Pasados en limpio, de Andrés Anwandter
avanza la tarde / en cámara lenta / la sombra de la tierra sobre el cielo
Por Marco López Aballay
Las preocupaciones estéticas de Andrés Anwandter (Valdivia, 1974) se manifiestan entre los límites del contenido y la forma, como dos bloques que avanzan hasta la esquina de la página, entrechocan y luego se separan. De tal manera que la nostalgia, el drama, los recuerdos o las emociones sirven de combustible para avanzar o retroceder en la página en blanco. En efecto, la voz hablante ingresa al poema y a los objetos que le rodean, generando un efecto de presión y tensión que, en cualquier momento, podría desparramar ideas aún más descabelladas. Acaso la clave de Pasados en limpio (Editorial Aparte, 2021) sea la forma de comunicar sus vivencias, delirios y pesadillas para transformarlos en una lectura limpia, con piezas sueltas que revolotean en el poema hasta encajar en un punto.
Versos que se mueven en una escenografía impecablemente ordenada, acaso como en un cuadro de Edward Hopper, con luces y sombras que a momentos engañan al ojo. Tal situación nos sucede con “Perros de ropa”, donde escritura y objetos crean un efecto tridimensional: “no quisiera que se noten / las comillas / entre las cuales / dejo estilar / ciertas palabras / al decirlas / toda la tarde / colgadas / guardo los ganchos / en una bolsa de tela / mientras recojo / calcetines / y calzoncillos / emerge marte” (pág. 10).
Ciertos acontecimientos suceden en el interior del poeta conformando cuadros como células vivas: “capaz que el cerebro / termine / por desmoronarse también / y la memoria / a fin de cuentas / sea pura / arena” (pág. 30), “pica leña / cada noche / con un hacha / sin hallarle todavía / la gracia / solo por / calentar / una casa / que le queda / demasiado / grande / para metérsela / de una vez / en la cabeza” (pág. 35). Lo anterior, sumado a otras partes de este libro, lo tiñe de una extraña ironía que a ratos nos recuerda las lecturas de Claudio Bertoni; pequeñas y grandes acciones que parecieran entregarse a lo netamente anecdótico, restándole validez a lo nostálgico: “fuera cosa / todavía / de tomar / una micro / nomás / de pararse / en cualquier / esquina / y esperar / hasta que pase / una liebre / en dirección / al pasado / más reciente / de chile / un recorrido / inexistente / hoy en día / no una máquina / amarilla” (pág. 122). En otros casos la nostalgia permanece bloqueada a merced de los acontecimientos que lo superan: “no me trae recuerdos / del otro lado del río / la bocina del tren / se los lleva lejos / más bien / a toda máquina / no me transporta / hasta los bosques nativos / de mi infancia / […] / no me calienta / este sol / ardoroso / que hace hervir / el pavimento / y temblar el aire / nada me saca / por ahora / del presente / en el que ha muerto / recién / mi padre” (págs. 213- 214).
El efecto visual de ciertos poemas nos mantiene en constante alerta; pequeñas zancadillas y saltos al vacío entre verso y verso, y mientras nos despabilamos optamos por dar un paseo, preparar un café y volver al campo de batalla. Pero ahí está Anwandter: juguetón, explosivo, dirigiendo una orquesta de palabras como quien manipula un Cubo de Rubik. En su territorio las letras se paralizan, se reordenan, cambian de sonido y de significado, y en su onirismo las tritura. En otras las busca en la oscuridad de su infancia y apenas despierta construye poemas distorsionados, con escenas a medias para que el lector construya lo que queda: “en vez de avanzar / pareciera / retroceder / a partir / de cierta edad / el tiempo / la eternidad / desde el punto / de vista / de un niño / pequeño / comprende / una tarde toda / desteñida / a finales / de febrero / correr en pos / del horizonte / con los brazos / abiertos / por un potrero / amarillo / para puro molestar a los treiles” (págs.32-33).
Las palabras cuelgan en los puentes de este poemario a una velocidad que apenas asimilamos: el zigzagueo de los versos; los espacios en blanco; el efecto rítmico que sube y baja; la tensión entre las letras que anuncian lo real e imaginario como un todo. Núcleos en constante expansión que cobran fuerza en el pentagrama del autor: “tantas maneras / de ordenar / las palabras / para acomodar / su realidad” (pág. 83).
Hay poemas musicales que nos traen antiguos sonidos de un territorio en suspenso, fragmentos de una juventud que reclaman su espacio en la memoria: “tiene que hacer el aseo / pone de fondo un cd / de ac/dc / barre al ritmo / de la música / un rato / pero una súbita / llamada / por teléfono / violentamente / lo devuelve / al presente” (pág.38), “cuando volví del baño la canción / seguía ahí la verdad / nunca dejó de sonar / en mi cabeza mientras cagaba” (pág. 194), “cómo sacarse / del oído / una canción / que ha construido / en él un nido / de sonido” (pág. 198).
Todos los ruidos imaginables se instalan en su cuerpo mutilado, perforando las páginas junto al tic tac del teclado: el estanque del baño; el canto de las aves; voces de niños; una radio fm; una voz divina que se revela en el silencio: “en las orejas / palabras / que hace tiempo / no ocupabas” (págs. 86- 87), “tus orejas cobijan / toda clase / de imaginarios roedores” (pág. 93), “el oído es un espacio / interior del pensamiento” (pág. 158).
Las escenas de Pasados en limpio caen vertiginosamente en el papel trayendo consigo a los protagonistas de esta historia: esposa, hijos y padres que atraviesan ante su retina desgastada en la lectura y en la creación que busca, insistentemente, la obra maestra. Ahí está su esposa que le recuerda la falta de artículos para la limpieza; sus hijos que le enseñan el color oro de la caca; su madre que pide ayuda en el manejo de la lavadora digital. Y su padre que se ha ido: “no estaba en mis manos / la muerte de mi padre / la línea de la vida / es personal / e intransferible / pero muda con el tiempo / se divide” (pág. 223).
Gran parte del discurso de Anwandter se proyecta en imágenes quebradizas con collages que reúnen un sinnúmero de situaciones en donde la ironía, insistimos, toma un lugar preponderante: “puedo decir / las palabras / más obvias / decir / por ejemplo / éstas son / mis últimas / palabras / y pocas / personas / sabrán / de verdad / tantas / décadas / después / reconocer / la voz / de allende / hablándoles / por radio / magallanes / a chilenas / y chilenos / con la moneda en llamas de fondo” (de “Nerudeo”, pág. 137).
Finalmente nos quedamos con el efecto que provocan estos poemas: una lectura limpia y ordenada, como una sábana al viento que al tocarla desparrama objetos del recuerdo (música, paisajes, juegos, escenas familiares) y también del ahora, en donde el oficio de poeta insiste en inmiscuirse en las labores cotidianas.
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