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Marco López Aballay

Sobre "El sueño de dos mitades", de Carlos Hernández Ayala

Por Marco López Aballay


Al comenzar la lectura de El sueño de dos mitades (Xilema Ediciones, 2023), nos encontramos con una certera introducción del poeta y editor Patricio Serey, quien entrega un ampliado panorama poético de Carlos Hernández Ayala (Los Andes, 1973). Tal información nos aporta una idea de lectura, una ruta para introducirnos en el particular juego literario del poeta. Y nos queda la sensación de que Hernández posee una poesía de diversos colores y trajes a medida. Múltiples máscaras y capas que enredan al lector de turno generando una lectura dinámica, irónica, circular, donde apreciamos versos y poemas duros, como flechas que rompen el papel, desparramando su tinta ante los ojos irritados. En efecto, sus versos son secos, directos, agresivos. Con un ritmo de tambores que asimilamos a una batucada en medio del desierto a medianoche. Leamos:

 

De como la voz olvidada de la tierra grita con su color la gente pura:

Sonido de caballos en la oscuridad / mientras bebe pulcu mudai / Francisco Huellencura habla: Treng treng nos proteja peñi / el azul de la madre nos llene el corazón / ¡Qué los dioses se presenten! / -con los pies golpea la tierra- / ¡Inchalay Inchalay! / los peñi del sur han batido / su hacha ensangrentada / una limpia muerte frente a la fogata // Este amigo, en un puestito de totora / recorre la costa central / En medio del bosque que escuchamos: Latinoamérica es un pueblo al sur de estados unidos // ¡Traigan ñachi para todos! // En la quebrada veo las rukas, piedras ahuecadas / litre y ciprés de aroma vehemente / He llegado a esta tierra como un viento / un ejército de espectros / harina de maíz, agua y barro / bosques de quillay para sepultar a los hijos // Escuchemos al Nontufe.

 

Hernández posee la habilidad de introducirnos en su universo, en su pensamiento, en su pesadilla. Aunque sean breves escenas y escasas de adornos, nos deja esa sensación de gusto a poco que quisiéramos explorar, tomarnos de sus manos para que nos guíe en sus alucinaciones y verdades. El sueño de dos mitades aborda viajes de tiempo y espacio, lanzando dardos por aquí y por allá hasta dar con la lectura y encontrarle sentido a sus palabras que emergen con rabia y locura, con misticismo y racionalidad, con amor y odio. Así de complejo es Carlos Hernández lo que, en suma, nos parece un poeta contradictorio y, en cierta medida, original. El viaje se adorna de paisajes crudos y fríos, de lenguaje mapudungun y castellano antiguo, de santos, música ochentera y héroes caídos. De esa manera se construye la voz de Hernández la cual, insisto, asimilamos a la de Jorge González de Los prisioneros, en el sentido de lo ruidoso, antiestético, gruñón y pasado de película, pero inmensamente auténtico, lleno de contenido y mensajes que abordan realidades mezquinas y trascendentales. Al finalizar la lectura nuestros pensamientos quedan al borde del precipicio, los tímpanos se rompen, olemos la marihuana y el alcohol, percibimos sus buenas y malas intenciones mientras nos balanceamos en la cuerda floja de nuestra existencia. Leamos:

 

San Justiniano de la Vid: ¡Ah! los prostituidos / santos que he debido rearmar / pedazo a pedazo / inventando nuevas piezas / Mendigos en todas las esquinas / San Justiniano de la vid / atraviesa la calle con elegante chamal / Ciudadano con obligaciones y derechos / mirada humana y milagrosa / San Justiniano vive en una sucia animita / colmada de esperma / San Justiniano, ya no sale de su casa de yeso.

 

El trabajo de los editores, quienes han seleccionado los poemas de acuerdo a una estética determinada, nos permite una lectura sin grandes sobresaltos, aunque a momentos la ruta del texto posee curvas peligrosas y lomos de toro que surten el efecto mariposa, pequeñas trampas que, para bien o para mal, Carlos Hernández suele emplear en su proceso creativo y en la difusión de su obra, donde mezcla música, teatro, artes visuales, multimedia. En ese contexto su obra se proyecta más allá de la palabra escrita, adquiriendo nuevas formas y lenguajes que habrá que explorar de acuerdo a las inquietudes de cada cual. En mi caso me quedo con la rudeza de sus paisajes, la crudeza de sus palabras, la antiestética de su poesía. Me seduce su verdad a medias, su discurso disperso, su rallada de papa y versos desordenados que giran entre lo político, histórico, religioso y poético. Leamos:

 

Acta de fundación: Al norte de la ribera sur del río Aconcagua / una piedra de molino se urbaniza / desde su hueco traga entera una corrida de peumos // Entramos en la sombra de esos árboles / único testamento de la noche // Atraparemos el pilar de madera / en una esquina de la memoria / un pueblo abducido por queltehues.

 

A pesar de la densidad, el discurso de Hernández posee la cualidad del juego, la mentira, la desmitificación, el caos, la ironía ácida y malintencionada. Ciertos personajes son meras criaturas que giran en sus territorios mentales desde la niñez al día de hoy. Así también sucede con sus hitos históricos, su religión y cultura. Se presume la intención de imponer un orden a los acontecimientos, una línea de tiempo de acuerdo a sus intereses de poeta, que de vez en cuando, se aísla del mundo para conquistar nuevos territorios, desenterrando palabras que olvidó pronunciar hace siglos. Leamos:

 

El desconocido San José de Kacharpaya: Caminé tres días por el desierto de Atacama corría el año 1542 y… / de noche, a veces, también corría yo / pues el frío es cosa de mierda en estos lares / Buscaba el perdido pueblo de la Camanchaca / Tuve visiones, sólo Dios sabe, visiones / con luces, con manos / que afeitaban mi cara en sueños / carros de fuego / tablas que graficaban la idea del hombre / Fueron días y noches febriles / hasta que, cuatrocientos años después / cerca de Iquique / una mujer en la esquina del terminal / me regala una monedita para comer.

 

Poemas que asumen las obsesiones del poeta de Las Coimas: objetos y sucesos que se multiplican en las hojas de este libro y viajan a la velocidad de una luz desconocida en la conquista de nuevos territorios, ya sea mentales o físicos. La tarea es ardua pero llena de gratificaciones. Para finalizar, agradecemos a los editores de Xilema -Rocío Figueroa y Patricio Serey- por su apuesta de la Colección Segunda Mano, y su persistente trabajo tanto con las nuevas como las antiguas voces de la literatura del valle de Aconcagua.

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