Apuntes sobre Enclaustro (Ediciones Tortuga Samurai, 2022), de Ricardo Olave
Por Pablo Ayenao
Ricardo Olave es periodista y escritor, originario de Temuco. Ha trabajado en los medios La Tercera, Larata.cl y El Austral de la Araucanía. Enclaustro corresponde a su primera publicación, su primer poemario.
Enclaustro comienza con una nota introductoria, que nos advierte que la mayoría de los poemas que aquí encontramos fueron escritos entre diciembre del año 2020 y enero de 2021, durante el confinamiento que sufrió el autor tras haberse contagiado con el Covid-19. Esto es concordante, entonces, con el título del libro y, por cierto, con los tres apartados que lo componen, que llevan por inscripción, justamente, Enclaustro, Nueva vida y Salida del claustro. La escritura como un galope contra el viento, cara a cara frente a la irremediable extinción, parece ser el precepto que guía esta propuesta estética.
En el primer apartado, el hablante nos conmina perentoriamente sobre sus miedos y perspectivas. Así, los oníricos recuerdos se transformarán en un pretendido bálsamo que mitigará, de forma pequeña o tal vez vigorosa, la siempre ardua condición del encierro. El poema A modo de introducción es elocuente sobre este punto: “Al ver mi cuerpo prisionero en una habitación de hotel / Consumiré recuerdos como la droga más adictiva / Esperando volver a sentir tan cerca / Ese mundo que alguna vez habité”.
Por otra parte, quisiera referirme al elemento pasional que inunda este apartado, pues la soledad hace brotar los ecos de un firme recogimiento. De esta manera, el poema Cuándo volveré a hacer el amor dirige sus resquemores hacia las membranas más sensitivas del coraje: “Yo no sé cuándo volveré a hacer el amor / No disfruto de tocar un cuerpo sin poder mirarlo a los ojos / Mientras tanto armo playlists / Esperando la ocasión para enviárselas a ella”. Siguiendo la referida premisa, el poema Pulcramente amplía el fulgurante deseo, puesto que este fragmento amoroso conlleva una corporalidad reverenciada, establecida desde el manejo de la segunda persona: “El sudor de mi mano temblorosa / Que quiere tocar / Otra piel / Un arbusto / Mover mis dedos en tu cabeza”. Finalmente, el poema Nostalgia contenida en un viejo celular, actualiza y vivifica, mediante la tecnología y su obsolescencia programada, las vibraciones de una pulsión siempre palpitante e inundada de perpleja ternura: “¿Te veo hoy o mañana? / Espero que hayas llegado bien. / Gracias por venir estos días, te amo. / ¿Amor, estás bien? Me tienes muy preocupada”. Podemos vislumbrar, por cierto, que en el encierro se extraña aquello que es imposible recordar. Lo no evocado es siempre perdurable, porque permanece como presentimiento, conjetura que yace al fondo del corazón.
Nueva vida, el segundo apartado, tal como invoca su nombre, instaura la postrimería del padecimiento. Entonces, tropezamos con una convalecencia impasible. Rígidas penumbras enarboladas por reposados fugitivos. Ciertamente, el poema Se repite la misma cena en el bosque consigue equilibrar, con tono nostálgico, el límite entre la reclusión y los arbitrios: “El conchito de vino se diluye en la espuma de los platos / No contengas el aliento / Libera al corazón enjaulado en undívagas raíces / Después de la sobremesa retorna la vida”. Es posible contemplar un atisbo, solo un atisbo de claridad en la desolada pradera. Y es este último sentir el que se transforma en una sentencia definitiva en el poema Noche de temporal: “Formemos un hijo del temporal / Cada hoja que escapa de los árboles / inclinados por el viento / Será una oportunidad / Volver a ver la luz detrás del gris que nos absorbe”. Porque todo aquello que nos rodea también nos acaricia; y nosotros, sin más, volvemos a sacudir nuestras mejillas contra la inasible madrugada.
El último apartado, Salida del claustro, prosigue el itinerario que ya podrán haber presumido. Ahora no encontramos la contraposición del dispositivo intimidad–apariencia, sino que afrontamos nuevas sendas, pasos que el hablante despliega con rotunda entrega. De este modo, el poema Yo sí salí del horroroso Chile, más que una cita a unos clásicos versos, inscribe un urgente y desafiante acontecer. El viaje, entonces, es un elemento pertinente para afrontar las inefables exigencias escriturales: “Yo sí salí del horroroso Chile / En viajes que son palpables / Salí del miedo a ver al extranjero un problema / Del patrón que grita con locura amenazas del comunismo”. Esta llamarada conlleva una pesadumbre. Recelos y dictámenes, que son reiterados y ampliados en el poema titulado De lo panóptico / de la inhumanidad: “Lo anunciaron las primeras semanas de incertidumbre / “Seremos mejores personas después de esto”/ Hoy solo veo indiferencia, control, inhumanidad. Yo protesto / Elijo creer que podemos escapar de la mansedumbre”. Al parecer, la convalecencia no se acaba nunca, y las interrogantes que irrumpieron en tiempos aciagos van a permanecer con nosotros eternamente, siempre estoicas y en perpetuo asedio.
Sintetizando, diremos que Enclaustro de Ricardo Olave es un poemario robusto, que se convierte en bitácora de un tiempo tan reciente y sobre el cual es tan decisivamente certero. No entraré en disquisiciones sobre la literatura y su razón histórica, solo señalaré que la escritura aquí se convierte en huellas de días apócrifos, días desdibujados al trasluz de la celeridad y lo rutinario. No existe redención en estas páginas, ni tampoco perdones. Lo que hallamos son apremiantes movimientos en la angostura. Por eso, el ultimo poema de este libro, Carta de presentación/despedida, porta sinuosas estampas, retorno nunca consumado, pero siempre distinguido: “Para acabar con el trauma / Grita en silencio / Piérdete en las calles / De un pueblo que no sepa tu nombre”. Advertimos, aquí, que no es necesario confesar ni recluirse para remover imágenes, porque solo bosquejamos trasiegos que se reiteran hasta no poder abandonarse nunca.
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