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Foto del escritorEditorial Bogavantes

El límite de lo sobrenatural que conmueve y paraliza, quién no se ha enredado entre la hierba seca de un campo de verano

[Reseña del libro Al través del verdegal (Bajo la lluvia ediciones, 2024)

de Matías Paredes Zúñiga]

 

Por Carolina Quijón


Desde el inicio de la obra “Al través del verdegal” de Matías Paredes Zúñiga, el lector se ve exigido, sin importar la hora, el clima, el lugar, nos sitúa en un terreno abierto, nuboso, en la ruralidad familiar para el habitante de este sur, con una carga emotiva que obliga estar siempre alerta, porque así se está en el campo. La naturaleza tiene sus propias leyes, no siempre amables para el oriundo. Aquí no existe sólo un lenguaje y la prudencia es la tónica. Hay cierta “ruralidad oscura” que nos atrae e historias campestres que se basan en hechos observados, no leídos o vistos en televisión, sino relatos vivenciados por algún conocido. ¿Acaso no es esa la experiencia buscada por el lector? Pues sí, el autor nos presenta una serie de códigos que nos resultan familiares. ¿Quién no tiene en su recuerdo “la casa de campo” visitada en la infancia? Nos apremia a cruzar las historias, situándonos en la voz de un narrador secundario a lo largo de todo el libro. Nos confunde apelando a la memoria temerosa de esos espacios, en donde si oímos un suceso similar, en el mejor o peor de los casos, dependiendo de la hazaña, vimos algo inexplicable para la razón pueblerina.

Matías nos presenta una obra finamente escrita, un deleite para el más refinado y conocedor lector. Me detengo en repetidas oportunidades para buscar las referencias que evoca, en la memoria sensorial, en el recuerdo del sabor único del pan blanquísimo, caliente, horneado en una cocina donde siempre era tarde de verano. Me gusta la dinámica presentada, en la cual la delimitación de los géneros tiene que ver (según señala Borges) con las expectativas del lector: aquel que espera encontrar un poema donde hay un cuento, o contrariamente, se sentirá frustrado. En Al través del verdegal existen múltiples puntos de encuentro entre lo narrativo y lo poético; dentro de esa fusión aflora una funcionalidad del texto que define su carácter, ya sea como particularmente narrativo o poético. Es pertinente decir que un poema no está imposibilitado para contar una historia. En el poema en prosa la narrativa es un instrumento de lo poético y, a su vez, en la prosa poética, como en la presente obra, es la poesía la que está en función de la narrativa. De la misma forma que no despojamos al poema su carácter para referir historias, tampoco vedaremos a la narrativa su potestad para establecer iconografías poéticas.

Del cuento La cabeza de Bato cito:

 

Hasta hoy poco supo mi memoria de las brisas que el pomar en dulces ha trocado y que, tal vez, ahora me sean la única bienvenida de esta tierra. Que no percibo azul y lozano perfume del cielo, ni flores las hay que por la hierba se digan de mí ahí viene y pasa, ni este camino de polvo, de verdes briznas ceñido, una seña de estima me regalan. Sólo polvo sin poesía, pasto a la vera, a su guisa crecido, ¡sin evocar mi trote pueril! Olvidan que aquí mismo estuve y fue mi retozo, y digo más, que de aquí vengo, y en su extensión me crié.

 

Ineludible es cierta familiaridad que propone la temática principal abordada en Al través del verdegal con obras como El hombre de la rosa de Manuel Rojas. Hurgamos en esa ruralidad profunda, que creemos conocer lo suficiente, simplemente porque decidimos a conciencia aceptar que siempre habrá ruidos misteriosos, sombras de aparentemente nada, cuando el silencio otorga y es mejor no hablar de ciertas cosas cuando ya el sol se ha ocultado.

