Por Juan Manuel Mancilla
Micaela Paredes ha publicado los libros de poemas Nocturnal (2017) y Ceremonias de Interior (2019), ambos por la editorial chilena Cerrojo, y un conjunto antológico digital, Adiós a Ítaca (2020) por El taller Blanco en Colombia. Este año saldrá Propétides por Editorial Devenir en España. Estudió Licenciatura en Letras Hispánicas (PUC) y un máster en Escritura Creativa (NYU). Ha escrito reseñas, ensayos y hecho traducciones para diferentes revistas literarias. Guía talleres de escritura para la autoexploración en La voz de Sila (lavozdesila.com). Obtuvo el Premio Internacional de Poesía Miguel Hernández 2024 con su poemario inédito "Propétides".
Una parte de tu vida ha estado implicada de mudanzas, cambios de ciudades y países. ¿Tales desplazamientos han influido en tu escritura y de qué manera se manifiestan en la textualidad?; ¿cuán relevantes (o no) son los tránsitos y pausas en tu proyecto escritural?
Todo influye en todo; hay un continuo orgánico entre los movimientos afuera y adentro. Quizás esos movimientos por el espacio externo no aparecen de forma evidente en mis poemas; no suele haber referencia a coordenadas ni referentes de lugar específicos, pero sí un eco de lo que esos movimientos despiertan en las dimensiones más sutiles de mi proceso vital. También las lecturas con que me he encontrado en los diferentes lugares en los que he vivido.
No hablaría de «proyecto escritural» porque eso implica una idea preconcebida de un camino a recorrer y yo soy bastante voluble y poco dada a la planificación en general. Sí hay desde el comienzo una vocación por la forma, los ritmos, los sonidos, la métrica, pero eso es una herramienta que no busqué, sino que se me reveló como estímulo sensorial, y que ha nutrido mi proceso creativo hasta ahora, pero no es un fin en sí mismo. Siento que las cosas —lo que estudié, la poesía, las mudanzas— me han pasado y yo he intentado navegar esas propuestas del universo integrándolas creativamente a mi vida. Y la escritura es la forma sensible que me interpeló y se me ofreció amorosamente como salvavidas en un momento dado.
En relación con lo anterior, ¿podrías hablarnos algo más sobre tus labores como editora y mediadora del libro y la lectura?; ¿qué experiencias te han dejado estos trabajos?; ¿cómo has visto la relación del público con los libros y la literatura?
Esas experiencias han sido circunstanciales y maravillosas. Sobre todo la mediación de la lectura y escritura. Me ha dado la posibilidad de compartir mi entusiasmo por las palabras con personas diversas, salir del enclaustramiento, conocer otras formas de ser y hacer; nutrirme de otras sensibilidades y poner en perspectiva lo que hasta hace un tiempo atrás yo ponderaba como “poesía”.
Creo cada vez menos en la poesía como género literario; me interesa cada vez menos el análisis especializado de la literatura y más la lectura y la escritura como una actividad libre, creativa, transformadora y disponible para toda persona que tenga ganas de tender un puente entre el adentro y el afuera, entre la experiencia propia y la “ajena” (que en realidad nunca lo es), a través de las palabras.
En cuanto a tus intereses literarios ¿con qué autores/as dialogas? Y si pudieras/quisieras filiar tu propia escritura ¿te sientes inmersa en alguna corriente, movimiento, generación literaria... local, continental, global...?
Creo que esas filiaciones han cambiado mucho últimamente y siguen cambiando. En un comienzo, a los 20, me fasciné con la tradición de la poesía española (el siglo de oro, la generación del 27 y del 50), el modernismo hispanoamericano, la poesía métrica en general; un canon casi completamente masculino que leí, sin darme cuenta, como un absoluto. Hoy descubro que ese sesgo aprendido que suponían mis gustos literarios era un reflejo de una mutilación de mí misma; un no saberme, no querer aceptarme en mi ser mujer. Esto implica un montón de dimensiones —prácticas, espirituales, sensibles— a las que hoy les estoy dando espacio a través de la vida cotidiana e íntima, a través de la escritura y la lectura, a través de mis relaciones con otros seres humanos.
Hoy me siento muy interpelada y en conexión con la escritura de Clarice Lispector, de Raquel Jodorowsky, de Hilda Hilst, de Alejandra del Río, y más recientemente de Olga Tokarczuk.
Me siento parte de la corriente infinita de la vida.
A propósito de tus estancias en el extranjero (Nueva York, Barcelona, Madrid): ¿cuál es el panorama para la literatura escrita por hispanos y/o sudamericanos?; ¿dónde está puesto el interés por parte de ese público?; ¿cómo es el ambiente editorial en estos contextos?; ¿existe algo parecido al fenómeno que ocurre en Chile con la emergencia de proyectos de editoriales independientes?
He vivido de paso en diferentes lugares y no me he hecho una idea concreta de lo que me preguntas; quizás porque no me he relacionado mucho con el ámbito literario y editorial en esos territorios más que circunstancialmente. Sí creo que en Estado Unidos hay un espacio importante y creciente para las escrituras y culturas “latinas”, todo lo que tiene que ver con las construcciones y deconstrucciones de la identidad (territorial, idiomática, de género, etc.). No soy una gran conocedora de ese ámbito, solo lo percibí superficialmente.
