Por Ricardo Herrera Alarcón
Gabriela Garcés es antropóloga y escritora, narradora en una ciudad donde las mujeres (y los hombres) escriben mayoritariamente poesía. Su reflexión sobre la creación literaria en una sociedad que se alimenta de roles y estereotipos, es teórica y vivencial, por partes iguales.
“El defender un espacio propio implica soledades, desavenencias, críticas. Y tratar de cumplir con todo te genera sobrecarga. Soledad y sobrecarga”, señala Gabriela en esta entrevista, donde también nos habla de lo que significa ser mujer y escritora en una escena literaria compleja, muchas veces excluyente y masculinizada. Nacida en Santiago, pero radicada en la ciudad de Temuco desde hace más de veinte años, se encuentra preparando su segundo libro de cuentos, donde aborda temáticas como el horror, el misterio y la ciencia ficción.
Si bien naciste en Santiago, llegaste a Temuco para estudiar la carrera de antropología. ¿De qué manera ha influido el sur y tu trabajo profesional en la escritura de tu narrativa?
El sur en tanto territorio, geografía, naturaleza, ambiente social y cultural, es el lugar donde maduré mi identidad, mi “sí misma” y mi escritura. Por lo tanto, es en el sur, y específicamente en la Araucanía, donde desarrollo mi narrativa, tanto lo creativo como lo trabajoso, el oficio. Desde Santiago me vine a estudiar antropología a la UCT, con inquietudes algo románticas. Me interesaba profundizar en la cultura mapuche, en las culturas precolombinas de América, y la reflexión filosófica. No tenía tan claro todavía, en lo concreto, a qué me dedicaría como antropóloga, pero encontré súper interesantes las asignaturas. Ese interés estaba relacionado con mi propia experiencia. Y es que por el lado de mi familia materna siempre se reconoció y valoró un origen, una ancestralidad indígena, era evidente en nuestros rasgos, el fenotipo, y ahora que he reflexionado más sobre el mestizaje, pienso que también se refleja en los modos de ser, pero desde una ausencia. Y esa ausencia puede transformarse en una búsqueda. Creo que estos cuestionamientos identitarios los he ido procesando desde el sentir ese vacío propio de nuestra identidad mestiza. Es la parte borrosa, socialmente negada y racializada que se esconde y desconoce. ¿Cuál es nuestro tronco cultural? ¿Occidente? Es cuestión de estar en el primer mundo, en países que están en la cima civilizatoria de Occidente, y te das cuenta de que no somos tan occidentales, al menos yo lo he sentido así cuando he tenido la oportunidad de estar allí, no me siento tan occidental, una parte de mí queda fuera. Por tanto, mi sí misma en su integridad no encaja ahí. En otras palabras, no es una cultura, una forma de ser y estar en el mundo que me identifique ciento por ciento, hay otra vertiente identitaria. Recuerdo que, al llegar al sur, yo declaraba que tenía sangre mapuche y me encontré con dos tipos de respuesta más o menos explícitas y latentes: desde el mundo chileno y colono: “No es necesario que lo digas, pues no lo pareces tanto, comparado con la mayoría de los chilenos eres blanca” o “Hay quienes lo parecen más que tú y no lo andan diciendo por la vida” (ser mapuche no era un motivo para enorgullecerse). Y desde el mundo mapuche, la respuesta era de incredulidad y desconfianza: “de los nuestros tampoco eres”, lo cual ha resultado más difícil, diría yo. Creo que aquí la violencia transgeneracional heredada ha ocasionado distancias muy grandes entre las personas. El racismo que hay en Chile y sobre todo aquí en la región de la Araucanía, Wallmapu, es muy grande, sutil y disfrazado de clasismo.
