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  • Pablo Ayenao

La infancia a nadie le importa

Apuntes sobre La mugre (Editorial Forja, 2021), de Diego Rosas Wellmann


Por Pablo Ayenao


Diego Rosas Wellmann, sicólogo y escritor, ha publicado con anterioridad el poemario Resquemores (Ediciones Bogavantes, 2019), siendo La mugre su primera incursión en la narrativa. Actualmente reside en Temuco.

La mugre es un libro que consta de ocho cuentos que se destacan por desplegar una muy fluida prosa, exhibir un condensado dramatismo e inscribir una sensitiva precisión verbal. La letra, entonces, se concentra y luego se expande, según lo requieran las rotundas atmósferas. Así, se establece una escritura dúctil, que es capaz de perfilar los personajes y mostrarlos a contraluz. Y creo que ese es el mayor acierto de La mugre. Porque la grafía logra reflejar las secuencias y consecuencias que se establecen desde lo sistémico a lo íntimo. O dicho de otro modo: se vislumbra nítidamente la acción del contexto sociocultural, repercutiendo irreversible en la sicología personal. Conseguir aquello requiere, por parte del autor, mucha agudeza y tenacidad.

Por otra parte, a pesar de que la niñez sacrificial es un tópico recurrente en literatura, los cuentos de La mugre se filtran desde otras cuadraturas. No pretendo hablar de infancias vulnerables ni de marginalidades. Aunque, ciertamente, nos encontramos con dichas tradiciones. Pero no es solo eso. En La mugre tropezamos con disociadas aristas, como lo son la precariedad laboral de quienes trabajan con niños maltratados y abusados; el laberinto burocrático y su montaña de evidencias, papeles, porcentajes y deudas; la sexualidad como carga de tensiones y recelos; una imperiosa ley del más fuerte devenida siempre en páramo inmenso e irreversible; el consumo de drogas que trasvasija su frecuencia castradora y anestésica; etc. Indiscutiblemente, existen otras líneas, pero mi mente solo fue capaz de recordar las recién mencionadas.

Me detendré en tres cuentos que, a mi parecer, ilustran de forma acabada lo que acabo de señalar.

En El evangelio, nos encontramos con la figura del elegido, joven quinceañero autor del peor acto vandálico que se tenga historia en su liceo. Este muchacho, obediente y laborioso, un día bifurca su conducta, detonando implacable todo el ímpetu, todo el ardor contenido en sus cortos años. La madre, sufriente, algo sospechaba desde aquel día en que su hijo le ordenó besarle los pies. Quisiera aquí remarcar ciertos ángulos. Primero, el carácter inquisidor del cuento, en donde los peritos del Centro de Diagnóstico de Menores (un trabajador social y una psicóloga), a través de testimonios, pruebas, entrevistas, etc, semejan una pareja de detectives (el malo y el bueno, con sus respectivos enroques) y así logran multiplicar tanto lo risible como la ajenidad ensamblada. Bucear en lo perdido para salvar la particular certeza se transforma en una consigna. Pero el elegido goza de pericias, por eso gana la partida mucho antes de jugarla. Y este es, efectivamente, mi segundo cierre. El muchacho comprende desde siempre su derrotero, aquella rotunda lucidez no se presta a engaños. Parece imposible obviar las reminiscencias religiosas, pero creo que lo medular de este cuento estriba en que un elegido no se apresura ni se arroja al celaje, vive y vivirá con el sosiego de cumplir su cometido. Ese limbo se convierte en la constatación de una contradictoria e inasible longevidad.

La estampida es un texto alegórico, en donde prevalece una fina dosis de humor. Acá tropezamos con una desolada miseria travestida siempre en sátira. El paroxismo y el eterno retorno aúnan sus raíces, para no soltarse nunca. La violencia hacia la mujer, además de la noción que vislumbra a la familia como una gran cicatriz, componen los ejes de este cuento. Cuento que pronto se ensancha, simultáneamente, generando otros repertorios. Asoman, entonces, el voluntarismo de los programas sociales, la tramitación ilógica y renuente, la extrema vigilancia de un sistema que no protege a nadie y, en último término, la definitiva paranoia del abusador. Todo esto se hace carne en los trabajadores sociales, que aparecen y desaparecen en una ronda interminable, festiva. Así, arriban desde los arbustos, se dibujan en las ventanas, se camuflan con el paisaje. Están siempre prestos para concluir su mandato. Porque el encargo debe realizarse sí o sí, cueste lo que cueste. Al parecer, el sistema no te libera nunca, te aprehende insoslayable; pero, al mismo tiempo, te desmantela, nos desmantela en su inútil radiografía. Somos un enorme catastro. Y después la vida continúa igual que antes, peor incluso.

Por último, me referiré al cuento El espejismo que constituye, según mi lectura, el punto más alto del conjunto. Este texto trata sobre un niño, Renaud, y el viaje que debe afrontar a sus escasos años. ¿Qué tipo de viaje emprende Renaud? Aún lo estamos desentrañando. Debo confesar que empaticé sobremanera con este cuento, lo encontré pulcro, contundente. En El espejismo irrumpe la fuga, en su más amplio aspecto. Fuga cotidiana, fuga ficcional, fuga perentoria. Una fuga como un fogonazo que divide la tarde y que en su envión entreteje un punto en lontananza.. Por tanto, encontrar una isla para arrojar los huesos, o unos brazos que te arropen en la tarde, vienen a ser la misma cosa. Y eso un niño lo sabe, a punta de trastabillones y espejismos, lo sabe.

Sintetizando, quisiera subrayar que La mugre se cimenta y erige desde cuerpos–niños que desprenden y requiebran su desamparo, inundando todo a su paso. Así, adultos, instituciones, designios, absurdos y miserias se trastocan irremisibles. Aunque, tal vez, puede ser todo lo contrario. Efectivamente, adultos, instituciones, designios, absurdos y miserias inundan todo a su paso, recayendo en los cuerpos-niños su ignominia y su terminante decepción. De este modo, a pesar de vislumbrar algunas luces, creo que la sublime derrota colectiva encuentra en La mugre su transcendental ocurrir. Una de estas luces parece ser, por cierto, la escritura y sus dobleces. El otro rescoldo, forjado siempre a lenta zancada, lo constituye el desvarío y sus hondas emergencias.

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