En España hay una cultura del libro y la edición impresionante; la cantidad de librerías, publicaciones, eventos, es abrumadora, al menos en Madrid. No sé qué tanto interés hay en la literatura latinoamericana aquí; por lo que he visto, bastante en la narrativa contemporánea; poco en la poesía.
¿De qué manera piensas o crees que la literatura hace resistencia frente los poderes de este (u otro) mundo?; ¿cómo esto (o no) forma parte de tu obra? Por ejemplo, en tu libro Nocturnal (Cerrojo 2017) hay toda una sección (y un poema) que se denomina «El arte de lamentarse» y en el poema «Mis palabras» se lee lo siguiente: “Porque siempre me duelen/ unas pocas palabras... ¡Baja/ ángel o hada,/ y has lo que no he podido:/terminar de alumbrarlas”... O en Ceremonias de interior (Cerrojo 2019) el poema «Contemplación primera» abre así: “No se puede palpar el espesor del cielo/ ni abrasarse en lo eterno...”. Me (te) pregunto: ¿Qué es lo que no (se) puede, Micaela?
Más que hacer resistencia —esa es una palabra que me gusta cada vez menos—, la poesía abre una dimensión otra, original en el sentido de conectarnos con el origen, diferente a la que nos ahoga y somete cotidianamente al embotamiento, banalidad, perversión y crueldad del sistema. La poesía es una forma de conexión con la fuente infinita de creación que nos sostiene, atraviesa y moviliza a participar de la consciencia del universo y su eterno tránsito hacia sí mismo.
Esos versos que traes a colación eran un dar cuenta, en su momento, de la sensación de impotencia frente a un misterio —el de la existencia misma, el de ser alguien y estar aquí, ahora— que nunca termina de revelarse, de cuajar en la palabra.
Hoy acepto, unos días mejor que otros, ese misterio. Agradezco la posibilidad de poder experimentarlo en silencio, con este cuerpo y este nombre. Raquel Jodorowsky lo expresa mejor:
Aquí está
mi sangre
hecha palabra.
Soy poeta
no por lo que escribo
sino por todo
lo que he vivido.
Aquí mi poesía
que es de carne
y es de hueso.
Fuera de la poesía
no he existido.
Solo habito los sueños
pero salgo a veces
a comprar
duraznos.
Recientemente has sido reconocida con el Premio Miguel Hernández de poesía en Valencia, España. ¿Cómo tomas este acontecimiento, si es que lo consideras como tal?; ¿podrías referir a la obra que participaste... sus temas y problemas, el título, el tiempo que te tomó producirla, la forma o géneros de los textos...?; ¿Hay sonetos?
Es un acontecimiento en tanto los premios siempre siguen la dinámica de la ruleta rusa. Envié el manuscrito y no pensé que fuera a pasar algo. Pero pasó, y eso me tiene contenta, sobre todo porque me permitirá publicar el libro. Se llama Propétides y fue escrito entre el 2019 y el 2022 en su mayor parte. El nombre hace referencia a la mitología grecolatina; las propétides eran un grupo de mujeres que vivían en la isla de Chipre y se negaban a rendir culto a Venus, la diosa terrible del amor. Por eso las castigó y las obligó a prostituirse, lo que las terminó por convertir en “duras y frías estatuas”. Eso lo leí en las metamorfosis de Ovidio, durante la pandemia, y me gustó la ironía de la historia, que usé para englobar una serie de poemas que toman como punto de partida las historias de diferentes diosas y ninfas para darle una vuelta de tuerca al relato mitológico. Es un conjunto con un tono diferente a mis libros anteriores, mucho más irónico, con cierto ímpetu narrativo que propicia el monólogo dramático. También hay poemas que no tienen el sustrato mitológico pero que escribí durante ese periodo y dialogan con las mismas inquietudes vitales. Hay métrica, sí, pero camuflada. Creo que hay uno o dos sonetos, y también uno o dos poemas en prosa.
Poemas de Micaela Paredes
El poema de amor
El poema de amor que no te he escrito
está lleno de palomas ciegas
que mendigan el pan y juntan polvo
en la negrura torpe de sus alas.
El poema de amor que no profeso
ya está escrito en la carne de los días
porque lo que no fue seguirá siendo
como tu sol hundiéndose en mi sangre;
como yo misma que callo y no existo,
que inundo con mi espuma tus horas sin nombre
y espero volver a amanecer
más allá de estas murallas donde escondo
el poema de amor que no te escribo.
Otro cuerpo enamorado
Dios toca la punta de mi cuerpo enamorado
y a imagen del poeta se contempla.
«Mi glande puro y mis testículos
repletos de amargura
llenan el mundo y dibujan el límite
que separa el abismo de las aguas», dice,
recreando el universo en mi entrepierna.
Yo lo miro con ternura y le permito
descansar su cabeza a la altura
de mi espanto, revestido de indulgencia.
Le concedo la fiesta y lo proclamo
soberano en la Casa del polvo
mientras guardo en el pliegue de mis labios
el secreto de su origen
como toda buena madre.
Las raíces invariables de la tierra
No alcanzarán las islas que contaste
y aproximaste en sueños
a extinguir el rencor que hoy incendia
y consume todos tus barcos.
Entre la luz del recuerdo
y la noche del presente,
su madera enronquecida se alimenta todavía
del anhelo de que Ítaca no sea
sino el sitio que separa
tu vida de la vida,
o de la muerte, que es lo mismo;
el rincón que te espera
sin promesas
cuando ya no haya palabra
ni deseo de ella
y acaricien tus huesos
las raíces invariables de la tierra.
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