
Débora Eugenia Concha González
Nace en Nueva Imperial el 8 de mayo de 1975 y reside en Carahue.
Es gestora cultural y poeta, de profesión planificadora social.
Ha realizado diferentes proyectos de desarrollo artístico y cultural en niños, niñas y adolescentes. Dentro de los más relevantes son “El manzano pintado” (2002) “juguemos en las tablas (2007) y “Observo, pienso, luego expreso desde mis ojos frescos en la escena más larga, la vida”, todos ellos financiados por Fondart Regional.
Residió en Valparaíso durante ocho años, en donde participó en diversas actividades poéticas como talleres, lecturas, intervenciones callejeras. Participó en el proyecto LEA (Laboratorio de Escritura de las Américas) realizado por el poeta Tamyn Maulen, que finalizó con la publicación de un libro de creación colectiva.
Dentro de sus trabajos poéticos tiene dos poemarios inéditos, Águila azul y Cuando las quilas florecen.
Dirige la agrupación cultural “De Loma a Loma” en la ciudad de Carahue. La que ha centrado su trabajo en la difusión de la poesía en la ciudad, presentando obras literarias de diferentes autores de la región.
Palabra
El juego consistía en desarmar la palabra
Decirla muchas veces:
Luna, luna, luna, luna, luna….
Hasta que luna ya no era luna y podía ser cualquier cosa.
El otro juego era imaginar la palabra
Lunes era un foco blanco mirándote
Martes: muchas olas dibujadas en una hoja lisa con lápiz de carbón
Sábado: parecía un molusco (el loco)
Domingo: un rayado con lápiz rojo flotando bajo el sol.
Y vida:
vida era un nudo en la garganta.
Yo mujer
Yo mujer
he puesto mis pies en este camino polvoriento
los soles han tornado mi traje de pétalos marchitos
los vientos frescos que recorren mis venas
me susurran en el corazón
melodías que no conozco.
Entonces el cuerpo tímido inicia una danza diferente
sobre las colinas verdes sigo una melodía
hasta que el último pétalo se desprende.
Tras de mí ha quedado el sendero que me trajo hasta aquí
yo mujer
aún me busco.
Águila Azul
En la jungla moderna, sofisticada, etiquetada
pesa ser hembra parida
cuesta diluir el sello que quema la frente
la otra piel que tapa los poros
los arañazos en la cara
el impacto de estrellarse justo aquí
en este espacio que comienza con llanto
y se camina a medio morir.
Cuesta sacudir el manto heredado, sagrado, condenado
entonces pesa el alma, la conciencia, la sonrisa.
Esos ojos curiosos buscan la luz
buscan tu rostro
se encuentran con los tuyos
se enmudecen las palabras
y sonríes.
De verdad quieres derribar
dejar los zapatos viejos plantados en la tierra y salir volando de ellos
de verdad deseas que exista un cielo amable
para esos ojos que se prendan de los tuyos y que aún creen en ti.
Dulce creencia
mueve todo aquí dentro
y quiero armar, ensamblar, convertir
estas piezas empolvadas.
Entonces
te evoco fuerza
te evoco
para zafarme del asfixiante manto
y aunque se desgarre la carne
extenderé mis alas de águila azul.
Te cogeré entre mis garras
y volaremos
volaremos a la montaña más alta
donde la tierra se hilvana al cielo
donde el corazón replica su canto en los oídos silenciosos
y allí, alzarás tus alas
y volarás.
La bala
No importa dónde impacta la bala
hombre, mujer o niño
la bala es para el mapuche
el mapuche que toca pifilca
el mapuche del kultrún
el mapuche que honra su cultura
el que defiende la tierra
y alza su bandera.
La bala es para el origen
extirpar la raíz
la fuerza
lo que permita sobrevivir
a un bosque nativo.
La bala es para el agua
para la mujer que vende sus lechugas
en el centro de Temuco.
La bala es para el que grita su nombre y el de sus ancestros
para el que lamenta sus muertos
y defiende su memoria.
La bala es para la trutruka y las cascahuillas
para el trompe y el kultrún.
La bala impacta en la espalda del rewe
el rewe terrorista
que asaltó un vehículo
según dice el noticiario.
Esto es pura ficción
La niebla espesa dominaba el ambiente, a unos metros de distancia se distinguían siluetas, sin colores ni detalles, siluetas nada más. Tenía la cámara de mi celular, no es muy buena, pero algo trataba de capturar. Me había subido a un cerro al costado de la carretera, desde allí sacaba fotos. De pronto se distingue algo: los pacos. Me tiro cerro abajo, corro hacia donde estaban algunas lamngen, se escuchan disparos, miramos hacia arriba y entre la niebla tres lacrimógenas volando. Evoco octubre, Santiago, Gatica y muchos más, ojos, sangre, heridas. Me da miedo, pero sigo.
Corremos hacia una garita, saco mi celu, enfoco, capturo, entre lo que se puede, lamento no tener una buena cámara, pero filo. Corro hacia adelante, sigo a los lamngen, me encuentro con el lonko, se había sacado su kupan (manta), se movía ágil y fuerte a pesar de su edad madura, me dice: “cuídese lamngen”, sí, digo yo. De algún modo él guiaba las acciones; avanzar, retroceder, avanzar, retroceder, pero las cosas se armaban casi solas. Cuando la idea es clara todos saben qué hacer, cuando la idea se sostiene en una convicción todos saben de dónde sacar las fuerzas, cuando la convicción está sentada en años de lucha y resistencia nadie se derrumba, aunque caiga.
Los que estábamos atrás avanzábamos pateando las piedras hasta un punto, luego retrocedíamos y volvíamos a lo mismo, alguien grita “piedras, piedras”, no son suficientes, pienso, miro hacia todos lados, veo a varias lamngen recogiendo piedras de un rumo apostado al lado de la carretera, estaban ahí como por azar. Una de ellas encuentra un saco y lo recoge, entonces voy hasta allá y le ayudo, corrimos arrastrando el saco y dejamos las piedras a un costado, ella se devuelve. Quiero probar si puedo sacar otras fotos, pero entre la niebla y el humo resulta difícil una buena imagen. Me muevo de un lado a otro al ritmo de todos y todas, era una buena danza, mirar, apuntar y lanzar, no teníamos más que la fuerza de los brazos. Resistir, ese era el toque de la pifilka.
La carretera estaba cortada de forma estratégica, varias barricadas a lo largo de unos 100 metros, entre ese tramo un camino alternativo para ir hasta Imperial o Karrawe. Era la salida de escape en caso de que las cosas fueran mal.
Las lacrimógenas rodaban por el pavimento, un lamngen corre al encuentro, con ambas manos toma su chueca, un movimiento a ras de suelo, un golpe certero y por los aires devuelve la lacrimógena con su cola humeante. Todos hacían lo mismo, entonces pienso que los cabros son secos para el palín. Las lamngen no aflojaban el ritmo, a la par resistían, envuelta en sus atuendos parecían flotar, sus caras rojas y sudadas emanaban puro newen (fuerza).
Treinta minutos intensos, el Lonko anuncia la retirada, nadie debía caer, el objetivo estaba logrado; marcar la presencia en el territorio. El contingente del adversario había retrocedido varios metros, ellos no eran muchos, por suerte.
Pareciera ser que por estos lados los cielos anuncian tormenta. Cuando las quilas florecen, dicen las machis, se avecinan tiempos difíciles, también dicen que lo peor aún no sucede. El noticiario muestra otra cara para que se crea que esto es pura ficción.
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