Ernesto Guajardo Oyarzo (1967). Ha publicado los libros de poesía Por la patria (1989, 1997, 2014), Nosotros, los sobrevivientes (1994), Las memorias (1996), El primogénito (2000), Geometría del ciclista (2013); el reportaje testimonial El fulgor insomne: la vida de Marcelo Barrios (2000); las investigaciones Manuel Rodríguez: historia y leyenda (2010) y Valparaíso, la memoria dispersa: crónicas históricas (2013) y el libro de prosa poética Arenas (2014).
Uno
regresa el primogénito.
busca extraviados fragmentos
y sólo excrementos de aves marinas
moscas
bolsas plásticas
y graffitis
encuentra sobre las rocas
observa otros rastros:
pescadores que regresaron a la costa en remo o en bota
jóvenes cuerpos entregados a las aguas en días de sol
gaviotas y cormoranes arrojados entre los roqueríos
se aleja
escalofríos en la piel
es el viento, se dice, es el viento
pero ¿de dónde el escalofrío en la víscera?
Dos
el primogénito busca al padre entre las olas
sueña la aparición de jinetes desde esos resplandores
conoce el lugar exacto
donde se desintegra el cuerpo que espera:
prefiere creer en el mar,
confiarle a ese cementerio en movimiento
el gesto,
lo surgiente desde las algas.
pero todo es espuma
y sobre la extensión de lo blanco
los cormoranes son veloces manchas negras
húmedo cuerpo solitario
adhiriendo arenas
luego, las labores del sol
organismo salobre
desecho por el viento será
dispersado sobre la costa:
leve duna
sucesiva hondonada
superficie
luego
con ferocidad destruida:
huellas de gaviotas
o de perros:
el destino del padre.
Tres
de puerto en puerto
muelle a muelle
olas
paisaje que siempre será la infancia
pequeños peces muertos
gaviotas hartándose
uno el niño
buscando en la espuma
la arenisca
: la quiromancia de las playas
continúa la taumaturgia de los despojos
alquimia en las hueserías
: el mar festeja mi retorno.
Cuatro
estas imágenes, olas,
océano de memoria
impertérrito
ensalivando de espuma
roca, arena y cerebro.
gelatinoso vaivén,
náusea.
los vuelos de la carroña se aproximan de roca en roca.
uno acude a los lugares señalados
y se escalofrían
los nombres que le faltan al cuerpo.
aún así
se insiste en el regreso
al lugar donde los orines y el mar se confunden,
desecho y renovación:
el canto de mnemósine.
Cinco
carniza de los vientos,
trae a mí las hilachas del que recuerdo,
extiende lo pútrido sobre este vaciadero de arenas
el amado hedor,
un indicio.
tanto desplazarme en círculos
acostumbró la memoria de los pasos
la nueva senda será la que tú señales, carniza.
(El primogénito, 2000)
Al subir la senda
‹ Cartagena ›
Al subir la senda, luego del recodo, un pelícano crucificado. Aún carne, pluma aún. Cerco. Alambre de púas. Óxido. Propiedad privada, el letrero. Pastizales alrededor, dispersos árboles. Azul de cielo, azul de mar. La cabeza inclinada. Clavos en las alas. Por seguir la ausencia del ferrocarril se llega a este temblor. Hacia el este las antiguas casonas, la atávica arrogancia. Más allá del sacrificio, la extensión metálica que se adivina: quillas, grúas, contenedores de granos y carne.
Aquí, sin embargo, nada pareciera habitar. Solo rastros de una huella. Ni ventanas ni puertas. Lo privado, entonces, es la seca tierra, la estrecha senda, las púas del alambrado, el óxido. El sacrificado ya sin sangre. Pronto el hedor, los gusanos, y la permanencia de las palabras. La palabra propiedad, la palabra privada. Incluso después, cuando el esqueleto sea viento, ni siquiera polvo en los ojos.
La advertencia al medio del tránsito. No hay continuidad desde la hoja al aire, de la raíz al vuelo. Fractura. Geografía rota por el signo antiguo. El rígido estandarte de la violencia. Ave claveteada a la división, al margen, a la distancia.
¿Devolver a la tierra, a las aguas, al sacrificado? Se anuncia el viento. Plumas que parecen respirar. Como si todavía. Continúa la senda, en el silencio de los templos. Solo un manotazo. Dos palabras quedan atrás, entre pequeñas piedras, polvo, maleza, una bolsa plástica, vacía.
(Arenas, 2014)
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