leer en la librería de Omar Lara, pues este le había editado un libro en su editorial. Omar me envió una tarjeta suya donde me invitaba a ir a su librería a escucharlo un sábado a mediodía. Poco después Teillier murió. En julio de este año falleció Omar. Mi mamá falleció en junio de este año. Creo que en estos tiempos de coronavirus a todos nos ha rodeado la muerte y por lo mismo es un buen momento para releer a Jorge Teillier, ya que por él sabemos que: “Para hablar con los muertos / hay que saber esperar: / ellos son miedosos / como los primeros pasos de un niño. / Pero si tenemos paciencia / un día nos responderán / con una hoja de álamo atrapada por un espejo roto…”. Y aquí estoy yo, en las planicies del estado de Oklahoma, esperando a que los muertos se sienten alrededor de esta gran mesa vacía desde donde escribo para que podamos comenzar esa conversación tan necesaria. Solo Teillier podía habernos dado un poema como este. Creo que sus poemas sobrevivirían precisamente porque hay en ellos una síntesis fundamental y una extraña e inusual sabiduría con la cual podemos esperar más tranquilo el próximo amanecer. Y qué gran conversador fue. Ese libro que le hizo Carlos Olivares nos muestra a un poeta irrepetible. Anguita es un caso muy distinto, me gusta su vena metafísica, poderosa, desgarrada, cuya música me parece perfecta. Tengo la convicción de que Venus en el pudridero junto con Piedra de sol de Paz y Muerte sin fin de Gorostiza componen una trilogía perfecta, allí están los 3 mejores poemas largos escritos en el siglo XX en español, cuyo tema es el tiempo o, mejor dicho, el paso del tiempo. Cuando leo a Paz: “no hay nada en mí sino una larga herida, / una oquedad que ya nadie recorre,/ presente sin ventanas, pensamiento/ que vuelve, se repite, se refleja/ y se pierde en su misma transparencia”. Pienso que estos poetas entendieron el tiempo como una circularidad o, al menos, como una repetición destructora. No hay dudas que poesía y filosofía se dan la mano en estos poemas, esa hermandad que tanto llamó la atención de María Zambrano. Anguita, dentro de este contexto, es un poeta fascinante y pocos han entendido su indiscutible aporte dentro de un contexto latinoamericano. Por supuesto no comulgo con su vena católica, pero sí, entre otras cosas, con esa idea tan suya de que la poesía es el perfecto equilibrio entre el sonido y el sentido. En un país vanguardista, su propuesta de una poesía práctica, el Movimiento David (compuesto solo por él) no dejan de impresionarme, acaso por su silenciosa y correcta desmesura. ¿No escribió él la gran poesía metafísica en Chile? Estos versos de Venus en el pudridero son tan inolvidables que no puedo dejar de citarlos: “¿Oís podrirse los duraznos en el granero,/ al atardecer, mientras las fechas del reino/ caen de los tronos/ y el viento las amontona, las dispersa y olvida?/ Yo pienso en el gusano”. Sigo pensando que se trata de un poema perfecto y una cumbre de la poesía metafísica en español (y eso que no hablamos todavía de ese texto abismal que es Rimbaud pecador). Venus en el pudridero es un poema en cierto modo frío, indestructible como un diamante, con una música tan original, tan distinta a todo lo que nos acostumbraban el ritmo embriagante de un poeta como Neruda. Tiene una contención que solo encontramos en una Mistral, si me aceptas la analogía. Tampoco hay que olvidar sus ensayos. Fue un gran ensayista. Me siento muy cerca de esos poetas “exorbitantes”, fuera de la órbita de lo esperable, de lo puramente literario, acaso llamados a escribir una obra tan extraña como original, cuyas dimensiones son incluso difíciles de medir hoy en día.



Poemas de Marcelo Rioseco


HOY HE DESPERTADO EN ESPAÑOL


Hoy he despertado en español y me he puesto remoto,

hoy me he sentado en español y he escrito

para no olvidarme que despierto y me siento en español,

pero vivo en inglés. Esa es la única realidad que me obliga

llena de palabras duras, de verbos sajones e industriales,

de pronombres que me cierran el paso

y son grandes en número como mis recuerdos.

Hoy soy torpe, pero torpe en español. Todavía.

Y no sé hablar, no sé decir gracias sin pensar

que digo “bienvenido”, sin saber si esto es

lo que debe suceder o en qué idioma debe suceder.

Hoy soy en español, poco funcional, sudamericano,

un poco indio, un poco colonizado

como los cuatro rincones de mi país

que tiene fe en el vidrio y los números.

Hoy he despertado en español, mis extremidades

en español, mi nariz en español;

mis ojos, mi pelo, mi boca en español

y no he sabido traducir

porque traducir ya no es ser uno,

sino otro, que traduce y habla.



YO NO SOY CHILENO


Yo no soy. Para ser, tengo que llamar

todas estas cosas con otros nombres.

Roberto Matta


No soy chileno, nadie puede serlo.

Yo estoy chileno, pero ya se me pasa

y estoy aquí mirando el árbol

sabiendo que si crece torcido dará mala sombra.

Estoy chileno como lo puede estar cualquier otro,

como algo malo que sin ser malo es pasajero.

Estoy sin ser nada específico

porque nadie es específico.

Tal vez la muerte o Dios sean específicos,

pero cuando yo estoy y pienso,

no sé nada

ni de la muerte ni de Dios ni de nada

porque estar es simplemente eso, estar

y luego, dejar de estar.