Recuerdo que en algún momento llegué a pensar que en la Frontera es más auspicioso ser descendiente de colono europeo o de mapuche. Tener un apellido, una genealogía, un kupalme, que refleje una ancestralidad definida, una procedencia y herencia clara. Ser mestiza te sitúa en un entre medio, sin una tradición desde donde sujetarte, lo cual te sumerge en cuestionamientos constantes. Y es que, a nivel interpersonal, no eres clasificable. En la Frontera no ser clasificable es peor que ser de uno u otro lado. Para quienes han crecido y vivido relacionándose desde la trinchera del estereotipo, puede tornarse una fuente de temor, suspicacia y desinterés. Pienso que en una sociedad sana las personas más bien podemos ser ventanas abiertas, donde puedes asomarte para aprender y nutrirnos de experiencias diferentes y de asombro. Aquí, las personas se acostumbraron a relacionarse desde el estereotipo, no hay un interés de cruzar los límites para ver, reconocer al otro. Es un tipo de relación violenta transmitida de generación en generación. Estas situaciones me interesó poder abordar y retratar en mis cuentos, en el libro Ensamblajes al sur de la Frontera.
Otra influencia en mi escritura que resulta imposible de soslayar es la naturaleza. La naturaleza confronta al ser humano desnudo frente a sí mismo. Aquí en el sur, la naturaleza impetuosa te desgarra y enamora. El bosque nativo caló profundo en mí. Ese lidiar tan fuerte con lo natural, de alguna forma pienso y siento que ha marcado mi carácter, y no sólo el mío sino el de muchos, que llevamos el verdor prendido en los ojos.
Y, por último, respecto de mi género, de mi ser mujer en el mundo, creo que a las mujeres no se nos celebra tener un espíritu libre, sólo es un estereotipo positivo socialmente aceptado a nivel superficial, pero todas las vicisitudes que implica el camino para llegar realmente a serlo, para desplegar tu potencialidad, es un camino de resistencias. El defender un espacio propio implica soledades, desavenencias, críticas. Y tratar de cumplir con todo te genera sobrecarga. Soledad y sobrecarga, las dos cuestiones las he vivido, y no me refiero necesariamente a la soledad de pareja, sino a la soledad en términos de sentirte que estás en un camino sin un mapa claro, donde te internas de manera solitaria.
En este sentido, mis escritos también tienen un contenido feminista, que emerge desde las vivencias, propias y de las mujeres que he conocido en mi vida. Es súper triste darse cuenta de que mujeres talentosas quedan en el camino. Y es que hay que tener valor para seguir un camino propio, y ese valor requiere de tiempo para reflexionar, equivocarse, intentar, y es justamente el tiempo para el ocio lo que nos ha sido negado a las mujeres. Por ello, no podría responsabilizar completamente a quienes se ven superadas y buscan consuelo en el cariño simple y sincero, cediendo su talento y realización a la priorización del rol tradicional. Esa sensación la he vivido también, pero me he dado cuenta y me he sobrepuesto.
