Por Claudia Jara Bruzzone
Señor
La jaula se ha vuelto pájaro
Qué haré con el miedo
Alejandra Pizarnik
La editorial Tortuga Samurái finaliza el 2021 con una nueva entrega, nuevamente de la mano de una autora joven y un nombre nuevo que viene a poblar la escena literaria temucana. En esta oportunidad nos presenta a Marcela Isabel, quien escribe Vértigo circular, que erige un universo donde teje y desteje la realidad a la espera de palabras que parecen encapsuladas en el aire, palabras que inquietan a una hablante que demuestra sentirse perturbada e incómoda en su entorno. En este sentido, las temáticas abordadas por Marcela en su primera obra nos recuerdan a las tratadas por la joven Alejandra Pizarnik. Temas como la locura, el delirio y la inestabilidad emocional forman parte de este libro. El título, Vértigo circular, alude a la sensación que experimenta la hablante, pero también a la estructura en que se presentan los textos, toda vez que el punto de inicio de este poemario será también una forma de cierre.
Marcela Isabel es una autora joven que logra en su primera obra hacer dialogar elementos de una temática ya abordada por otras autoras jóvenes y actualizarlas, creando una hablante que se dirige, desde un comienzo, en primera persona, de manera que el texto adquiere rápidamente un tono confesional. La voz reconoce la existencia de una pugna entre su ser y ciertos fantasmas que la han acosado en el pasado y la acechan aún, a la espera de que la frágil tregua que los mantiene a raya finalice. En este escenario, las noches parecen ser un terreno fértil para que estos espectros surjan al alero del insomnio como voces mal sintonizadas. A la voz le aterra el silencio nocturno, pues este permite que los límites entre su ser y las voces fantasmagóricas se vuelvan difusos. Para lograr frenar este avance, la hablante cede y les ofrece un espejo como espacio de interacción: «Ofrecí, por fin, hacer las paces. / Concretamos que las visitas serían / a través del espejo». El control deviene en contención, las voces se manifiestan caprichosas, requieren salir. Ante este lúgubre escenario la hablante, a pesar del ostracismo en el que habita, se siente cuestionada y vigilada por otros que la marginan: «A lo lejos puedo distinguir sus palabras».
Junto al quebradizo terreno pisado, aparece ahora el miedo a un presente que pasa aceleradamente, una sensación de inmediatez y sinsentido embarga a la hablante, pero que lejos de frenarla pareciera impulsarla a buscar su origen y reconocer quién es, saberse rota y capaz de ofrecer abrigo como se expresa en "Margen de retorno": «Y aunque no soy más / que este saco de huesos, / ejercito el nunca mezquinarme». Esta situación se refuerza en "Dialogante", donde la hablante mantiene su postura de baja valoración personal, pero pareciera que al sentir por otros recupera la vitalidad y el sentido de existencia y lo dice en este poema de forma enérgica: «Que soy persona / y no personaje». No obstante, para poder sentir requiere tener todo el control y alejarse de los fantasmas a los que define como «voces imaginarias infestadas de rabia». En la pugna entre su ser y las voces, la hablante asume la dicotomía de ser al mismo tiempo carga y apoyo.
En el proceso de la búsqueda, se revela a la hablante un nuevo mundo interior, hecho que provoca la disociación de la identidad entre aquella que pretende continuar y la otra, construida de jirones y trozos de tela huachas, como expresa en "Andares". Por su parte, en "Impostora" podemos ver cómo al sentirse amada surge para la hablante la sorpresa y el disfrute, pero pronto las voces intervienen: no es suya esa felicidad, parecieran murmurar, impostora la llaman y nuevamente retrocede, negándose a sentir. A partir de este momento la crisis de la hablante es inminente y la obliga a retroceder para ceder ante el triunfo de las voces: «Me encontré con la vorágine de mi cabeza / se me estaba arrancando por los ojos».
Este hecho provocará que en "Huracán" la hablante pareciera moverse por inercia, habitando un espacio sin sentido, donde los inicios y finales pierden valor, entonces surge la presencia de la muerte como una salida justa, una especie de libertad. Para sobrellevar esta realidad la hablante elige una especie de sueño que le permita detenerse, en cuyo sopor el tiempo se volverá difuso, pero al finalizar esta tregua será capaz de recomponer su existencia.
La recuperación surge clara en "Abismo el del silencio", donde luego se sentirse ignorada (como expresa en los siguientes versos: «Algo resuena como redoble de tambores / Y eso mismo se endurece / En el umbral de los pensamientos. / Se enquista el silencio / En el canto del paladar / Y hace nido con el ramaje»), comienza poco a poco a recuperarse.
La tensión se mantendrá hasta el final de la lectura. La hablante oscilará entre abandonar la soledad y el miedo a arriesgar. Durante estos espacios de tensión, el espejo volverá a aparecer como un portal que opera como límite para las voces que ahora logra contener: «Saluda a tus miedos otra vez (…) Saluda a la desesperación», declarará en "Líneas" y esa misma actitud conciliadora se puede observar también en "Noctámbula".
Quizás lo más revelador de la obra ocurre en los poemas finales, donde la hablante incorpora una nueva arista de interpretación, las palabras. A través de la escritura la hablante pareciera querer soltar su dolor. Toda su pulsión emocional se transforma ahora en verso, como expresa en "Pausa": «Grito despavorida para despertar, pero no entiendo el lenguaje de mis palabras» y que se confirma en el poema "Vértigo circular", que cierra la obra (y da nombre al poemario), con su verso inicial: «Si no escribo muero».
De esta forma, Marcela Isabel logra construir una obra tensa y oscura que sin duda nos llevará como lectores en un viaje hacia el infierno, un páramo que transitamos de cierta forma cada vez que escribimos, pero que también se encuentra cerca de todos, donde la soledad, el aislamiento y el sinsentido de la realidad puede conducirnos irrefrenablemente hacia la locura.
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