LA VIDA DOMÉSTICA


La vida doméstica

es la manera más rápida de matar la locura de un poeta

y también es la manera más rápida de matar al poeta.

Le leo mi poema sobre Roberto Bolaño a Claudia.

Claudia me mira y después de una pausa

pregunta: “¿Quieres comer? Los filetes de salmón

todavía están en el refrigerador.”

Bolaño desde los desiertos de la muerte

donde está ahora, me guiña un ojo y dice:

“No sabía que te gustaban

los filetes de salmón, Mauricio”.

Claudia se ha ido, pero al rato regresa,

como Cristo cuando andaba aburrido.

Mientras tanto yo trato de comprender

cuál es el problema con el salmón

y si debo o no escribir este poema.

“No derrames más la leche en la cocina”, exclama.

Busco a Bolaño, pero esta vez su imagen

se ha evaporado entre mis libros

y los platos sucios con comida.

Quizás ya estamos todos muertos

como los peces inmóviles que arrastra el río.



Y TE LLAMARÁS HUÉRFANO


A veces

es bueno mirar hacia atrás

y observar la raíz

desde donde hemos venido

a este mundo

porque en un momento

raspante y único

esa raíz dejará de existir

y se apagará.

Algo crujirá

bajo nuestros pies,

algo te impactará

en el rostro

(como una bofetada)—

solo entonces

te podrás llamar

huérfano.



OLIVIA EN LOS SUBURBIOS, OLIVIA EN EL HOGAR


En los suburbios todas las casas son iguales

altas, cómodas y con enormes techos negros.

En sus amplios jardines y garajes para dos autos

nunca se ve a nadie, a veces un carro pasa

y luego desaparece.

Estamos lejos de las iglesias de espigadas cúpulas

y sus limpias cruces de madera.

Los jueves pasa el camión de la basura,

y se lleva docenas de tarros repletos de botellas vacías.

En esos mullidos sillones de cuero sintético

se hunden mis vecinos como mansos niños

frente a la muerte,

anestesiados con inyecciones de droga sintética

mientras las horas son cubos de hielo

que se diluyen en vasos de cristal chino.

No te imaginarías lo que hay detrás de esas paredes.

Si tan solo vieras toda esa perfección

tan bien arreglada, esas mangueras amarillas

desperdigadas por el suelo y el césped recién cortado.

La verías como esa tarde

cuando los contornos del infierno

comenzaban a dibujarse

en el tenue horizonte de Oklahoma,

y por una de las puertas del patio Olivia se escapó

y de un salto se trepó a un árbol

y allí permaneció por horas

como un golpe de belleza y perfección estremeciendo

este estercolero de inmensas y espigadas flores azules.


El viento le sacudía el pelo,

pues era otoño en los suburbios

y en septiembre las rugosas hojas de los árboles

se queman solas—

los dioses nos dicen que los gatos son animales mágicos

que recorren el patio trasero de los manicomios.


Olivia en los suburbios, Olivia en el hogar.


Avizorando, allí en lo alto, como esa estrella

que yo debía seguir

el perímetro de la cordura

que traspasaba (inconscientemente)

como mis perversos vecinos,

los jubilados de la tierna sonrisa,

el vendedor recién promovido, el estudiante solitario

o la muchacha drogadicta, esos que hacen

tantas cosas prohibidas

en casas que siempre tienen las persianas echadas.



DEMASIADO TIEMPO


Para Álvaro Durán


Tienes razón:

lo mejor siempre está ausente

y la vida debe vivirse

como si en verdad ocurriera,

sin fatigarse demasiado;

si es posible

con cierta alegría.

Bien lo sabes––

nadie ha sido

naturalmente infeliz.

Demasiado tiempo

se pasa en un mismo lugar

perseverando en contra,

enamorado de una soledad

que no es tuya ni mía ni de nadie.

Pero quizás para eso sean

estos días sin sosiego;

para caminar sin ser visto

cuando los árboles recién florecen

y aprender un idioma

que ya no nos servirá de nada.

También podemos soñar

con los amigos muertos

y saludarlos cuando los vemos pasar

bajo un sol que se deshoja

morosamente

como un niño aprendiendo a llorar.


Tienes razón, la vida debe vivirse

como si en verdad ocurriera––

en las ciudades se apagan las luces

y los niños olvidan las estaciones.



UN TRAPO SUCIO DE ALGODÓN


Intenta alabar al mundo herido.

Adam Zagajewski


“Intenta alabar al mundo herido”

la gruesa espuma del vino rojo,

sangre de los poetas vivos y muertos,

los tediosos viajes y los libros leídos,

el sexo que alguna vez fue

como una estrella lanzada al vacío.

Intenta alabar al mundo herido,

oscuro y ansioso, sin significación ninguna,

como tú y yo, en las eternas ciudades

y sus cementerios de polvo blanco.

Intenta alabar al mundo herido

porque todo mundo es ajeno

y ya no vives en tu país ni en ningún otro.

No hay recuerdos limpios o claros

porque ahora la memoria

es como un sucio trapo de algodón

con el cual ya no puedes lavarte las manos.

Intenta alabar al mundo herido

y esconder esa herida con la cual amas y odias,

al mundo, a los rebeldes gestos de la juventud,

a ti y a mí, pasto indócil con el cual cubrimos

sin alegría los cementerios con un falso fulgor.

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