Por ejemplo, en la trayectoria creativa literaria, los circuitos de visibilización, aceptación y legitimación del trabajo literario creo que, sobre todo en regiones, son principalmente masculinos y eso implica enfrentarte a varias barreras asociadas a la aceptación y reconocimiento externo y, por ende, autoaceptación y autorreconocimiento, el asumirte escritora, asumirte artista. Si reflexionamos sobre las escenas literarias, musicales, de las artes escénicas, y plásticas, una escritora, como cualquier artista, requiere de validación y reconocimiento, sobre todo en sus inicios, la aceptación y reconocimiento de sus pares. Si no lo encuentras en tu círculo familiar, más bien lo buscas en tus pares. Lamentablemente, algunos círculos literarios o escenas literarias locales son tóxicas y más para las mujeres. En estos grupos participan en su mayoría escritores hombres, donde afirman su prestigio, talento, fama y su masculinidad. El campo literario, como cualquier otra área artística, pasa a conformar un círculo de competencia, dominio y disputa por el prestigio, el reconocimiento, donde puede predominar el juego limpio o sucio. En estos círculos de poder participan también mujeres, quienes llegan en mucho menor número, pero en igual potencialidad y talento, y tal vez con menor instrucción en estrategias de juego de poder. ¿Y qué pasa con ellas? Y aquí es donde comienza a operar el engranaje patriarcal de la exclusión. Pasa que son vistas como una amenaza. Una mujer escritora talentosa se traduce en alguien que no es fácilmente superable, igual que un escritor talentoso, pero a diferencia de este, y aquí opera de forma latente el engranaje de exclusión, implica que aquella no es dominable. Mientras el hombre que es talentoso pasa a jugar las cartas del reconocimiento, el compadrazgo y la competencia, la mujer pasa a ser vista como una amenaza, ella, al igual que los demás está disputando un espacio en la escena, pero esto invierte las relaciones tradicionales de poder entre hombres y mujeres. Si no es superable, en tanto dominable, en algún aspecto asociado al talento, inteligencia o cualquier cualidad que en estos grupos de validación se traduzca en poder, es muy posible que se tienda a jugarle al desprestigio. Es así como en estas escenas o círculos, las mujeres creadoras suelen caer en una trampa, la trampa que las vuelve musas. Y así son devueltas al lugar donde deben estar (bajo el dominio masculino). Las mujeres creadoras en potencia suelen volverse musas, fuentes de inspiración, contemplables, seductoras y estáticas. La mujer musa, embriagada de aquel estatus, que tiene sus orígenes en los albores de nuestra cultura occidental y patriarcal, cede su potencial creativo al de ser la inspiración de la belleza, la seducción, la fuente de la prosa, de la metáfora, y no su creadora. La musa es deseada, disputada, disfrutada y desprestigiada. Y es que en el fondo una mujer que emprende sus liberaciones, que juega sus cartas con astucia representa una amenaza doble, porque además de ser rival, como los demás varones, está fuera del lugar que le corresponde, de ahí el síndrome del impostor, que todas hemos sentido en áreas donde somos competentes. Nos volvemos una gran amenaza estructural, tal vez ni siquiera es consciente, estas cuestiones difícilmente son reflexionadas, pero así los mecanismos de exclusión comienzan a operar, todo esto no lo inventé yo, está fundamentado en la teoría del género, en la teoría feminista, en la teoría crítica, yo sólo las he aplicado a las dinámicas que he visto y analizado en las escenas masculinizadas. Es cosa de pensar, sobre la emergencia del genio, ¿cómo un talento masculino se vuelve un genio, una celebridad? ¿Quiénes auspiciaron su espacio de ocio para pensar y escribir, desde su temprana infancia hasta la adultez y la vejez?, ¿quiénes cuidaron de su descendencia?, fueron mujeres, entonces les es difícil celebrar el derrumbe de lo que a ellos mismos les ha forjado.
De todas formas, los tiempos van cambiando, y las nuevas generaciones de hombres, mujeres y disidencias, tienen nuevas posibilidades de agencia, para crear formas distintas de relacionarse, prefiero ser optimista y creer que es muy posible que ya se esté escribiendo otra historia. Y que para las mujeres sea cada día menos inequitativas las posibilidades de desarrollo en distintos ámbitos artísticos, del saber y la literatura.
¿Qué autores han sido imprescindibles en tu formación literaria y de qué manera esa influencia se manifiesta en tus cuentos?
En mi juventud leí bastante literatura de ficción. Algunos libros que me marcaron profundamente fueron Crimen y castigo de Dostoievski, El lobo estepario y Siddharta de Hesse, El extranjero de Camus, las obras de Maupassant, de Borges, Bioy Casares, de Poe. Disfruté mucho la literatura de Henry James, Baroja, Quiroga, Bukowski, Kureichi, Patricia Highsmith, Elena Ferrante, Murakami, entre otros. Los últimos años he leído mucha más literatura académica asociada a mis temas de investigación, teoría social y antropológica, fenomenología, teoría decolonial, poscolonial y feminismo.