En ”El muermo” dice:

 

Había un viento terrible que, si bien podía imaginárselo al oír su silbido por entre algún resquicio de las paredes, el verlo golpear la forma entera del monte fue con justicia una impresión extraordinaria. Pero no, no era eso lo verdaderamente extraordinario. Era el muermo, alto y frondoso bajo la tempestad; que arreciando esta más y más implacable, el muermo no seguía la dirección hacia la cual el bosque se tendía en concierto. Como si un viento descarriado empeñara tan sólo en él su brío singular, su contracorriente. Se doblaba tanto o más que los otros árboles, pero a su propio norte.

 

En Al través del verdegal, el autor también nos sitúa frente a temáticas complejas y actuales, como la necesidad de reflexionar sobre las crisis ecológicas, refutando la relación humana con la naturaleza, promoviendo una reflexión profunda sobre los daños causados al medio ambiente, mencionando especies nativas que apelan a esa reminiscencia límpida de infancia, rozando, asimismo, cuestionamientos hacia un Estado que ha olvidado la ruralidad.  

En “Canción del eremita” leemos:

 

Era el olfato su sentido más fuerte. Narciso aspiraba profundo el ser de canelos, notros y coigües. A su norte le llegaba el levísimo perfume de maquis y murtas, embriagando al aire con dulce requiebro. El viento, voluble a esa hora del otoño chilote, corría trayendo y llevando las nuevas de su jornada. Para entonces, sin embargo, todas le eran al niño un telón de fondo para el rico caudal de su magín.

 

En el contexto chileno, la ecocrítica tiene una relevancia particular, porque el país posee una geografía y una biodiversidad extremadamente heterogéneas. Matías utiliza el paisaje y los ecosistemas no sólo como escenarios, sino también como elementos simbólicos para explorar materias relacionadas con la identidad, la historia, las tradiciones y la política, sin restar un ápice de profundidad estética en las descripciones.

Se evidencia en el cuento “Virgilio en la enramada”:


Y muchos dicen haber sentido la voz del campo, pero ello no alcanza incendio del corazón. De afuera, muy afuera llegan con sólo su pose y una mala novela. ¡Las ilusiones! Con dinero en los bolsillos y la mirada terrible del candor. Jamás habrán de sufrir lo que es la visión del verde estival, tenerse en ello escondido tras de la enramada estudiando el despertar del color y las notas, las formas de esperezarse la brisa nueva.

 

En el viaje de la lectura, el autor nos provoca con tópicos punzantes, episodios de familias rotas, en tiempos donde ciertas crueldades no eran cuestionadas, cada quien decidía forjar una vida, un nombre, que las gentes olvidarían o recordarían, tanto por hazañas como por cobardías. Como banda sonora, siempre acompaña esa fusión de lluvia en distintas intensidades, el viento sobre el verde, a veces como sutil caricia, otras, con violencia que arrasa cambiando el paisaje de estación, de jornada, en el límite de lo sobrenatural que conmueve y paraliza, porque quién no se ha enredado entre la hierba seca de un campo en verano, guardando silencio hasta experimentar, por un momento, un asedio aterrador por la estridulación de los grillos, ruido blanco del desolador paisaje que cautiva.  

Sin duda, creo que Matías Paredes Zúñiga logra una obra sólida en Al través del verdegal, que exige más de un par de lecturas en un tiempo cuyo transitar siempre nos lleva raudos, arrebatándonos la contemplación necesaria para conectar no sólo con una memoria, sino con un entorno y un contexto que insistimos en disimular: ese origen campesino donde la brutalidad también convivió con cierta nobleza y orgullo de mujeres y hombres sencillos, cuyo sacrificio jamás fue visto como extraordinario, sino únicamente como una forma de sobrevivencia.

En el último cuento del libro, “Lides del verbo con fondo de paraje”, me quedo con este fragmento:

 

Sin un celaje la luna coronada, de plata brillante los árboles empapados y su carga de tiernas manzanas, ha sido con visos de posible eternidad esa la invocación de nuestro tiempo propio, propiamente nuestro. Fue con la visión de la luna rociando la copa de las hierbas, sin un gajo de nube oscura en los cielos, ya muy atrás el frondoso semillero de la fruta.

 

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