Creo que mis cuentos reflejan esa doble vertiente de aprendizaje. Sin embargo, en estos últimos años, lo que más ha influenciado mi pensamiento y escritura han sido autores de las ciencias sociales y de filosofía y la reflexión que surge desde estas lecturas y lo que observo y lo que vivo. Es algo que han comentado en las reseñas de mi libro y en comentarios que me han hecho. Se me cuela la mirada etnográfica, el interés por temas asociados a las inconmensurabilidades culturales; incomprensiones, choques culturales, las contradicciones, tensiones, pero también la posibilidad de reflexionar y discernir caminos de liberación, encuentro y bienestar.
¿Para qué se escribe hoy en día? ¿Qué papel juega la literatura en un mundo plagado de virtualidad e información?
Para qué se escribe, lo interpreto como un propósito, es una pregunta curiosa, y capciosa también. La responderé siguiendo la ruta desde lo personal a lo general, ya que mi experiencia y mi propósito particular de escribir se imbrica en el propósito de la literatura en la sociedad. Sin embargo, es una pregunta capciosa toda vez que justamente esta relación —la determinación o sumisión del sujeto a la sociedad— es la que invierte la creación literaria, la poesía y el arte: la imaginación, la ficción, la fantasía.
Hoy en día pululan distintas escrituras en distintos formatos, con el fin de comunicar en las redes sociales; los memes, las frases de superación personal, reflexiones y pensamientos espontáneos, etc. Pero hablando de escritura literaria específicamente, no sé si la literatura tiene un rol, un papel que jugar respecto de un problema o dilema específico por el cual atraviesa la humanidad, como lo es la virtualidad, la inteligencia artificial.
Creo que la literatura, tal como otras expresiones y disciplinas artísticas, es una forma que los seres humanos encontramos para sentir y expresar el mundo. Una forma sensorial, emocional y compleja de comprender nuestra experiencia y nuestra existencia. Y esto se mantiene a lo largo de la historia como barco en alta mar, al compás y vaivén de las olas, manteniéndose a flote.
No creo en una finalidad terapéutica. Sí la literatura puede tener esa derivación, pero no es su propósito. Por cierto, hay escrituras que forman parte de un proceso terapéutico, para organizar las emociones, las vivencias, los terapeutas lo aplican. Pero eso no es escritura literaria, puede tener rasgos, pinceladas, pero no configura un oficio literario.
Yo pienso que los escritores/as, en tanto artistas, tenemos la posibilidad o llámese el talento de leer, representar y recrear el mundo en una clave más compleja que la ciencia en su versión y paradigma positivista, pos-positivista. Por eso no extraña cuando alguna textualidad, libro, guion cinematográfico, etc., predice acontecimientos que décadas y siglos después suceden. En la literatura se liberan potencialidades de las personas, del ser humano. Hay una búsqueda de sentido que por un lado desentraña al mundo y permite ampliar las experiencias de los lectores. Por ello, y tomando el término de Ricoeur, la literatura configura un thesauro psíquico para las personas y, en tanto tesoro colectivo, le llamaría thesauro reflexivo y de la memoria de la sociedad.
Finalmente, ¿en qué proyectos literarios te encuentras hoy en día?
Hoy en día me encuentro trabajando en mi segundo libro de cuentos, donde retomo trabajos de años atrás, del tiempo de pandemia y otros más recientes. Exploro en temas de misterio y horror, y un poco de ciencia ficción. Me encuentro trabajando también en la reedición de mi Libro Ensamblajes al sur de la Frontera, pues en la primera edición se hizo un trabajo apresurado y a algunos de los cuentos les faltaba trabajo. Me encuentro también tendiendo vínculos con otras escritoras del sur de Chile, para apoyarnos, reconocernos y levantarnos.
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